Tenía preparada en la mesa de la cocina, todas muy bien puestas,
unas croquetas en «fila india», y mientras se calentaba el
aceite para freírlas me fui a la salita con mi marido. Cuando
retorno a la cocina veo un clarito en la línea de las croquetas
bastante sospechoso, y pienso: ¡aquí falta una! Miro al perro
que estaba sentado en un rincón y su expresión bobalicona lo
alejaba de toda sospecha. Tomándomelo como una posible
equivocación, me alejé nuevamente. Cuando a los pocos segundos
vuelvo, miro a la mesa y ya el claro era mayor. ¡Otra! -me
digo-. Algo escamada lo vuelvo a mirar escrutadoramente, pero
nada, él continuaba haciéndose el tonto. Me voy, pero esta vez,
llena de dudas y dispuesta a cogerlo «infraganti».
Y efectivamente, lo cogí con la «masa en la boca». El
sinvergüenza, cuando yo salía, se acercaba y se comía una y
luego para despistar se ponía en su rincón poniendo la cara de
«niño» bueno. Pero amigo, a la tercera ¡lo cogí! La reprimenda
que le hice fue de antología, con deciros, que esta pillería no
la volvió a repetir jamás. Se le quitaron las ganas de pasarse
de listo y lo más curioso es que no pudo ver una croqueta ni en
un libro de cocina.
Otro detalle que nos hizo mucha gracia fue un día que
celebrábamos nuestro aniversario de bodas. A la hora de repartir
la tarta, mi marido iba poniendo un trozo a cada uno en su
plato. El perro se relamía de gusto y miraba a los invitados con
ojos de envidia, pensando tal vez: ¿Es que yo no voy a probarla?
Viendo que nadie le hacía ni puñetero caso, se agachó y empezó a
hurgar bajo el armario de la cocina donde solía guardarle su
platito vacío hasta por la noche que es cuando le daba de comer,
pero el «hombre» no podía esperar tanto tiempo viendo merendar a
todos con manifiesta glotonería. Así, que ni corto ni perezoso,
sacó su plato con su basta pata, lo agarró con la boca y nos lo
puso, justamente, en la mesa donde se encontraba la tarta y,
naturalmente, llorando como un becerro y con los ojos puestos en
la exquisita tarta. Todos nos quedamos admirados de su
inteligencia y como nos hizo gracia, no tuvimos mas remedio que
contarle entre los numerosos invitados, dándole su buena ración.
Como la anécdota que acabo de contar, tendría para rellenar
varios folios, pero no se asusten, que no voy a hacerlo.
Ya sé que no digo nada nuevo, porque de este noble animal que es
el perro, se ha escrito mucho y bueno, pero el amor que siento
hacia estos animales es lo que me ha movido en esta lluviosa
tarde de otoño a hacer este relato, como homenaje a su grandeza,
ya que no creo que exista nadie tan desinteresado y fiel como
ellos, los cuales, salvo raras excepciones, dan más
satisfacciones que desengaños. Yo leí una vez un epitafio en una
tumba del cementerio de perros que hay en Lisboa, algo
aleccionador, decía así: «Cuanto más conozco a las personas,
mayor es el cariño que siento por los animales». Pensamiento que
comparto plenamente.
Con lo materializada que está hoy la vida ¿de qué mejor compañía
podemos gozar? Aparte que, en el terreno monetario, salen mucho
más económicos. El «traje» les sirve para todas las estaciones,
igual que los zapatos, su educación es infinitamente más barata
y sospecho que mucho más positiva, y el remate, son fieles hasta
la muerte. ¿Qué mortal podría competir con ellos, sobre todo en
esto último? Aunque sólo fuese por su abnegada fidelidad ya
deberían merecer todo nuestro respeto.
Ellos tampoco saben de vanidades, aunque ganen premios de
belleza, como le sucedió al nuestro en un concurso canino. ¡Qué
orgullosos estábamos ese imborrable día cuando le otorgaron su
trofeo! Lo exhibimos por todas partes pletóricos de entusiasmo.
Otra de las cualidades que pudimos admirar en nuestro querido
«Bronco» fue su gran sentido de la equidad en las disputas con
otros perros. Normalmente, no tuvo muchas ocasiones de tener
riñas, ya que siempre lo llevábamos bien sujeto, pero en las
ocasiones en que gozó de plena libertad en lugares poco
frecuentados por las personas y coincidió con otros canes, nunca
partió de él la agresión. Ahora bien, si lo provocaban, era un
temible contrincante.