Cuenta Don Juan Manuel en uno de los cuentos de su libro "El
conde Lucanor", la historia de un padre y un hijo que no dejan
de recibir críticas desafortunadas. El motivo es muy sencillo:
van de camino hacia alguna parte acompañados de un débil
borrico. Cuando es el muchacho quien monta el animal, piensan
los que con ellos se cruzan que es una pena ver andando al señor
mayor. El padre, ante ello, decide cabalgar. Por supuesto, ahora
lo lamentable es que el chico vaya de pie. Puestas así las
cosas, optan por montar ambos juntos. Pero, ¡pobre animal! ¿Cómo
pueden ser tan desconsiderados ante un ser tan débil? Solución:
los dos a pie y tan contentos todos. Mas, ¿se puede ser más
tonto? Pudiendo ir más cómodos, allá van ambos, cansados, y el
borrico seguro que riéndose de la torpeza de los amos. La
moraleja de don Juan Manuel no puede ser más clara: hagamos cada
uno lo que creamos en conciencia, y allá los otros con la suya.
Don Juan Manuel, buen prosista del siglo XIV, da exacta cuenta
en éste, como en todos sus cuentos, del alcance del ser humano
como «ser pensante». Y la verdad es que, a la hora de pensar y
tomar decisiones, tal es el caso de la historia resumida,
complejos se presentan a veces los casos ante los que nos
encontramos. También es cierto que la gravedad del caso
frecuentemente radica en la fatídica pregunta: ¿Qué pensarán los
demás? Y así nos va cada dos por tres. Hondos problemas de
conciencia, idas y venidas por nuestra frágil mente que, a fin
de cuentas tiene siempre un miedo: no ser aceptado por la
sociedad, por el pequeño entorno que nos circunda. Ciertamente,
el temor a vernos solos por mostrar una opinión no compartida
nos cohíbe. ¿No es mejor entonces aplaudir lo que por consenso
es bendecido? ¿Para qué amargarnos la vida mostrando nuestras
diferencias? A fin de cuentas, ¿vamos nosotros a cambiar el
mundo? Y aquí está nuestro error. El día en que todos nos
percatemos de que somos realmente únicos, y de que hemos nacido
para ser diferentes, empezaremos a evolucionar.
No sé qué ocurre a nuestro alrededor, qué clase de maquinaria
siniestra está puesta en marcha desde siempre para amordazar
voces y sentires maravillosos. Nos entrenan para cumplir sin
tacha unos programas previamente establecidos. Pero no nos
enseñan a conectar nuestras conciencias tal como el corazón
particular de cada uno las dicta. Y el dictado del corazón, no
lo olvidemos, es la mejor de las consignas. Todo es mejorable en
este mundo, tanto a nivel individual como a nivel colectivo, y
ello por la simple razón de que hombres y mujeres, aun gozando
de una esencia que tiende a la perfección, apenas han ensayado
los primeros pasos para conseguirlo.
Encontrar el camino para superarnos como humanos es la meta,
pero sólo lo hallaremos en nuestro interior, haciéndonos oír a
nosotros mismos. Y, una vez que nos hayamos escuchado, airear
nuestra voz sin miedos ni prejuicios. Darnos una oportunidad es
la primera asignatura a superar, y así, si un día cualquiera
vamos a pie o montados sobre el más importante rocín, de poco
nos valdrá cuanto de ello se diga.