Uno de los rasgos o caracteres del comportamiento de los seres
humanos es que somos altamente gregarios. Y puede que no tanto
por naturaleza, sino porque se nos obliga y acostumbra a serlo
desde la más tierna infancia.
Ya papá Estado -padrazo donde los haya- se cuida de que vivamos
en grandes grupos masificados desde muy niños; y en ese estado
es el que nos mantiene hasta que acaba su función de hacernos
personas y contribuyentes de provecho. Parvularios, colegios,
escuelas e institutos -siempre masificados- nos van conformando
y afirmando en esta peculiaridad de nuestro comportamiento.
Así, pues, desde que comenzamos a tener uso de razón -y en todas
las edades- ya llevamos y sentimos en nuestro interior este
rasgo que nos fuerza a socializar con nuestros congéneres, a
relacionarnos con los demás, a compartir con los otros nuestro
tiempo, charlas e ideas. A veces, incluso, simplemente la
presencia, tan solo el estar donde están los demás para
sentirlos, verlos y que nos vean.
Naturalmente, esta tendencia o necesidad general se complementa
con fines y motivos de distinta índole que varían
sustancialmente en función de la edad. La Fisiología teoriza y
divide a los humanos en cuatro grandes grupos en razón de ésta:
infancia, adolescencia-juventud, madurez y vejez. Al segundo de
estos grupos es al que hacemos objeto de estas reflexiones, pues
las particularidades de su conducta originan el mal llamado
«fenómeno social» de la «movida» y las significativas
consecuencias que infieren en la vida y normalidad de los otros
grupos.
Comencemos diciendo que no hay tal fenómeno, sino una conducta
lógica que deviene de las costumbres ya expuestas. Lo que sí es
evidente es que en este grupo de edad -como en todos- hay
individuos, generalmente aupados a funciones de liderazgo, que
observan actitudes harto sobradas de permisibilidades. Su
conducta influye negativa e indefectiblemente en los demás con
el resultado de grupo ya conocido.
¿Soluciones? Haylas. Ubicarlos en sitio donde tengan cuanto
deseen y no molesten a nadie. Como casi todos los pueblos y
ciudades de España tienen su lugar para celebrar la Feria,
háganle allí su sitio. Unas cuantas construcciones muy
elementales formando una plaza (techada de lona) para la venta
de litronas y cubatas a precios mínimos, y troncos de árboles
para que se sienten y graben sus corazoncitos.
Anímenlos a reunirse allí con reclamos como «La hora gratis»,
«La rifa del botellón o la litrona», etc., etc. No faltarán
industriales que quieran instalar allí sus negocios. Precios
mínimos, pero una gran venta. Y alquileres y tasa municipales
simbólicos. Batería de W. C., su vigilancia, sus aparcamientos,
sus rincones oscuritos...
Estúdienlo. Denles lo que ellos quieren. Puede ser la solución.