![]() |
Portada gral. | Staff | Números anteriores | Índice total 2000 | ¿Qué es Arena y Cal? | Suscripción | Enlaces |
Hace días que me sigue, que me investiga, vaya. Lo sé. No es
preciso que nadie me diga que son tonterías mías. Lo sé. Basta
con presentirlo. Una sabe lo que son presentimientos y lo que
son realidades.
Salgo a la calle. Es un decir, claro. El sol cruza entre los
transeúntes, los hace más dulces y humanos. Los árboles le dan
al sol un tono de verde tierno. Salgo a la calle. Miro. Aunque
es hora más bien tardía para que alguien se fije en mí, no hay
cuidado. Presiento que me espían, que unos ojos se posan sobre
mí. ¿De quién será el obsequio? ¿Qué pretenden o que esperan
encontrar en mis paseos? Un enamorado no será, que esto ya
pertenece a la época de mi juventud. Ahora estoy ajada, lo que
se dice un cuervo, con sus alas destrozadas, sin nada bello. Los
años que pasaron han dejado su huella en mí. Entonces ¿qué
acechan ?
La calle me devuelve la sonrisa. Hola a la tal, hola a la cual,
porque la tal y la cual están ahí, sopesando mi salida. ¿A santo
de qué salgo a la calle, si nada me obliga a ello? ¿Será porque
espero darme de narices con el investigador?
Y que me siguen es un hecho. Busco la mirada del hombre entre
mil miradas indiferentes. ¡Si al menos me mirara con curiosidad
o amor! Porque podría ser que alguien -el desconocido que todas
tenemos- podría ser -repito- que el desconocido nos buscase,
acechase nuestros pasos, desease averiguar la virtud que mi
cuerpo guarda... Decidir ¿qué? Loca estoy con este sueño de
aventuras.
Pero que me siguen es algo seguro. A este hombre de gabardina
gris le he visto ya un par de veces. Lleva el paso acompasado,
como mi paso, asimismo acompasado. ¿Y su mirada? Mira como quien
no ve, como si dejase caer una piedra al río sin importarte las
ondas que producirá. Este hombre, alto, paciente, hermoso...
Seguramente empobrecido por alguna mujer mefistofélica. Vaya
usted a saber. Lo normal.
Procuro no levantar sospechas. Ando firmemente, segura de mis
pasos que no conducen a ninguna parte en concreto. A buscar un
café. El café de todos los días.
Encuentro mi rincón alejado de la puerta. Entro y pido el café y
¡sorpresa!, el señor de la gabardina también entra para pedir un
café. ¡Así, pues, su presencia confirma que me sigue, que me
investiga! Le miro con mi timidez reconocida.
-Señor -le digo. El me mira, asombrado-. Señor...
-Diga, diga -habla con voz trémula.
-¿Por qué me sigue? -pregunto con desenfado-.
-¿Yo?
Su pregunta-respuesta es tan absurda como su interés en ocultar
la verdadera situación.
-Yo no la sigo, señora -asegura-. Será que nos encontramos por
pura casualidad...
Alzo mis puños cerca de su rostro.
-Es que si me sigue usted, ahora mismo llamo a la poli y dejamos
las cosas en claro.
Le pongo tan nervioso que el café le cae al suelo. Tiembla,
suda. Y se marcha sin atender el gasto.
En la calle presiento que la aventura va a seguir por el mismo
camino, porque el hombre de la gabardina sigue ahí, medio
escondido, mirando sin ver unos escaparates de ropa femenina.
Veo el hombre por todas partes. Me sigue hasta la peluquería,
¡hasta la sala del dentista me sigue!
Con los días su atrevimiento no me parece tan cruel. Cuando le
miro hace una mueca, como disculpándose.
Yo sé que poco a poco mis dudas sobre si me sigue se habrán
terminado, que lo de seguirme y investigarme es cosa cierta.
Una tarde nos tropezamos a la salida del metro. Me saluda, como
un viejo conocido y me da la mano.
-Lo que yo deseo saber -le pido- es que si alguien me está
espiando y por qué.
El sostiene mi mano entre la suya. Brillan sus ojillos.
-La sigo porque la amo a usted -confiesa. Sus ojos, algo miopes,
suspiran por mi sonrisa-.
-Vamos, a su edad -le digo-. No está bien que vaya suspirando
por las calles por alguien tan desvalida como yo -le informo-.
Deje de espiarme y diga lo que desea saber.
Son tantas las cosas que desea saber el desgraciado que le
propongo que dediquemos toda una tarde para estos decires.
No me hago ilusiones, aunque en estos días han desaparecido mis
rojeces de cuervo y mi piel parece gustar del suave viento que
me saluda. El sol en las calles sigue cercándome. Es como si mi
cuerpo perdiese muchos, muchos años.
El hombre de la gabardina podrá ver mi transformación.
Pero, a partir de la tarde de la entrevista, seré yo quien le
siga, para saber si todo es verdad, si merece que una mujer tan
tierna y ajada como yo le preste la atención debida.
Pulse la tecla F11 para ver a pantalla completa