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Así comienza José Saramago su novela «Ensayo sobre la
ceguera». Y así también podría haberla terminado. Las historias
que discurren entre ese primer instante del comienzo y el
siguiente del aparente final, son las portadoras de la señal
inequívoca del silencio, la marca indeleble de la reflexión mas
humana y directa.
Juan José Millás, haciendo uso de esa reflexión, comenta que
existen novelas que después de leídas continúan iluminando
túneles en la conciencia, y queda claro que ésta es una de
ellas.
Quizás sea en esos túneles profundos y mentales donde más luz se
necesita para redescubrir los principios básicos de la
Humanidad. Esos valores de Solidaridad y Cooperación que unos
personajes perfectamente seleccionados pueden representar a la
gran parte de esta sociedad actual, que realmente padece la
enfermedad de la ceguera.
Así, a la altura que discurre este matrimonio experimental entre
la Vida y la Humanidad, es de agradecer que cierta Literatura,
libre de vanidades y florituras innecesarias, tenga espacio,
todavía, entre tanto pastiche de personalidades invidentes,
entronizadas en el desierto del reconocimiento intelectual y
elitista. Afortunadamente, una vez más la Sencillez y la
Honradez personal son la materia prima con la que alimentar la
coherencia, siendo estas Energías las moldeadoras de una
palabra, de una forma de comunicar sentimientos, emociones, en
definitiva, conocer las moléculas del Alma que saben reconocer
lo común entre todas las Almas.
De esta manera se hace realmente fácil comprobar que nunca una
novela sobre la ceguera pudiera abrir tanto los ojos a la Luz,
abrirlos a la experiencia de captar los destellos de un
resplandor que desde el interior marca la señal dorada.
Ya en otra ocasión, con motivo de la introducción al libro
«Terra», del maestro de la fotografía Sebastiao Salgado, queda
de manifiesto su descubrimiento en lo pequeño y natural, la
grandeza de lo común, la belleza del compartir.
Por eso no es de extrañar que novelas como ésta se conviertan en
el Mirlo Blanco de la Literatura, portador de aires nuevos y
frescos con los cuales dejar libre del polvo duro y compacto del
olvido, de nuestra ignorancia ante esa parte de cada uno que
respira Magia. Se puede decir, que nuestra sociedad está
presente en cada uno de los capítulos y es diseccionada con el
bisturí de la sinceridad, abriendo en canal situaciones donde
esos valores Humanos son puestos a prueba por la ceguera del
egoísmo, por la terrible ceguera del poder, del poder ejercido
sobre todos los demás.
En esta obra tampoco podría faltar la ironía dulce y sutil, lo
cómico, como resultado de la aparición en momentos de necesidad,
en momentos donde la ayuda tiene que ser acción, de esos
personajes mesiánicos que se convierten en los videntes que con
su ceguera anclada en el presente son capaces de navegar por las
aguas del futuro y traer a sus acólitos galeones repletos de
desastres, de «tesoros». Esta cuestión queda actualmente al
descubierto, pues, esa Luz que habita en cada uno de nosotros,
que vive a golpe de acciones, que se alimenta a base de
Emociones y Sentimientos, que se desarrolla y crece gracias a la
alegría de Vivir, que ve por medio del Compartir y el Ayudar, de
la Felicidad que produce todo esto, se está apagando y nuestros
ojos no pueden dar Luz a todo ese mundo que nos transmite el
reflejo de nuestra ceguera.
Sin embargo, al final se hace la Luz y la Esperanza aparece como
esa mano amiga tendida al viento de un presente disfrazado de
pasado, cargado de malos sueños, de pesadillas extrañas. Pero,
en el fondo, cerrar en falso el pasado real, no descubrir la
Esencia profunda y luminosa que nos conecta a toda la Humanidad,
a cada partícula de los Planetas, no aprender de las
experiencias y desechar los sentimientos redescubiertos en
momentos cruciales de la Vida, nos llevarán irremisiblemente a
un segundo ensayo sobre la ceguera que, posiblemente, una mano
que responde al nombre de José Saramago ya esta escribiendo.
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