Cuando no queda nada
de la dulce inocencia,
con las alas replegadas
y bajo ellas las ilusiones
Muertas ya las pasiones
y las ganas de vivir,
es mejor no oír
los cantos de sirena.
Arropando las penas
en terciopelo rojo,
y enjugando el llanto
de los ojos,
dibujar una sonrisa
mil veces ensayada.
Al no quedar nada
de aquella suave brisa,
que un día ya lejano
sobre un altozano
creímos poseer.
Cuando vacías las manos,
el alma y el corazón,
replegadas las alas
y bajo ellas la ilusión,
la vida es agua de río.
Y cual Junco en la orilla
inhiesto al aire y al frío,
sintiendo el agua correr,
no acaba de comprender
por qué
para él
el sol no brilla.