Están intactos los cuerpos y las lindes
cubiertas
por un amanecer
de alas y voces detenidas
que contemplan impávidas las yerbas.
Jamás pasa,
ante esta quietud que nos aplasta,
un destino en desvelo, un ensueño
caído como nieve
inútilmente blanca,
o una presencia descalzada
dulcemente andando.
El tiempo no huye,
se amontona despacio,
muy despacio,
-al lado nuestro-
haciéndose indeleble compañero.
Son ya sombras
esas palabras reunidas,
vividas aquí,
dentro de nuestra lengua.
Han envejecido los prodigios,
el silencio golpea,
y aún desconocemos
del río que lleve y abandone
allá, donde el amor comienza.