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Son tantas cosas las que le podría decir del llanto del niño que
me voy a permitir contarles parte de lo que vi y sentí en mis 40
años de Pediatra y en mis veinticinco mil fichas de historias
clínicas de mi visita privada. Así, contando al mundo mis
preocupaciones y experiencias -no siempre gratas-, espero
sentirme más tranquilo.
Empecemos por aquel niño que lloraba sin parar desde hacía 28
horas. Tenía sólo dos días y no había forma de calmarlo. Lo
hicimos desnudar y todos quedaron boquiabiertos cuando vieron
que el motivo de su llanto era, sencillamente, un imperdible
abierto y clavado en la espalda. Y es que lo cambiaban de ropa
muy deprisa para que no se enfriase. Una terrible falta de
cuidado.
Hasta aquella otra madre que acudió a nosotros desde un barrio
rural de Zaragoza. Tenía un hijo único y era una maníaca que
veía enfermedad en todo lo que su hijo padecía. Lo exploramos
concienzudamente sin encontrarle nada, por lo que nos sentamos
abrumados y dudosos en el consultorio, cuando Dios, o algún
Ángel de la Guarda, hizo que el niño, de nueve meses, lanzase un
grito penetrante. No lo dudamos un momento, era el grito
cerebral que había tenido ocasión de oír en la epidemia de
meningitis que asistimos en el Hospital del Rey de Madrid,
cuando nos especializábamos, después de la licenciatura de
Medicina.
La positividad del neumococo del líquido cefalorraquídeo, tras
la punción lumbar que le practicamos, en el acto y sin dudarlo,
nos llevó hasta el diagnóstico precoz de aquel proceso tan
grave. Pudimos conseguir su hermosa curación...
Estas anécdotas no tienen otro fin que el conseguir que le deis
la importancia que se merece, convencernos de que es muy
importante atender con tiempo y a tiempo lo que es el llanto de
un niño. Y es que no faltan los insensatos que lo toman con
indiferencia, diciendo que así se les «ensanchan los pulmones».
Y se quedan tan tranquilos, sin darse cuenta de la repercusiones
que puede tener esa indiferencia fatal y hasta cruel.
En su estudio sobre la espectrografía sónica del llanto se han
puntualizado su duración, tono, voz, nasalidad. Se ha conseguido
diferenciar el llanto del niño que tiene dolor del que llora por
hambre... o de placer -como pudo ser el de Penélope Cruz cuando
grito lo de ¡Pedro! al tener que comunicar el triunfo de su
Director de cine, Pedro Almodóvar, en Hollywood, entusiasmada de
triunfos y alegría, sin poderlo remediar, con toda su alma-
aunque, naturalmente, es el Pediatra el que tenga que demostrar
la causa del mismo con sus conocimientos y experiencias.
Siguiendo con lo anecdótico, me creo en la obligación de
referirles, señoras que me leéis -para vuestra alegría-, que no
faltan estudiosos que consideran la mayor longevidad de la mujer
a la facilidad que este sexo tiene para emplear una magnífica
arma terapéutica: el llanto, la facilidad para llorar. (Sabido
es la prohibición de esta expansión afectiva en los hombres.)
Seguramente pensamos, quizás alegremente, que esta sería la
razón por la que el estupendo personaje de los Quinteros buscase
a la mujer de esta forma pueril: «Las flores con rocío y las
mujeres con lágrimas» justificando algo que, seguramente, ahora
daría mucho que hablar y discutir.
Nosotros admiramos a los ancianos y los consideramos como algo
digno de la mayor veneración, como nuestro estupendo y sabio
Goya, que en uno de sus últimos aguafuertes escribió «Aún
aprendo». Los admiramos y respetamos, pero los instamos a que
sigan aprendiendo, sabiendo más cada día, confrontando lo que ya
aprendieron en su dilatada vida con otras nuevas experiencias.
Son muchos los que desperdician sus horas sin hacer nada. Esto
nos recuerda aquellos versos de Montoto:
Respeto la ancianidad,
pero, según yo discurro,
un burro de mucha edad
es más burro que otro burro
de no tanta antigüedad.
Siguiendo con nuestro tema, no cabe la menor duda de que las
lágrimas son una válvula de escape a la angustia, sobre todo
femenina, si recordamos aquellas lloronas aficionadas al llanto
que terminaban por acudir al teatro, a las representaciones de
los folletines, a llorar a moco tendido desde el patio de
butacas, pasando el mejor rato de su vida, saliendo luego del
espectáculo contentas y satisfechas con esta expansión íntima
tan inofensiva.
Todo esto no quiere decir que el niño deba llorar porque sí, ni
mucho menos. Si su hijo llora de forma desacostumbrada y
alarmante, no se conforme usted y acuda a su pediatra a aclarar
el problema de su llanto. Nunca lo deje llorar porque sí. Y como
nada es nuevo en este mundo, tan viejo ya, podríamos recordar a
este respecto los estudios de Gessel, Spitz, Shemann..., toda
una serie de investigaciones culminadas por WASZ-HOCKERT, LIND,
VONEONKOSKI, PATERMAN y VALANNE... que se recogen en un
interesante texto que va acompañado por un disco o casete con
los diferentes llantos del niño y su mejor forma de
interpretarlos, como sería obligación de hacerlo por todos los
que somos pediatras en ejercicio, cosa que a nosotros ya no nos
corresponde, jubilados hace años.
Pero hemos tenido ocasión de oír cómo una abuela afirmaba a una
madre inquieta que se asustaba por el llanto de su hijo recién
nacido: «Déjalo que llore, lo hace porque es llorón, como lo fue
su padre cuando nació, que me daba unas noches que para qué te
quiero contar.» Esta insensata afirmación estaba respaldada por
la fuerza que le daba el haber criado varios hijos a su manera.
El llanto es, efectivamente, la única expresión verbal que tiene
el niño; su única forma de hablar, de decirlo todo, bueno o
malo, triste o alegre, agradable o desagradable... Pero, no es
eso todo; para eso y por eso precisamente debemos saber qué es
lo que nos está diciendo ese niño, saber interpretarlo, poder
hablar con nuestro hijo que no sabe ni puede hablar de otra
forma.
La cosa es lo bastante seria como para que usted, y todas las
madres, tengan presente siempre algo tan importante como que son
estos seres tan débiles los que más necesitan de nuestra
atención. ¡No lo olvide!
Que ese ser lloroso y débil es NADA MENOS QUE SU HIJO...
¿Estamos?
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