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El joven matrimonio Alcántara de la Rosa acababa de instalarse
en su nuevo piso ubicado en la zona residencial «Luz de Luna», y
prácticamente todos los momentos libres de que disponían lo
dedicaban al exorno de la confortable vivienda. Aún tenían
muchos regalos esperando su turno para ser colocados en el lugar
idóneo, y aunque Noelia era siempre la que llevaba la voz
cantante en estos menesteres, tampoco León permanecía en la
sombra; él, como hombre entendido en los aspectos decorativos,
también daba su visto bueno; y porque aún -todo hay que decirlo-
no le había llegado el momento de prescindir de su valiosa
colaboración. Ese capítulo, indudablemente, le llegaría como a
otros marido, pero ahora no era momento de pensar en ello, ya
que estaban inmersos en un mundo pleno de deseos dichosamente
compartidos.
Noelia, desenvuelve con sumo cuidado el papel de una espléndida
caja que contenía un bello y emblemático reloj. A ella,
francamente no pareció agradarle mucho por encontrarlo un poco
«recargado», siendo como era amiga de lo sencillo y elegante.
Por lo que se lo muestra a León haciéndole ver su apreciación.
El en cambio lo encontró bastante aceptable y trató de
convencerla, pero nada, ella se resistía y optó por introducirlo
en su hermosa caja y ponerlo en la parte más alta del armario,
donde almacenaban todos los regalos desechados. León sintió una
pequeña contrariedad y no pudo evitar el manifestarla. -Desde
luego, si no aparece otro más de tu gusto, nos lo quedamos,
porque en realidad no es feo, yo lo encuentro realmente
original. -Sí, estoy de acuerdo contigo, pero dejémoslo un
tiempo guardado ¿no te parece? -le contesta ella. -Como tú
quieras vida mía. Y el acuerdo lo sellaron con un apasionado
beso, que, por ser más prolongado de lo normal, tuvieron que
dejar el arreglo de la casa para otro día y atender a la
perentoria urgencia que la pasión de ambos requería...
Cuando pasó el «tornado», próxima ya la hora de la cena,
acordaron hacerlo en el restaurante «A media luz», de un
ambiente y cocina que era todo un regalo para el paladar -aunque
no para el bolsillo-.
Unos meses después de estos preliminares retoques, con los que
había quedado la casa de lo más «guay», Noelia, a las cuatro de
la tarde se marcha a la peluquería, pues aquella noche tenían
cena con unos amigos en el «Club náutico». León regresó pronto y
vio la nota que ella le había dejado en la mesita del salón
indicándole donde se encontraba. Se acomodó en la butaca y se
puso a leer el periódico. De pronto comenzó a pensar en el reloj
que a Noelia no le había gustado; se levanta y se va derecho al
armario, lo localiza y lo extrae cuidadosamente de su estuche;
creyendo optimista que nunca saldría de su casa, levanta la tapa
del reloj y en ella, por detrás, graba con la punta de su fina
navaja una diminuta inscripción igual a las que ponía en todo lo
que era de su propiedad. Después de esta operación, lo vuelve a
colocar en su sitio y continúa leyendo.
Aproximadamente a las ocho, regresó Noelia, encontrándola León
espléndida con su hermosa melena rubia del «frasco», con unos
pícaros mechones que le cubrían parte de la frente dándole un
aire sensual y provocativo. A él le empezaron a brillarle los
pupilas, y cuando intenta abrazarla, ella le dice enérgicamente:
-¡No León, no me estropees al peinado! La noche es joven como
nosotros, después tendremos tiempo para «jugar»... Arréglate y
ponte guapo que nos vamos dc fiesta. El, sin ganas, obedeció y
se entregó a su personal atuendo al igual que ella. Al final,
los dos estaban radiantes como la primavera que llevaban dentro.
Transcurrido unos años, del amor de la feliz pareja fertilizaron
sus semillas: tres preciosos niños, dos varones y una hembra.
La Navidad estaba próxima y Noelia, completamente inmersa en las
compras que la fiesta conlleva, menos mal que Dios la había
dotado del suficiente talento «mercantil» como para resolver el
problema de los regalos; algo con lo que se divertía muchísimo,
y como ella también recibe muchos y los guarda con cariño y
esmero, cuando tiene que corresponder empieza a deshacerse de
los que no le interesó conservar, distribuyéndolos entre los
familiares y amigos. Para no incurrir en error, los tenía
clasificados con los nombres de quien se los donó, y así todo le
resultaba mucho mas fácil. Claro que algunas veces no están
todos en este orden, y este imperdonable fallo, lógicamente, le
produce incertidumbre, pues puede sin querer enviar uno de los
no clasificados a la misma persona que lo regaló en años
anteriores. Hasta la presente no le había dado nadie ninguna
queja, así que por qué preocuparse. No es cuestión de amargarse
por semejante tontería, ¡faltaría más!
Cuando sus hijos fueron mayores -sobre todo la niña- le ayudaban
en la faena, apuntándole a veces: -Mamá, este es de Filomena,
este de Ambrosia... Y así, colaborando en el reparto, se lo
pasaban «pipas». Pero aunque estos trucos de intercambio están
muy generalizados y poco comentados, un día te dan la sorpresa.
Y eso precisamente le sucedió al matrimonio Alcántara de la Rosa
al correr de los años. Recuerdan ustedes aquel reloj -regalo de
boda- que a Noelia no le gustó y sin respetar que a su marido le
había caído bien, ella lo regaló en sus primeros meses de
casados. Y he aquí que después de transcurridos casi 20 años,
con envoltura diferente, claro está, le regalan el reloj que
ella no quiso. De momento no se dio cuanta, pero cuando lo saca
de la caja, sospecha que es el mismo. Se lo enseña a León y
éste, para convencerse de lo que está pensando le quita la tapa
y con inaudita sorpresa ve la señal que le había grabado por
detrás, y exclama: -¡Coño, si es el mismo! Y está más joven que
yo... Para que tu veas, Noelia, como terminan a veces estos
entretenimientos que a ti tanto te gustan... -Pues no te apures
que ya se lo regalaremos a otro... -le comenta ella con pícara
sonrisa.
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