Cada vez con más frecuencia dejo que el tiempo no me tenga en
cuenta y se olvide de mí. Y esto porque comienzo a descubrir la
grandeza de tener la mente limpia, sin el acostumbrado atasco de
pensamientos e ideas circulando a toda velocidad en dirección
contraria a la anhelada tranquilidad.
En uno de esos momentos pude percatarme de cómo otro Mundo, más
allá de las contradicciones y las prisas, se muestra a través de
las caras de un libro. De esos libros que dejan ver sus valores
perfectamente ordenados en las estanterías y que, lomo con lomo,
configuran esa biblioteca personal, personalmente olvidada
excepto para el polvo.
No podía imaginar cómo tantos volúmenes, de todas las medidas
imaginables, compañeros de numerosos viajes, estaban aquí mismo
recibiendo mi ignorancia y olvido día tras día. Sin embargo,
hoy, a la luz de la serenidad recién descubierta, les he
dedicado una sonrisa tranquila, pudiendo comprobar cómo cada uno
de ellos me responden trayendo al presente todo un torrente de
vivencias y experiencias, aparte de las ya contenidas en sus
interiores.
Pues, por medio de cada libro, antes de abrir la primera de sus
hojas, las primera de sus flores, se transmiten los valores y
las inquietudes de una historia personal y colectiva. El por qué
elegiste ese libro en concreto, dónde, quién te acompañaba y en
quién pensabas cuando lo tenías en las manos.
Ahora, gracias a esa conjunción estelar de tranquilidad
interior, conciencia de estos libros y la voluntad decidida por
redescubrir sus historias, fue lo que me llevo a seleccionar el
ejemplar de Marlo Morgan «Las voces del Desierto». Sólo con
tocarlo, en la pantalla de la mente empezó a proyectarse las
imágenes de esa librería del barrio viejo de Donosti, acompañado
de una amiga. La conversación sosegada y los comentarios
profundos sobre este pequeño libro, en medio del Gran Tempo de
la Lectura. Las sensaciones me llegan evocando ese día soleado,
el paseo por la Concha y el viento del norte que despeja al más
dormido.
Es sencillamente mágica la impresión tan entrañable que me
produce revivir la historia de este libro que, antes de ser
abierto para empaparme de su enseñanza, ya había producido
experiencias suficientes como para escribir uno paralelo, quizás
complementario.
Y precisamente en este instante, cuando la conciencia de esos
antecedentes me hacen esbozar una serena sonrisa, es cuando
estoy preparado para releer la primera de sus páginas, con el
fin de aceptar con ánimos renovados la aventura de compartir esa
VIDA que mana con libertad absoluta en forma de palabras y agua,
de agua y palabras.
El pensar que toda esta energía la pone en marcha este pequeño
Libro, hace que mire al resto de los volúmenes con la
sensibilidad suficiente como para reconocer que entre los libros
siempre tengo y tendré un sin fin de amigos conocidos y por
conocer. Sólo con alargar la mano hacia la estantería y tomar
uno de ellos se nos ofrece la oportunidad de que te cuenten toda
una VIDA.