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Somos muchos los que vemos la televisión a diario. No todos,
pero casi. Es más, entre los fenómenos que intervienen en
nuestra vida, pocos hay tan universalmente compartidos como la
televisión. Sin embargo, la sociedad que asiste al espectáculo
monitorizado está dividida por innumerables muros de
aislamiento: a saber, los muros de nuestros pequeños hogares.
Quizá por esta circunstancia vital, el convivir todos juntos
pero no revueltos, el estar compartimentados estancamente y
blindados con portones que tienen mirilla y candados (modernas
fortalezas que esconden los mini-reinos de cada cual), quizá,
digo yo, por esto, lo doméstico-ajeno nos llama la atención.
Seguramente es el caso de esas series cómicas que nos introducen
en casas y familias de cartón piedra, que se enfadan mucho y
otro tanto se reconcilian y, además, con moraleja y todo. Y
seguramente también es el caso de El Gran Hermano. Y todo el
mundo se pone a discutir, media España en contra, media a favor.
Y todos los que discuten pensando, analizando, mirando, opinando
sobre el asunto, algo que, después de todo, es bastante lógico
si tenemos en cuenta que la televisión la vemos casi todo el
mundo, y que nos gusta echar un vistazo a otras vidas más allá
de nuestro portón con mirilla y candado. ¿Y qué dice la gente?
Veamos...
Oigo decir que hay un cambio cualitativo en el modo de hacer
televisión; que si a la audiencia le gusta pensar con las
emociones de otros; que si esto es un zoológico humano, es
decir, animales racionales en una imitación de su medio natural
expuestos a la vista de todos. Oigo decir que si la frescura, la
falta de guión, la sorpresa de lo no planificado por el
guionista; que si medio país está descerebrado o que si la otra
mitad rechaza por sistema todo lo que sea popular (pues, ya se
sabe, la inteligencia pertenece sólo a una minoría selecta que
tienen capacidad crítica, no como esos salvajes que han nacido
para trabajar con sus manos y su sudor -ellos y ellas-, o para
pelar ajos y limpiar tazas para deposiciones -sólo ellas-). Y
después de todo esto uno no sabe muy bien qué pensar, pues
parece que los ánimos se exaltan en la discusión y que las
opiniones son demasiado radicales como para ser sensatas. Y
sobre todo pienso que vaya un tema tonto de discusión, con la de
cosas más importantes, sangrantes o relevantes que suceden en el
mundo.
Y sin embargo me veo obligado a pensar sobre el tema, más que
nada por una especie de responsabilidad o qué sé yo, que me
obliga a racionalizar lo que pasa en el mundo, programita
incluido.
Una primera opinión que ensayé fue la clásica condena ética a la
mercantilización de la vida humana. En efecto, se piensa que las
cosas y los animales están para utilizarlos a nuestro antojo, a
diferencia de las personas, que no se sabe para qué sirven y que
son libres en teoría. Todo esto entre comillas, por supuesto,
pues hoy en día pensamos que los animales, vegetales,
ecosistemas y accidentes geográficos deben ser protegidos.
Además, ¿qué sentido tiene hablar de libertad en el contexto,
por ejemplo, de las fabelas brasileñas? Mi primera opinión
sucumbió en seguida a la vista de tales hechos. En efecto, me
parece que hablar de la mercantilización de la vida humana en el
caso del Gran Hermano es simplemente ridículo mientras haya
tanta miseria y sufrimiento en el mundo real. Además, los diez
fueron libremente y en busca de dinero y cuando les dé la gana
pueden marcharse... y Telecinco tampoco es que los torture ni
nada por el estilo... o sea, que es un insulto y una insensatez
rasgarse las vestiduras por este programa, con la de
barbaridades de verdad que pasan en el mundo real.
En seguida me puse a pensar en otra línea. Me pregunté qué es lo
que llama la atención de la gente, dónde está el morbo, cuál es
el secreto del programa, asuntos todos misteriosos para mí,
igual que también resultará misterioso para algunos mi gusto por
los documentales de animales que echan por la tarde en la
segunda cadena. En efecto, ¿qué hay de especial en ver a dos
primero y dos después que se enamoran, otro que se tiñe el pelo,
una que se le ve el culo de vez en cuando y otra que está casada
y que le hace masajes cariñosos a un médico de urgencias que
está solito y puede que cachondo? Después de todo, eso no es tan
interesante como ver un partido de fútbol, donde hay esfuerzo,
habilidad y lucha; o una corrida de toros, donde la belleza
plástica sólo es superada por el valor del torero y los
borbotones de sangre del bicho; o uno de esos trucos de magia
del Copperfield. ¿Qué hay que llame tanto la atención? ¿Desde
cuando lo cotidiano cutre es interesante? Te juro que estoy
harto de ver chavales enamorados y que la gente pasa un kilo.
Todos los días vemos muertos en la tele y la gente se come los
pucheros como si nada. ¿Por qué es interesante el Gran Hermano?
La respuesta que todos tienen es morbo. Ya saben, esa sensación
que tuvo Adán al morder la manzana que era sólo de Dios, la que
tiene cualquiera que mire por el ojo de una cerradura lo que
pertenece a la intimidad de otro, ya saben. En el Gran Hermano
habrá besos, caricias, broncas, juegos y picores genitales, pero
no por exigencia del guión, sino porque son libres y hacen con
su vida lo que les dé la gana y nadie tiene derecho a meterse en
su vida ni a ponerse a mirar lo que no le importa. Y como son
libres y su vida es suya, si tuviéramos educación no miraríamos,
porque mirar lo que no te importa es una impertinencia propia de
tontos, niños y fisgones. Y como son libres, pues deciden que
van a vivir en una casa televisada, cobrando su buen dinero y
haciéndose famosillos por la cara y por lo que no es la cara.
Así que, al final, como la sarna con gusto no pica, ellos
renuncian libremente a su derecho a la intimidad y nosotros
obtenemos licencia para mirar lo que normalmente no miraríamos
con tanta dedicación. Algo parecido al negocio de la
prostitución, pero sin contacto físico. Ellos venden y nosotros
compramos. Limpio y sencillo. Con sabor a prohibido, pero sin
serlo. Casi indecente, pero sin serlo de veras.
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