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Un día, hacía ya mucho tiempo, apareció en su vida; nació
lentamente en la inmensidad de sus silencios y pudo vislumbrar
su presencia con los ojos cerrados, como la caricia de un alma
que se buscaba en ella.
No era más que el amor sin rostro de alguien cuyos dedos
invisibles la rozaban por dentro con esa ternura íntima que
siempre halló entre las lágrimas de una nostalgia que no venía
del recuerdo, sino de la esperanza.
Y cuando la vida le apretaba el alma con garras afiladas, cuando
la soledad la miraba con ojos fijos, amedrentándola, cuando el
desamor le pagaba el billete de un autobús que parecía no
llevarla a ningún sitio, ella se iba a buscarle al otro lado de
los sueños.
Pero la duda se burlaba de ella muchas veces y la señalaba con
un dedo despiadado mientras el silencio se quebraba con la
sacudida de su cínica risa. Se reía de ella, que tan sólo
anhelaba saberle al otro lado de los sueños. Porque si él
existiera, si tuviera la certeza de que la soñaba en alguna
parte, quizás no importaría que nunca se encontrasen. Le
bastaría saber unidas sus almas a través del alma del mundo, y
podría ella misma reírse de la duda y de la propia soledad. Cada
noche tendría un hombro invisible en el que apoyar su cabeza y
llegar sobre él hasta el otro lado de los sueños. Caricias que
se tejían con pensamientos y besos que nacían de soñar el roce
de unos labios repletos de silencios parecidos a los suyos.
Si supiera que estaba en alguna parte, fuera de su vida, al otro
lado, deseando cruzar el abismo que el destino les tendía,
podría, por él abrir, cada mañana las ventanas y llenar de luz
el vacío que crecía en su vida como una enredadera que la
atrapaba en la noche. Porque soñar se iba pareciendo más a vivir
que la propia vida. Porque él, que fue el impulso que la movió
desde que se reconoció como mujer, nunca había llegado a formar
parte de su mundo. Otros se colaron en su vida como impostores
que se disfrazaban de los sueños que ella reveló en algún
momento de flaqueza.
Algunos intentaron parecerse a él, convertirse en él, poseerla
para siempre, robar el alma que tan sólo a uno podría
pertenecer… Pero ella siempre acababa rompiendo los lazos que la
ataban, para estar sola y ser libre y encontrarse con él al otro
lado de los sueños…
Siempre al otro lado. Un día, hacía ya mucho tiempo, apareció en
su vida; nació lentamente en la inmensidad de sus silencios y
pudo vislumbrar su presencia con los ojos cerrados, como la
caricia de un alma que se buscaba en ella.
No era más que el amor sin rostro de alguien cuyos dedos
invisibles la rozaban por dentro con esa ternura íntima que
siempre halló entre las lágrimas de una nostalgia que no venía
del recuerdo, sino de la esperanza.
Y cuando la vida le apretaba el alma con garras afiladas, cuando
la soledad la miraba con ojos fijos, amedrentándola, cuando el
desamor le pagaba el billete de un autobús que parecía no
llevarla a ningún sitio, ella se iba a buscarle al otro lado de
los sueños.
Pero la duda se burlaba de ella muchas veces y la señalaba con
un dedo despiadado mientras el silencio se quebraba con la
sacudida de su cínica risa. Se reía de ella, que tan sólo
anhelaba saberle al otro lado de los sueños. Porque si él
existiera, si tuviera la certeza de que la soñaba en alguna
parte, quizás no importaría que nunca se encontrasen. Le
bastaría saber unidas sus almas a través del alma del mundo, y
podría ella misma reírse de la duda y de la propia soledad. Cada
noche tendría un hombro invisible en el que apoyar su cabeza y
llegar sobre él hasta el otro lado de los sueños. Caricias que
se tejían con pensamientos y besos que nacían de soñar el roce
de unos labios repletos de silencios parecidos a los suyos.
Si supiera que estaba en alguna parte, fuera de su vida, al otro
lado, deseando cruzar el abismo que el destino les tendía,
podría, por él abrir, cada mañana las ventanas y llenar de luz
el vacío que crecía en su vida como una enredadera que la
atrapaba en la noche. Porque soñar se iba pareciendo más a vivir
que la propia vida. Porque él, que fue el impulso que la movió
desde que se reconoció como mujer, nunca había llegado a formar
parte de su mundo. Otros se colaron en su vida como impostores
que se disfrazaban de los sueños que ella reveló en algún
momento de flaqueza.
Algunos intentaron parecerse a él, convertirse en él, poseerla
para siempre, robar el alma que tan sólo a uno podría
pertenecer… Pero ella siempre acababa rompiendo los lazos que la
ataban, para estar sola y ser libre y encontrarse con él al otro
lado de los sueños…
Siempre al otro lado.
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