Pienso que estamos, desgraciadamente, demasiado acostumbrados al
misterio de la vida. Vivimos casi sin darnos cuenta,
levantándonos y acostándonos cada día con la misma rutina del
existir. Hemos visto tantas veces el cielo, tantas veces un
recién nacido, tantas veces un trozo de mar o un comienzo de
invierno, que lo maravilloso viene a serlo un poco menos.
Ignoro de dónde viene esta habilidad nuestra para valorar tan
poco lo que tenemos y, sobre todo, para transformar en algo
vulgar lo que por hermoso merece ser contemplado segundo a
segundo. Y sin embargo, obviando lo extraordinario, vamos con la
mirada en el suelo, caminando cabizbajos, embobados tras otras
cosas atrozmente superficiales. Somos seres extraños,
radicalmente raros; boquiabiertos ante los últimos
descubrimientos tecnológicos, nos permitimos increíblemente un
bostezo o un gesto de indiferencia ante el milagro de estar
aquí, vivos y capaces de gozar de la creación. Sí, la rutina nos
mata.
Dice León Felipe en su poema "Romero sólo..."
Para enterrar
a los muertos como debemos
cualquiera sirve, cualquiera...
menos un sepulturero.
El poeta, sabiendo quizás la ingratitud de la humanidad, su
notorio potencial para entusiasmarse sólo durante un rato por lo
que experimenta, por hacer las cosas bien nada más que al
principio, nos anima a no quedarnos parados, sino a caminar,
buscar siempre nuevos paisajes y circunstancias con los que todo
se haga nuevo cada día.
Que no hagan callo las cosas
ni en el alma ni en el cuerpo...
pasar por todo una vez,
una vez sólo y ligero,
ligero, siempre ligero.
Que no se acostumbre el pie
a pisar el mismo suelo
ni el tablado de la farsa
ni la losa de los templos...
No estoy de todas formas sustancialmente de acuerdo con León
Felipe. El hombre, la mujer, son en sí mismos un perfecto
microcosmos, y cada trozo de tierra en el que se asienta un
fragmento de Universo. Sólo el día en que descubramos que
nuestra cotidianeidad es el material que se nos ha dado para
moldear y mejorar con nuestro aliento y con nuestro corazón,
sólo ese día empezaremos a redescubrir el milagro de vivir.
«Nada me importa más que estar viva», dice Ana Belén en una de
sus canciones. Así lo entiendo también, pues triste es mi
destino si no intento, en cada uno de mis sueños y de mis
vigilias, que me emocione el estar aquí, junto a una humanidad
que necesito y, sin duda, también me necesita.