Un intermediario -según el DRAE- es el que media entre dos o más
personas y especialmente entre productor y consumidor de géneros
o mercancías.
Pero dicho de manera más real y objetiva: el intermediario es la
persona o entidad que hace que el kilo de patatas que aquel
señor de la gorra, rostro de bronce y manos encallecidas sembró
y recogió tras meses de esfuerzo y sudor, y por el que percibió
cuatro pesetas, le cueste a usted las 100.- ptas. del ala que
pagó en la plaza o supermercado; el mismo que hace que el kilo
de sardinas por el que recibió cinco duretes el que luchó contra
las olas para traérselas de Agadir le cuesten a usted las
quinientas pesetas que tuvo que abonar -martín, martín- en la
pescadería.
Intermediarios... Y lo más jodido de todo este invento es que el
productor, el que sembró y sacó las papas o el que se dejó los
sudores en la mar, no pueden ponerle el precio a sus esfuerzos:
se lo ponen, sin más opciones, los que le recogen la producción,
o sea, los intermediarios. Estos -no hace falta poner nombres,
porque usted ya sabe quiénes son- ponen los precios que les
parece a una y otra banda. Y punto.
Pero estos chupasangres locales son poco más que sanguijuelas
del tres al cuarto. Lo gordo, lo verdaderamente gordo está en
otro lado, allí donde mete mano, engorda y picotea la más voraz
de las carroñeras. Siguiendo el ejemplo, vayamos a lo del
petróleo...
Lo OPEP es una liga o coalición de países -dueños de casi todo
el petróleo del planeta- unidos con unos propósitos y objetivos
comunes: la defensa de su petróleo y de sus intereses. Así las
cosas, podría pensarse -y de hecho se piensa- que son ellos los
únicos culpables de las escandalosas subidas del crudo y de los
combustibles. Sin embargo, el rey Fad y su coalición de
productores son un poco así como el labriego de las papas o el
pescador de sardinas. Durante años soportaron que les
esquilmaran su oro negro por unas perras... De ahí el trust, de
ahí la OPEP, de ahí el aunar fuerzas para defenderse del
incansable y unamuniano buitre voraz de ceño torvo.
Hay un mercado del petróleo -como lo hay del café, de minerales,
de diamantes y de todo cuanto sea susceptible de ser
monopolizado y explotado- donde no hay otro dueño que el
quevediano poderoso caballero. Varios grandes Bancos -con mucho
imperio detrás-, solos o consorciados entre sí, intervienen
sobre la producción desde sus orígenes para, salvadas a su favor
las leyes de la oferta y la demanda, marcarles al oro negro los
rumbos que les viene en gana.
Está claro que los gobiernos y sus mandamases no pueden hacer
nada. Ni quieren...
Recuerdan lo que les pasó a Adán y Eva, a Luzbel, etc. Y ya ven:
si no es el angelote de la espada llameante, será el garrote vil
de las elecciones.