Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 2001 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces
Desde ese día estuvo pensando cómo podría llevar a cabo su pequeña venganza, y sabía muy bien por qué. Estaba segura de que nunca llegarían a saberlo, pero un disgusto parecido tenían que hacerles sufrir, para quedarse tranquila. Todo comenzó cuando sus suegros, en un alarde de «generosidad», decidieron negarles, a ella y a su marido, el aval del crédito que pensaban pedir al Banco para adquirir el coche que tanto deseaban.

Las familias se hallaban muy unidas, y felices porque sus hijos se hubiesen casado por la iglesia, ya que eran fervientes católicos y muy cristianos.

Cuando pensaron comprarse el coche, ella se lo comunicó a sus padres con la esperanza de que les prestasen el dinero, sabiendo que disponían de él. La contestación fue, que lo sentían mucho pero no pensaban ayudarles en lo más mínimo para hacer esa compra.

Tras hacer muchas operaciones aritméticas y estudiar minuciosamente su situación económica, nada boyante, decidieron que para hacer realidad su sueño debían pedir al Banco un crédito personal. Pensaron entonces en pedir a los padres de Federico el favor de que les avalase. Los dos se dispusieron a visitarles por dicho motivo, estando muy seguros de que no tendrían inconveniente alguno, aunque, en vista del éxito con sus padres, ella no las tenía todas consigo, pues teniendo dinero no querían ayudarles. Lo más probable sería que los padres de Federico tampoco deseasen hacerlo, como así fue.

Desde entonces les guardó un «pequeño» rencor al tener que transcurrir un largo año para poder comprar el utilitario (no el coche de la revista) que tanto deseaban.

Cuando regresaban, enlazados sus dedos, apoyados el uno en el otro, sin pronunciar palabra alguna, sólo mediante la presión de sus manos, descubrieron el significado de «el hombre dejará a su padre y a su madre y los dos formarán una sola carne» entre otros.

Ella nunca le confesó a Federico que sus padres habían actuado igual. Cuando él pensó en pedírselo a sus suegros, ella le disuadió de hacerlo alegando que sería mejor vivir en la duda que llevarse otro desengaño.

Poco más de un año hacía que se habían casado y todo marchaba bien. Estaban de acuerdo en que aún era pronto para tener su primer hijo, aunque no deseaban demorarse mucho. La vida para ellos transcurría normalmente, pero con su primera experiencia en afrontar solos la realidad.

Cuando anunciaron la fecha de la boda y pusieron la lista de regalos en unos grandes almacenes, parecía que todo llovía del cielo. Les regalaron todo cuanto pedían, les llenaron la casa de objetos, algunos bastante valiosos sin faltar algunos inútiles. Ahora, pasada la euforia de la boda a nadie podían recurrir.

Ésto les hizo unirse más para afrontar las adversidades. Como dice el refrán, no hay mal que.... Llegados a la casa ella se dispuso a preparar la cena mientras él ponía la mesa, más tarde el incidente quedó olvidado al traspasar el umbral para adentrarse en otro mundo -su mundo-. Sentadas delante de un humeante café, enfrascadas en animada conversación, se hallaban las dos amigas que hacia mucho tiempo que no se veían. Una de ellas se hallaba encinta y por su semblante se apreciaba la felicidad de la que era portadora.

Hablaron sin parar de «sus cosas», como diría un hombre. Entre tantas, una de ellas fue el tema de los suegros. Ana le explicó lo ocurrido entre sus suegros y sus padres referente a la compra del coche que tanta ilusión les hacía. Carmen le contestó que eso carecía de importancia comparado con lo que les ocurrió a ellos cuando comunicó hallarse embarazada.

Sus padres y sus suegros les reprocharon la falta de sensatez al haberse quedado embarazada tan pronto, sabiendo que debían pagar la casa de tantos millones, y que las consecuencias las afrontasen solos, como pudiesen, y, lo peor, que sus padres opinaban igual.

Tenían todo planificado. Una vez diese a luz, y cumplido el permiso por maternidad, seguiría trabajando y el niño, o la niña (aún desconocía el sexo), sería atendido en una buena guardería, y, entonces, estaba segura, ambas partes tampoco estarían de acuerdo, como siempre. Lo que debemos hacer es vivir nuestra vida sin hacerles mucho caso y sin pedirles su opinión para nada -dijo Carmen. Sí -contestó Ana-, pero a veces no tenemos mas remedio, por bien de nuestro matrimonio. Ahora se acerca la Navidad y proyectan celebrarla junto a nosotros, en mi casa, mis padres y mis suegros, ¿qué hago?

Carmen quedó pensativa negando con la cabeza sin pronunciar palabra. Difícil situación... Yo -contestó- lo tengo muy claro: como los dos quieren que vayamos con ellos y nosotros no queremos ir con ninguno, le he dicho a Fernando que me voy a Urgencias y allí pasamos la noche. ¡Le ha parecido una idea genial!

Para Ana no resultaba la solución a su problema, pero lo tendría muy presente. De tantas cosas hablaron que el café se enfrió y volvieron a pedir otro. El camarero muy discretamente no dejaba de oír la conversación, al ser un recinto muy pequeño e íntimo, y él estar bien dotado en acústica.

De tantas conversaciones como llevaba oídas, ninguna le había causado tanto asombro como ésta. No dudaba de que lo llevaría a cabo... Ahora comprendía -en parte- todo lo que una mujer es capaz de hacer para vengarse...







 

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