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Esperaba ese momento y a la vez lo temía, no creía que llegara
el día de defender un caso tan difícil, de «alarma social», como
se dice ahora. No sabía cómo presentarse. Ante el espejo ensayó
una sonrisa que resultase agradable y no pareciese forzada con
la idea de darle confianza a su defendido, al presunto autor de
dar muerte a su esposa. Le habían designado a él como abogado
defensor. La situación requería un aplomo y una serenidad fuera
de lo común, pues estaba en juego nada menos que su reputación
como abogado.
Quería infundir confianza al reo para que le explicase los
motivos de su delito, un delito que nadie comprendía.
Él la conocía y sabía que el fin de esa mujer, tarde o temprano,
sería ese. La había conocido no hacia mucho tiempo en un viaje
que hizo con motivo de una entrevista de trabajo y a la que
acudía pensando que le iba a proporcionar grandes beneficios
como abogado de una gran empresa. Tropezó con ella en el pasillo
del AVE y, al ir a disculparse, ella le miró de una forma...
Tuvo la seguridad de ser el preámbulo de una aventura amorosa de
lo mas ardiente, como así fue al llegar a Madrid. Para él
resultaba ser una más de tantas que no dejó pasar de largo. En
el siguiente viaje le extrañó mucho volver a verla. Al pasar de
un vagón a otro la reconoció por su cabellera pelirroja. Cuando
tuvo la certeza de que era la misma mujer, retrocedió para no
ser visto. No sentía ninguna atracción por ella. Recordaba aquel
rato de hotel, su charla insulsa mientras fumaba cigarrillo tras
cigarrillo saciada ya sus ansias. Se jactaba de haber conocido a
muchos hombres... Se despidió de ella un tanto asqueado. Juró no
volver a vivir más aventuras amorosas con cualquier desconocida.
En cambio, su amistad con el acusado no era reciente. Habían
sido compañeros de estudio y de más de una juerga juvenil. Se
separaron al terminar la carrera, y, aunque no se veían muy a
menudo, siempre estaban en contacto por un medio u otro. Por
eso, cuando su amigo le escribió diciéndole que se había casado
y adjuntándole una fotografía de la boda, se quedó estupefacto
al comprobar con quien se había echado las bendiciones. Cómo
decirle...
Tras larga reflexión, pensó que lo más sensato era no referir
nada. Le envió su enhorabuena y un regalo y se hizo a la idea de
postergar o alargar cuanto pudiera toda comunicación con su
amigo.
Sin embargo, no transcurrió mucho tiempo -apenas unos meses- que
recibiera una llamada por teléfono. Su amigo, aunque en un
principio motivó la llamada en interesarse por cómo estaba y
demás, terminó refiriéndole que no era feliz en su matrimonio,
que su mujer cada vez se alejaba más de él haciendo constantes
viajes y alegando motivos de trabajo y otras argucias. A esta
llamada le siguieron otras con las mismas o parecidas
circunstancias.
Al encontrarse frente a frente a su amigo consideró que la
sonrisa que había ensayado ante el espejo estaba fuera de lugar.
Se miraron sin que ninguno de los dos hiciese el menor gesto de
conocerse.
El, como abogado, le tendió la mano. Nadie pudo calibrar la
presión que ejercieron sus dedos, pero cualquiera hubiera visto
en aquellas dos manos fuertemente estrechadas las del náufrago
que se aferra al salvavidas o las de quien quiere sacar del agua
a alguien que se está ahogando.
Llegó el día fijado para la vista y, tras la exposición de los
hechos, quedó medianamente claro lo que había ocurrido el día de
autos y de la forma que ocurrió. Los hechos fueron así: Una
empresaria, al apearse del tren, había caído entre el anden y la
vía, fracturándose la columna vertebral con resultado de muerte.
Algunos testigos presenciales dijeron haber visto cómo era
empujada por un viajero que, identificado por estos, resultaba
ser su marido.
Es cierto que cuando se juzga un caso de muerte se analizan
minuciosamente hasta los más mínimos detalles, pero los móviles
reales que concurren en un caso así nunca salen a la luz. Fueron
muchas las sesiones que se llevaron a cabo en dicho juicio, pero
fueron muchas más las jornadas de deliberaciones del jurado
popular para dar un veredicto justo.
El abogado defensor tuvo unas brillantes intervenciones a lo
largo de la vista, intervenciones en las que no sólo demostró su
perfecto conocimiento profesional, con todo tipo de
argumentaciones y la cita de jurisprudencia, sino que supo
acompañar del suficiente ardor y expresividad como para dejar
bien sentado a Juez, fiscales, jurados y demás integrantes de la
Sala su completa consciencia y convencimiento de que su
defendido era totalmente inocente del delito que se le imputaba.
Los medios de comunicación se hicieron eco de cuanto sucedía en
el juicio ante la expectación creada por el caso. La opinión de
la calle se encontraba muy dividida y llena de curiosidad por
saber a qué lado caería la balanza al final del juicio.
Hay que decir que entre los dos amigos no se cruzaron las
miradas ni una sola vez durante los días que durara la vista.
Transcurridas casi dos semanas de deliberaciones se dio a
conocer la sentencia. Ésta, como no cesaba de pedir el abogado
defensor, fue absolutoria.
Después de tanto tira y afloja, y una vez libre, el ex-acusado
le preguntó a su amigo el motivo de haber puesto tanto ardor en
su defensa, cuando ni siquiera sabía la verdad de lo ocurrido,
ya que no le había dicho si fue él quien la había empujado o
cayó accidentalmente. Éste le contestó: «Eso es lo de menos. Yo
hubiese hecho igual...»
Se miraron a los ojos y, sin pronunciar palabra alguna, se
besaron tierna y levemente en los labios; luego, entrelazando
sus dedos como dos enamorados, siguieron su camino por entre las
frondas y rosaledas del parque.
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