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"...al cabo de mis años, padecimientos
y servicios, tengo tan limpio el bolsillo
como el ojal de la casaca..."
Antonio Alcalá Galiano
Cádiz
tiene en la primera mitad del siglo XIX una figura realmente
notable que merece traerse a estas páginas, aunque sin
pretensiones de hacer exhaustiva su densa y compleja biografía.
Me estoy refiriendo a Don Antonio Alcalá Galiano, hijo de D.
Dionisio Alcalá Galiano, el héroe muerto en Trafalgar mandando
el «Bahamas», cuando su hijo contaba apenas dieciséis años, lo
que indudablemente dejó en su retoño una impronta especial: la
de ser hijo de un héroe de la Nación, hombre culto, ilustrado,
avezado marino, que con Malaspina había circunnavegado la
Tierra.
Antonio Alcalá Galiano nació en Cádiz el 22 de Junio de 1789,
«mítico» año para muchos liberales, pues en él comenzó a ponerse
en entredicho el absolutismo real. Los estudios iniciales del
joven Alcalá Galiano fueron los que entonces correspondían a un
cadete de las «Reales Guardias españolas», al propio tiempo que
cultivaba la poesía y las humanidades. Amigo de Espronceda y del
Duque de Rivas, tendrá la gloria de escribir para éste el famoso
prólogo a «El moro expósito» (1834), magnífico ejemplar del
romanticismo político-liberal que Alcalá, con José Joaquín de
Mora y José Mª Blanco-White, defendían y que ha de considerarse
como el anuncio de la buena nueva del romanticismo en España.
Joven en la Corte, dedica su tiempo a publicar en diarios y
revistas, lo que seguirá haciendo en su ciudad natal por los
años de las Cortes, que se celebran en los años de 1810 y 1813,
tales como la «Tertulia Patriótica de Cádiz», «El Imparcial» o
en la «Crónica Científica y Literaria». De esas Cortes dijo, que
en ellas, «por vez primera en España se oía hablar en público a
otros que no fueran predicadores o abogados». El caso es que
poco tiempo sirvió a las armas, pues en 1812 abandonó su inicial
carrera siendo nombrado en 1813 agregado a la embajada de España
en Suecia, una temporal dedicación a la diplomacia, que no
llegará a ser estable, seguramente por el carácter impulsivo e
inquieto del personaje, que será recordado siempre como liberal
exaltado y orador explosivo, amén de su apasionamiento por la
política y su honradez como ciudadano, pues murió tan pobre que
sus amigos tuvieron que pagarle las exequias. En 1839 había
dicho que «al cabo de mis años, padecimientos y servicios, tengo
tan limpio el bolsillo como el ojal de la casaca.
Alcalá Galiano, como muchos otros liberales, perteneció a «La
Fontana de Oro», la sociedad masónica madrileña de la Carrera de
San jerónimo, y a la «Landaburiana» de los «comuneros», que lo
expulsarán de ella por moderado. Desde ellas, participará
activamente en la conspiración antiabsolutista para restablecer
la Constitución gaditana del «doce», suspendida por «El
Deseado». Dirigía la conspiración Francisco Javier de Istúriz
-desde su casa, llamada la «Casa otomana»-, con Juan Alvarez de
Mendizábal (ambos gaditanos) quien llegará a ser famoso por su
famosa reforma hacendística, cuyo resultado es de todos
conocido: la extinción de las órdenes religiosas y la
incautación por el Estado de sus bienes (1836).
Cuando Alcalá Galiano llegue a Cádiz para incorporarse a la
prevista sublevación de las tropas, el conde de La Bisbal, Jefe
del Ejército que se prepara para embarcar hacia América a
reprimir los movimientos independentistas, ha abortado la
conspiración y arrestado los miembros de su «brazo armado»: el
coronel Quiroga y el Teniente Coronel Evaristo de San Miguel.
