Una semana antes de que Carmen Martín Gaite nos dejara
súbitamente, leí un artículo de un periódico cotidiano sobre la
elección de cinco autores españoles para ser traducidos al
francés. Uno de estos autores era Carmen Martín Gaite con su
reciente novela «Irse de casa» (Claque la porte), que estará en
las librerías francesas tal vez el próximo invierno.
Qué lejos estaba en la mente de Carmen, cuando le comunicaron
que sería traducida a una lengua extranjera (entre tantos libros
como sacan las editoriales cada año), que ya no vería sus libros
traducidos en las librerías galas. Un mal irreversible y fatal
la apartaría brusca y definitivamente de ese mundo fascinante de
las letras en la que ella participó con tanta brillantez.
Nunca sabremos si en sus últimos momentos pudo hacer un balance
de su vida, tan repleta de éxitos como de golpes dolorosos que
pudo superar gracias a su entrega casi total a la escritura. Y
ello se remonta a los años 50, cuando se reunía en el Café Gijón
de Madrid con otros escritores de su generación, siendo ella la
que tuvo una trayectoria continua de éxitos. Así lo acredita el
premio Príncipe de Asturias de las Letras que compartió con José
Ángel Valente, también fallecido recientemente.
Conocí a Carmen personalmente y quizás por eso su recuerdo
perdurará en mí mucho más profundamente.
Fue en una velada flamenca en el Club Naval, cuando,
deshilvanadamente, nos contó anécdotas de sus escapadas por los
pueblos blancos. Necesitaba evadirse de sus compromisos
cotidianos que le absorbían plenamente y adentrarse en ese otro
mundo de la gente del pueblo que tanto le agradaba. Comentaba
que le encantaba conversar, indagar, penetrar en sus vidas tan
simples y carentes de todo, lo que a sus ojos le hacía
admirarlos mucho más, alegando que esa riqueza interior que
poseían se adquiere solamente cuando se tiene mucho tiempo para
pensar.
Detrás ha dejado una extensa obra literaria y un grato recuerdo
de su persona. Adiós, Carmen, descansa en paz.