Desde ese día estuvo pensando cómo podría llevar a cabo su
pequeña venganza, y sabía muy bien por qué. Estaba segura de que
nunca llegarían a saberlo, pero un disgusto parecido tenían que
hacerles sufrir, para quedarse tranquila. Todo comenzó cuando
sus suegros, en un alarde de «generosidad», decidieron negarles,
a ella y a su marido, el aval del crédito que pensaban pedir al
Banco para adquirir el coche que tanto deseaban.
Las familias se hallaban muy unidas, y felices porque sus hijos
se hubiesen casado por la iglesia, ya que eran fervientes
católicos y muy cristianos.
Cuando pensaron comprarse el coche, ella se lo comunicó a sus
padres con la esperanza de que les prestasen el dinero, sabiendo
que disponían de él. La contestación fue, que lo sentían mucho
pero no pensaban ayudarles en lo más mínimo para hacer esa
compra.
Tras hacer muchas operaciones aritméticas y estudiar
minuciosamente su situación económica, nada boyante, decidieron
que para hacer realidad su sueño debían pedir al Banco un
crédito personal. Pensaron entonces en pedir a los padres de
Federico el favor de que les avalase. Los dos se dispusieron a
visitarles por dicho motivo, estando muy seguros de que no
tendrían inconveniente alguno, aunque, en vista del éxito con
sus padres, ella no las tenía todas consigo, pues teniendo
dinero no querían ayudarles. Lo más probable sería que los
padres de Federico tampoco deseasen hacerlo, como así fue.
Desde entonces les guardó un «pequeño» rencor al tener que
transcurrir un largo año para poder comprar el utilitario (no el
coche de la revista) que tanto deseaban.
Cuando regresaban, enlazados sus dedos, apoyados el uno en el
otro, sin pronunciar palabra alguna, sólo mediante la presión de
sus manos, descubrieron el significado de «el hombre dejará a su
padre y a su madre y los dos formarán una sola carne» entre
otros.
Ella nunca le confesó a Federico que sus padres habían actuado
igual. Cuando él pensó en pedírselo a sus suegros, ella le
disuadió de hacerlo alegando que sería mejor vivir en la duda
que llevarse otro desengaño.
Poco más de un año hacía que se habían casado y todo marchaba
bien. Estaban de acuerdo en que aún era pronto para tener su
primer hijo, aunque no deseaban demorarse mucho. La vida para
ellos transcurría normalmente, pero con su primera experiencia
en afrontar solos la realidad.
Cuando anunciaron la fecha de la boda y pusieron la lista de
regalos en unos grandes almacenes, parecía que todo llovía del
cielo. Les regalaron todo cuanto pedían, les llenaron la casa de
objetos, algunos bastante valiosos sin faltar algunos inútiles.
Ahora, pasada la euforia de la boda a nadie podían recurrir.
Ésto les hizo unirse más para afrontar las adversidades. Como
dice el refrán, no hay mal que.... Llegados a la casa ella se
dispuso a preparar la cena mientras él ponía la mesa, más tarde
el incidente quedó olvidado al traspasar el umbral para
adentrarse en otro mundo -su mundo-. Sentadas delante de un
humeante café, enfrascadas en animada conversación, se hallaban
las dos amigas que hacia mucho tiempo que no se veían. Una de
ellas se hallaba encinta y por su semblante se apreciaba la
felicidad de la que era portadora.
Hablaron sin parar de «sus cosas», como diría un hombre. Entre
tantas, una de ellas fue el tema de los suegros. Ana le explicó
lo ocurrido entre sus suegros y sus padres referente a la compra
del coche que tanta ilusión les hacía. Carmen le contestó que
eso carecía de importancia comparado con lo que les ocurrió a
ellos cuando comunicó hallarse embarazada.
Sus padres y sus suegros les reprocharon la falta de sensatez al
haberse quedado embarazada tan pronto, sabiendo que debían pagar
la casa de tantos millones, y que las consecuencias las
afrontasen solos, como pudiesen, y, lo peor, que sus padres
opinaban igual.
Tenían todo planificado. Una vez diese a luz, y cumplido el
permiso por maternidad, seguiría trabajando y el niño, o la niña
(aún desconocía el sexo), sería atendido en una buena guardería,
y, entonces, estaba segura, ambas partes tampoco estarían de
acuerdo, como siempre. Lo que debemos hacer es vivir nuestra
vida sin hacerles mucho caso y sin pedirles su opinión para nada
-dijo Carmen. Sí -contestó Ana-, pero a veces no tenemos mas
remedio, por bien de nuestro matrimonio. Ahora se acerca la
Navidad y proyectan celebrarla junto a nosotros, en mi casa, mis
padres y mis suegros, ¿qué hago?
Carmen quedó pensativa negando con la cabeza sin pronunciar
palabra. Difícil situación... Yo -contestó- lo tengo muy claro:
como los dos quieren que vayamos con ellos y nosotros no
queremos ir con ninguno, le he dicho a Fernando que me voy a
Urgencias y allí pasamos la noche. ¡Le ha parecido una idea
genial!
Para Ana no resultaba la solución a su problema, pero lo tendría
muy presente. De tantas cosas hablaron que el café se enfrió y
volvieron a pedir otro. El camarero muy discretamente no dejaba
de oír la conversación, al ser un recinto muy pequeño e íntimo,
y él estar bien dotado en acústica.
De tantas conversaciones como llevaba oídas, ninguna le había
causado tanto asombro como ésta. No dudaba de que lo llevaría a
cabo... Ahora comprendía -en parte- todo lo que una mujer es
capaz de hacer para vengarse...