En marzo del 99 publiqué en esta sección un artículo sobre "la
risa", el cual estaba inspirado en la obrita homónima de Henry
Berson. Pero el tiempo ha pasado y mis pensamientos han
madurado. Lo que un día pensé ya no lo pienso. Antes creía que
la esencia de la risa es la humillación, como afirma el texto
del encabezado, que su utilidad consiste en la reforma de las
conductas, maneras y pensamiento de la gente. Hoy ya no lo creo.
En efecto, hay risa allí donde se reúnen los amigos, allí donde
alguien es feliz, allí donde el miedo es vencido, allí donde el
dolor no impide la lucidez. La risa cura el alma de espantos,
aligera las dificultades, exorciza las penas... incluso es parte
inexcusable de las maniobras de cortejo. Por tanto ¿no es
demasiado corta de miras la postura de Bergson? Evidentemente,
es verdad que en demasiadas ocasiones la risa humilla al
desfavorecido, como todos sabemos, pero centrarse en este punto
e ignorar la conexión que hay entre felicidad y risa, entre
amistad y risa, entre valor y risa, entre lucidez y risa... es
un error inexcusable. Pero entonces ¿cómo puede ser que la risa
sea a la vez el rostro de la felicidad y el arma de la
humillación? ¿Dónde encontraremos su verdadera naturaleza?
Un problema añadido sobre el asunto es la cuestión del origen de
la risa. Bergson dice que nace de la inteligencia, que allí
donde hay sentimiento la risa es imposible: «Toda situación
podrá hacernos reír, sea grave o leve, siempre que el autor sepa
presentarla de modo que no nos conmueva», pues «lo cómico se
dirige a la inteligencia pura: la risa es incompatible con la
emoción». Por otro lado, ¿acaso no es también verdad que la risa
nace de los sentimientos, que su naturaleza está más allá de la
lógica, que no es frío sino calor la consecuencia de su
contagio?
Por último, otro problema queda aún pendiente de dilucidación.
Por un lado la risa tiene la utilidad terapéutica de aligerarnos
de traumas, como decía antes. Si digo que me río de la muerte es
porque la muerte, que antes me asustaba y paralizaba hasta el
tuétano, ahora ya no me intranquiliza. La risa es, por tanto, un
arma eficaz para afrontar el miedo, para liberar el alma.
Gracias a ella soy capaz de tomar distancias frente a lo que me
atenaza. La risa, en definitiva, ayuda a la razón en tanto que
permite tratar los asuntos sin aspavientos. Acallando la sangre,
facilita la serenidad en el tráfago de ideas. Y, sin embargo,
por otro lado, también puede decirse de la risa que impide la
búsqueda de la verdad, pues dicha cruzada exige dejarse de
bromas, hablar en serio, centrarse, enfrentarse, concienciarse.
La búsqueda de la verdad no es risible ni provoca risas, y quizá
por eso los pensadores exhiben generalmente un rostro duro,
inflexible, casi se diría que atormentado por los rigores de su
actividad. Por más que filósofos tan preclaros como José Antonio
Marina intenten convencerme de que la razón, y con ella su
adalid, la filosofía, tienen como una de sus características la
capacidad de reírse, lo cierto es que ni en sus obras ni en sus
comunicados orales muestran para nada esta facultad. Por el
contrario, los textos filosóficos son, a menudo, bastante áridos
e impersonales. No siempre, claro, pero sí con una elevada
frecuencia. En conclusión, parece que cuando pensamos en la risa
no encontramos sino paradojas. ¿Cómo resolverlas?
No hace mucho estaba yo explicándoles a mis alumnos de ética la
segunda formulación del imperativo categórico kantiano cuando
comprendí la posible solución de estos bretes. Pero no se
asusten, que la citada fórmula no es tan difícil de entender
como el título que lleva. Dice así: "Actúa de tal modo que uses
la humanidad, tanto en tu propia persona como en la persona de
cualquier otro, siempre a la vez como un fin, nunca simplemente
como un medio". Esta frase nos habla del deber de tratarnos unos
a otros como a personas, no como a cosas. Y está claro que la
risa es una propiedad de las relaciones humanas entre personas,
pues, que yo recuerde, sólo me he reído con objetos en tanto que
mi febril imaginación ha sido capaz de atribuirles alguna
personalidad. Lo que es puramente mecánico, como una llave
inglesa o un despertador, en efecto, nos deja del todo
insensibles. Respecto a los animales, yo no diría que son
"cosas", aunque me parece que tampoco pueden considerarse
dotados de "personalidad" (conjunto de valores, proyectos,
formas de vida, junto con una evaluación del propio carácter),
como les gusta pensar a los dueños de mascotas, sino tan sólo de
"carácter" (conjunto de pautas de respuesta y hábitos estables
de conducta). Pero este es otro tema que no podemos tratar
ahora. Baste con decir que cuando nos reímos de algún tropezón
de, por ejemplo, un oso panda, es porque, de algún modo, lo
tratamos con una cierta humanidad o familiaridad que puede que
no sea insensata si tenemos en cuenta que, después de todo, el
hombre también se relaciona sentimentalmente con las bestias.
Volviendo al asunto, como digo, la solución a nuestras cuitas
hay que encontrarla en la naturaleza del trato humano. En
efecto, la risa es un medio de comunicación interpersonal y
también, cómo no, intrapersonal (reírse uno de sí mismo). Se ríe
de nosotros o con nosotros quien nos considera un igual. Mis
mascotas o mis cosas no son iguales a mí en ningún sentido. En
cambio, cualquier desgraciado o cualquier prohombre es un igual.
¿En qué sentido? Bueno, hay una obsesión de los seres humanos
que consiste en no ser confundidos con cosas. Nada nos cabrea
tanto. Que ni tú ni yo somos cosas significa que no hemos nacido
para ser utilizados por nadie.
Y esto es precisamente lo que iguala a todos los seres humanos.
He aquí la cuestión. Todos necesitamos ser reconocidos como
personas, que se nos tema o se nos estime o se pase de nosotros
por lo que somos, a saber, seres responsables de nuestro
destino, con proyectos, sueños, valores... sólo impropiamente se
podría aplicar estos atributos a lo que no es humano. Dicho de
otro modo, sólo los seres humanos estamos dotados de
"personalidad". Pero ¿por qué necesitamos este reconocimiento de
lo que somos, este respeto a nuestro modo de ser? Pues porque
sólo podemos alcanzar nuestra humanidad a través de los otros.
Nos guste o no, necesitamos a los demás para reconocernos a
nosotros mismos como humanos. A menudo pienso en qué hipotético
motivo (pues yo soy ateo) pudo tener Dios para crear la
humanidad: siempre concluyo que nos necesitaba para que le
reconociéramos, para autentificarse de algún modo a sí mismo,
para ser real ante alguien. Pues lo mismo nos pasa a los seres
humanos.
La cuestión de la utilidad de la risa de cara a facilitar el
trato humano, o sea, el meollo del asunto, deberá esperar a otro
artículo, pues el espacio de que dispongo es limitado. Quizá
usted piense que es una especie de fracaso quedarnos así,
rodeados de preguntas sin contestar. Pero si piensa así, se
equivoca: el valor de la filosofía no está en las respuestas que
ofrece, sino en las preguntas que plantea. De lo que se trata es
de problematizar lo cotidiano. Lo que nos hace humanos no es lo
que sabemos, sino lo que buscamos.