En Astronomía, ciencia que tiene por objeto el estudio del
Universo que nos rodea, casi todo es sorprendente, pero el
descubrimiento más extraño e inquietante de los últimos tiempos
lo constituyen los llamados «agujeros negros» o «black holes»,
unos objetos, si es que así podemos llamarlos, que parecen
desafiar a la imaginación y al sentido común de los astrónomos.
Sabemos que cuando una estrella de dimensiones normales sufre un
colapso gravitatorio puede convertirse en una estrella de
neutrones. Pero ése no es todavía el límite. Si la estrella que
se desmorona pertenece a la clase de las gigantes, es decir, si
la masa de su núcleo es más del triple que la del Sol, la
energía desarrollada por esta masa al hundirse sobre sí misma es
mucho mayor: protones, electrones y neutrones se aplastan
todavía más entre sí y llegan a empaquetarse de forma increíble,
casi incrustados unos dentro de otros. Es el estado de la
materia más denso que podamos imaginar; por hacernos una idea,
tan compacto que un centímetro cúbico de tal materia puede pesar
cien millones de toneladas. Si la Tierra se comprimiera hasta
convertirse en un agujero negro, tendría aproximadamente el
tamaño de una pelota de ping-pong.
Una estrella de tal densidad presenta un campo gravitatorio
igualmente formidable. Tanto, que nada puede escapar de él, no
sólo la materia, sino ni siquiera los rayos de luz o cualquier
otra forma de radiación. Y si la luz no puede salir de la
estrella, todo lo que percibiríamos de ella sería un punto
negro, un punto en el que no se ve nada, en el que a todos los
efectos prácticos parece no haber nada. Es lo que llamamos «un
agujero negro». Esta expresión fue acuñada en 1967 por el físico
norteamericano John Wheeler para describir objetos tan densos
que nada puede escapar de ellos, ni siquiera la luz.
Un agujero negro constituye la trampa perfecta. Todo lo que
penetra en su esfera de acción (polvo, gases, incluso luz) es
literalmente «chupado» por su intensa fuerza gravitatoria y
desaparece de la vista. Sus átomos se precipitan contra los que
componen el agujero aumentando su masa y su capacidad de
atracción. Un agujero negro nunca disminuye de tamaño, sólo le
está permitido crecer englobando en sí todo cuanto se le
aproxima.
La conmoción gravitatoria que desencadena un agujero negro a su
alrededor produce algunos efectos tan extraordinarios que entran
de lleno en lo irreal. En sus proximidades la atracción es tan
intensa que para explicar lo que sucede hay que recurrir a la
mecánica relativista y a la fenomenología implicada en la
contracción y dilatación temporal. De entre lo poco que
conocemos de ellos, sabemos que a su alrededor el tiempo se
alarga, en tanto que en su superficie el tiempo se detiene. Uno
de los muchos e increíbles efectos que se derivan de la
presencia de un agujero negro.
En el próximo número continuaremos hablando de este «monstruo»
celeste.