La labor más delicada que se lleva a cabo en un observatorio
astronómico, a diferencia de lo que piensan algunos, no consiste
en «mirar» a través de las lentes de un telescopio, pues es
tarea que suele confiarse a diversos tipos de cámaras
fotográficas. Lo importante, una vez programado el trabajo a
realizar, consiste en analizar y estudiar los datos que los
instrumentos proporcionan. De ahí que sean matemáticos, físicos,
químicos, ingenieros, etc., los verdaderos «astrónomos» de
nuestros días, ayudados de un modo decisivo por ordenadores y
cerebros electrónicos que realizan las operaciones más
laboriosas y delicadas.
A título de curiosidad, recordemos que Leverrier, descubridor
del planeta Neptuno, tuvo que resolver 28 sistemas de
ecuaciones, algunos con más de 13 incógnitas. Los cerebros
electrónicos y calculadoras han aliviado a los científicos de la
pesada tarea de resolver problemas; basta con programarlos y, de
este modo, cálculos que antes hubiesen absorbido años enteros a
numerosos matemáticos, son resueltos en pocos minutos y con
mayor precisión y seguridad.
¿Y se sabe la edad del Universo?
Podemos decir que sí. Los avances científicos de este siglo que
acaba nos ofrece la teoría del Big Bang y, aún dentro de su
complejidad, una certeza casi total de que ese fue el origen del
Universo.
Todo comenzó cuando, en 1610, Galileo inventa el telescopio y es
capaz de identificar los satélites de Júpiter. Años más tarde,
en 1687, Newton publica su Ley de gravitación universal. Se
sigue investigando y, a principios del s. XIX, Laplace explica
en su obra Mecánica celeste el funcionamiento del sistema solar.
Le sigue el gran descubrimiento de Albert Einstein, su Teoría
general de la relatividad.
Pero fue el descubrimiento del astrónomo estadounidense Edwin
Hubble, en 1929, de que el Universo se expande, lo más
asombroso. Según Hubble, hace 15.000 millones de años toda la
materia estaba concentrada en un solo punto. Su teoría del «Big
Bang» sostiene que en ese punto se produjo una explosión que
creó a la vez la materia y el tiempo, poniendo en marcha el
reloj e iniciando la expansión del Universo.
Esta teoría ha tenido muchos defensores, desde el matemático
belga Georges Lemaitre (1894-1966) hasta el físico de origen
ruso George Gamow (1904-1968). En 1964 pareció confirmarse
cuando el alemán Arno Penzias y el estadounidense Robert Wilson
descubrieron que en todo el Universo existe un «mar de fondo» de
radiaciones de microondas de bajo nivel. Según ellos, esta
radiación es el eco moribundo del Big Bang, los restos del
intenso calor generado por la colosal explosión inicial.
La teoría del Big Bang incluía otra predicción que ha resultado
ser acertada. La abundancia relativa de hidrógeno, helio,
deuterio y litio observada en el Universo es exactamente la que
sería de esperar si el Big Bang hubiera ocurrido. En la
actualidad, la mayoría de los cosmólogos aceptan que el Universo
nació en esa una única y enorme explosión.
Nos queda por averiguar qué había antes de esa enorme explosión
y quién puso o cómo se hizo la materia allí concentrada.