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El año escolar 98/99 fue mi primera experiencia como docente.
Me tocó el I.E.S. Isla de León. Me tocó darle clases a Klara, a
Iria y a Raquel. Cerca del final del curso siguiente, en otro
Instituto y con otros alumnos, me enteré de la tragedia y se me
cayó el mundo a los pies. Busco entre los recuerdos y encuentro
sus voces, sus miradas y sus ideas, y nada revela el móvil de la
barbarie. Sólo hallo a tres amigas que disfrutan de una
formidable amistad y que, tras la sesión de evaluación de junio,
lloran desconsoladas porque una de ellas, la asesina, tendrá que
repetir curso.
Pasan los días y las primerizas explicaciones pasan a segundo
plano: el alcohol, el rol, el satanismo, el rencor por una
amistad degradada... En su lugar emerge como móvil confeso la
búsqueda de fama y la admiración por un joven desequilibrado que
blande una katana parricida. Yo, supongo que como mucha gente
del entorno próximo a las niñas, no me creo nada, ni siquiera la
confesión de las autoras, y me pregunto ¿por qué?
Pienso que ellas tres, las asesinas y la asesinada, no son,
perdón, no eran, especialmente raras. Estaban apartadas del
resto de los chavales porque, tal y como yo lo veo, destacaban
por su madurez. Vestían de negro porque eran rebeldes frente a
esa otra juventud que viste los tonos pastel, que se obsesiona
por los cancerígenos bronceados de piel y que sólo saben hablar
de zapatos y ligues. Quizá también por eso jugaban a la güija:
¿qué puede haber más rebelde en una ciudad tan capillita como la
nuestra? Además, sus aficiones y su «look» están perfectamente
tipificados y contemplados en nuestra sociedad, o sea, que están
ahí, a la mano, para el que quiera adoptar ese rol. En efecto,
si vamos a Bahía Sur, ¿acaso no venden en algún que otro
establecimiento calaveras ornamentales y camisetas oscuras con
zombis rocanrroleros? Pues eso, que nada de lo que escucho me
deja satisfecho, ninguna explicación, ninguna rareza ni matiz de
su carácter y por eso me voy a atrever a opinar.
Ellas son inteligentes, educadas, discretas. No han buscado la
popularidad ni la prensa. Querían a Klara, quizá no tanto como
el año pasado, pero sé que la querían. Yo mismo, cuando salía de
comprar tabaco del estanco de Reyes Católicos -fue en marzo o en
abril-, me tropecé con la autora material del asesinato y la
asesinada, y las dos iban juntas, hablando de sus cosas, no como
si fueran dos buenas amigas que cuidan una hermosa intimidad,
sino siéndolo de veras. Me dicen antiguos alumnos que estaban
peleadas, que Klara se había distanciado, pero yo,
sencillamente, dudo que el enfriamiento de la amistad derivase
en un odio tan feroz que, por otro lado, no ha estado presente
en la actitud de las acusadas. Más bien todo lo contrario: dicen
que la frialdad ha sido absoluta en todo momento. Yo diría que
es posible que pasaran de una intimidad absoluta a una gran
cordialidad, pero nunca diría que el móvil son los celos o la
envidia o el rencor.
¿Entonces, qué ha pasado aquí? ¿Cómo hacer compatibles la
amistad con el asesinato? Ojalá pudiera hablar con ellas,
preguntárselo y mirarlas a los ojos, comprender... Pero de
momento no puedo. Lo único que puedo hacer es imaginarme lo que
me parece más sensato a raíz de lo que recuerdo de ellas: que se
han suicidado a costa de la vida de Klara. Han matado a Klara
para matarse a sí mismas... Sabían que la vida después de esto
carece de sentido. Ya el curso pasado encontré en sus maduras
miradas un inmenso nihilismo y desesperanza que, creo yo, ha
concluido en un acto de autodestrucción. Sí, se han suicidado
matando. Suena raro, lo sé, y escandaliza pensarlo por cuanto
que Klara está en el cementerio y ellas aún respiran, pero lo
creo de verdad. Ha sido una decisión meditada, una opción
existencial, un monstruoso producto de sus voluntades, una
muerte en vida a través de la muerte de otra persona, aquella
que un día fue su amiga más íntima y que, creo yo, aún lo sigue
siendo. Pero hay más...
Me cuentan con gran escándalo que una de las asesinas, Raquel,
ha pedido hacer los exámenes de junio en el instituto Isla de
León. ¿Se imaginan una provocación mayor que esa? ¿Se puede ir
más contra corriente? Yo veo en su petición, en su asesinato, en
su vestimenta, en su afición a los juegos satánicos, una
rebelión absoluta contra la sociedad, contra las normas de la
decencia, contra todo lo que creemos, defendemos y veneramos. Yo
veo en esto una maldad absoluta, que no es fruto de su hogar o
sus experiencias, que nace de la inteligencia, de la soberbia
del individuo frente al grupo, de las ganas de renegar de todo
lo socialmente establecido y de gritar que ellas están fuera.
Me recuerdan a los neonazis, a Hannibal Lecter -el de la
película «El silencio de los corderos»-, a los etarras... están
fuera de lo socialmente admitido, aunque no fuera de la
sociedad, pues todos los anteriores son roles que nuestra
sociedad tiene a la mano para todo aquel que quiera adoptarlos.
Estudiaron y admiraron al asesino de la katana: como él, el
suicidio rebelde se produce a través del parricidio. Sólo que
esta vez es casi un fraticidio: acabaron con su mejor amiga,
aunque sin lágrimas ni remordimientos. Que nadie diga que
desconocían lo que hacían. Eran perfectamente conscientes: me
parece que, según las asesinas, si la vida es una mierda, todo
deberá arder en el infierno, todo deberá estallar en mil
pedazos, empezando por lo que más queremos, nuestra amiga Klara,
la dulce Klara.
Nota: Pido disculpas por este artículo. Sabed que me duele el
corazón cada vez que tecleo su nombre y cada vez que me doy
cuenta de que busco explicaciones sensatas a lo que sólo es
barbarie. Ojalá pudiera condenar sin intentar comprender. Quizá
sería lo más sensato.
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