Alcalá Galiano huye, por poco tiempo a Gibraltar, hasta que el
Ejército acantonado en las Cabezas de San Juan, en lugar de
pasar a América, se pronuncie contra el absolutismo fernandino,
proclame la abolida Constitución y marche hacia la Isla de León
y Cádiz. Un trienio liberal traerá a Cádiz -y a muchos
españoles- el regocijo por la libertad recuperada. Alcalá
Galiano será elegido, por primera vez, diputado en la llamada
Cortes de los «exaltados» (1821-1823), desde las que combatirá
con su dialéctica al moderado Gobierno de Martínez de la Rosa,
hasta que, caído éste, le suceda el radical Evaristo de San
Miguel. Cádiz volverá a reelegirlo diputado en las Cortes de
1834 y a retirarle tres años más tarde la credencial por su
manifiesto alejamiento de la Constitución.
Mas el absolutismo europeo y español no habían dejado dormir su
rabia por el liberalismo que gobierna España: el 7 de abril de
1823 un ejército francés al mando del duque de Angulema
atraviesa el Bidasoa y el 24 de mayo ya divisa la capital del
Reino. La matanza de liberales comenzaba... Cortes y Gobierno,
por recomendación de Alcalá Galiano, se trasladan a Sevilla,
aunque contra la voluntad del Rey. El «paseo» de los «Cien mil
hijos de San Luis» hacia el Sur, obligará el traslado a Cádiz,
último refugio una vez más, de la España libre.
La negativa del Rey obligará a declararlo incapacitado por
incompetencia mental. La propuesta nace de D. Antonio Alcalá
Galiano. Naturalmente, cuando Cádiz caiga en poder del ejército
de la Santa Alianza, el tribuno, que será condenado a muerte y
confiscados todos sus bienes, tendrá que exiliarse a Inglaterra,
donde permanecerá hasta que muera el monarca, escribiendo e
impartiendo clases de literatura española para subsistir, pues
ha rehusado la ayuda que el gobierno inglés presta a los
refugiados.
Es la postura del liberal digno para no perder su independencia.
Compartirá el exilio con reputados liberales, como los generales
Mina y Torrijos o los políticos Mendizábal, Istúriz y Argüelles.
La amnistía de 1834 a la muerte de Fernando VII le permitirá
volver a España, tras once largos años de exilio, para reiniciar
su carrera política. En el recién fundado Ateneo de Madrid, que
preside su amigo, el Duque de Rivas, él formará parte de su
Junta Directiva; en el Gobierno de Istúriz asumirá la cartera de
Marina, y en el de Narváez la de Fomento e instrucción pública,
un «regalo», al final de su vida, que tendrá como colofón la
trágica «noche de San Daniel», el 10 de abril de 1865.
La transformación política de Alcalá Galiano, del liberalismo al
conservadurismo, era un hecho constatado desde su regreso del
exilio londinense. Su adscripción al partido conservador le
llevará a permanecer en él hasta prácticamente su muerte, el 11
de abril del mismo año de 1865. Alcalá Galiano, que lleva, como
hemos dicho la instrucción pública, al dictar una circular
prohibiendo a los catedráticos sus ataques a la Monarquía y al
Concordato -incluso fuera de sus cátedras-, provocará la airada
contestación de Castelar desde «La Democracia» y la inmediata
reacción del Gobierno que lo priva de su cátedra.
La indignación será general: pueblo y estudiantes se unen en
manifestaciones y algaradas en defensa de las arbitrarias
decisiones gubernamentales, provocando la réplica del ministro
de la Gobernación ordenando a la Guardia Civil reprima duramente
a los manifestantes, cayendo muertos varios de ellos y heridos
otros muchos. Al día siguiente, Antonio Alcalá Galiano moría
víctima de una apoplejía al conocer los gravísimos sucesos que
el mismo había contribuido a desencadenar. El antiguo liberal
gaditano, impenitente luchador por las libertades, moría
tristemente como ministro de un Gobierno empecinado en mantener
a una dinastía que ha entrado en una crisis irreversible y que
en 1868, con «La Gloriosa» gaditana, tendrá que abandonar España
en la persona de Isabel II.
Extraño destino el del liberal Gaditano Don Antonio Alcalá
Galiano.
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