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No quisiera entrar en un debate filosófico acerca de una
cuestión tan controvertible como es la casualidad. Si la
casualidad es una combinación de circunstancias que no se pueden
prever ni evitar y cuyas causas se ignoran, no nos es difícil
admitir, ante ciertos acontecimientos de la vida, que algo debe
haber por ahí.
Me ocurrió el sábado pasado una anécdota sin importancia que me
hizo pensar un poco en el concepto de casualidad. Esa mañana
estuve en un conocido establecimiento de mi ciudad, que existe
en todo el país, porque anunciaba que sus productos estaban en
una magnífica rebaja y, como hacen la mayoría de las mujeres,
quise acercarme a verlas aunque no llevaba el propósito de
realizar el mínimo gasto en ellas. Mi intención era sólo la de
curiosear pero, como ellos suelen ser más inteligentes que
nosotros la mayoría de las veces, salí con unos botines
supercómodos de color negro que, me convencí, me protegerían los
pies del frío.
El anuncio de la, según ellos, estupenda oferta estaba pegado en
la suela de los zapatos con tanta meticulosidad que me resultó
muy difícil levantar los extremos para tirar y desprenderme de
él, pero, como estaba en un lugar tan oculto y sufrido, no tuve
la menor intención de esforzarme augurando que el adhesivo
tendría muy corta vida. Esa noche me puse mis botas nuevas, pero
apenas anduvimos me recogieron en coche y fuimos a casa de una
amiga a comer algo y tomar unas copas, luego, la alegría nos
invitó a pegarnos unes bailecitos en un conocido local del
Puerto de Santa María. El ambiente que se suele respirar en esos
sitios presenta las características más parecidas a lo
irrespirable y recuerdo que me intentaba mover al ritmo del
Salomé de Chayanne cuando le indiqué a mi amiga que salía afuera
porque empezaba a sentirme un poco mal. No puedo recordar más,
me dio un lipotimiazo que me hizo perder el sentido y, por lo
visto, el portero del local tuvo que sacarme como a una damisela
y me depositó dulcemente en la acera de un populoso rincón
portuense.
La suerte me acompañaba esa noche, después de todo, porque iba
con dos amigas enfermeras que inmediatamente prescribieron que
la mejor manera de que me llegara el riego sanguíneo a la cabeza
era elevarme las piernas del suelo formando una perpendicular
con mi cuerpo. Con tan magníficas cuidadoras, menos mal que
estaban allí, enseguida reaccioné para ver cómo me había
convertido en esos momentos en la principal atracción de la
calle. Para muchos mi caso no presentaba tanta importancia,
porque me miraban y se marchaban, como desengañados, mientras
afirmaban que lo que yo tenía era una «tajá como un piano». Yo,
triste de mí, como podía me defendía argumentando que yo no
estaba bebida, que lo que tenía eran tres jerséis, una camiseta
interior y el agobio insoportable que había dentro de aquel
antro.
Y mientras todo esto sucedía, un bochorno cachondisiaco se
apoderaba de mí al observar las caras de todos los que se
acercaban al improvisado ruedo y lo primero que veían eran las
flamantes suelas de mis recién estrenadas botas. Pudo haber
hasta quien pensara que ése podía ser el último reclamo
publicitario del conocido centro comercial. Yo me vine pensando
en la maldita casualidad que me permitió vivir durante un
desmayo una circunstancia tan hortera. No sufría un desmayo de
ese tipo desde hace más de una década, y estreno zapatos si
acaso un par de veces al año.
¿Acaso no puedo asegurar que la casualidad jugó conmigo esa
noche?
Este es el relato de un evento fortuito que se salió del curso
normal de los sucesos que acontecen en mi vida. Ya no tengo
ganas ni edad para ir haciendo publicidad de una manera tan
llamativa y, encima, gratuita. Tampoco fue un caso de
importancia como para considerar que me falló la fortuna o que
tuve un mal hado aquella noche, aunque ya no me volverá a
suceder que a causa de no prever accidentes tan improbables
tenga que padecer efectos tan irrisorios.
Después de pensar en cosas tan ñoñas, mejor me sería afirmar con
Darwin que «la casualidad es una palabra que no sirve más que
para indicar nuestra ignorancia de la verdadera causa de un
fenómeno».
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