Llega el verano y la posibilidad de viajar me llena de
inquietud. ¿Dónde iré?, ¿qué me será posible conocer? Nos dice
el diccionario que el viaje "ha obedecido siempre a necesidades
materiales o espirituales"; yo, rápidamente, me pongo a pensar e
intuyo que este año mi destino viajero ha respondido a ambas
premisas. Fui buscando materia tangible en la forma de los
conocimientos que se iban a impartir en un curso de la
universidad alemana de Ulm, y fui a llenar mi persona como
obligación incesante de esa asignatura siempre pendiente que es
el vivir y como deber indispensable del buen viajar. Este
enriquecimiento personal se produjo por algo que me pareció a
mí, en un principio, se debía más a motivos económicos, fue el
alojamiento de los asistentes al curso en casa de familias
alemanas y por la intención de la universidad de hacernos
participar en la marcha normal de su sociedad. Esta
circunstancia ha contribuido a derribar uno de los grandes
tópicos que permanecen alojados en el subconsciente colectivo y
que hizo que algunos me avisaran, días antes de mi marcha, de
que tres semanas eran muchos días para convivir con la frialdad
de los alemanes.
Transcurrida la estancia en el país europeo me reafirmo en mi
idea de que es posible encontrar gente de todos los caracteres y
gustos "aquí y en Pekín", porque tampoco es mi intención
aseverar que allí todo el mundo es bueno, aunque debí tener la
suerte de haber encontrado de lo mejor. Me invitaron a compartir
sus mesas, me hicieron partícipe del curso diario de sus vidas y
sus hogares, y me hicieron sentir como en mi propia casa.
También ratifico el juicio de que el clima, aparte de dar
distintas tonalidades a cada raza, es un gran determinante de
nuestra manera de ser y forma de vivir. No podemos pedir nuestro
mismo genio y costumbres a personas un tanto introvertidas y
hogareñas a causa del duro y largo invierno que azota sus vidas
y que los obliga a estar la mayor parte del día en sus
viviendas. Nosotros, pasamos gran parte de nuestro tiempo en la
calle o desarrollando actividades de convivencia con los demás,
lo cual no nos limpia de toda mancha, pues muchos nos achacan
cierta inclinación al "falserío" o hipocresía. Por esta razón,
los hogares germanos son la residencia acogedora donde se han de
cobijar durante casi todo el día; la decoración, las flores y
los tonos cálidos son comunes en casi todas las casas.
Y la afición musical me pareció una genial manera de llenar su
tiempo. Por otra parte, el clima los hace moverse con más
desenvoltura y a las tres de la tarde, en pleno mes de julio,
marchan a ritmo alemán (fíjense que éste se mueve con mucha
celeridad, pues en la autopista no tienen límite de velocidad,
debe ser para probar las cilindradas de los motores que
fabrican). Los españoles que estábamos allí, para nuestro
horror, demandábamos un corto intervalo de sobremesa o de
siesta, porque, aunque allí no sufríamos nuestro calor, son
costumbres que tenemos enraizadas en nuestra forma de ser.
Me impactó también la honda huella que dejó en los ciudadanos la
cruenta Segunda Guerra Mundial, y que yo, al tener la suerte de
conocerla sólo de películas, pensaba que era algo del recuerdo,
como aquí nuestra Guerra Civil. Los alemanes que la vivieron se
han convertido en perfectos guardadores de los valores de la
tolerancia. Ignorante de mí, desconocía la existencia de un
órgano, el Landeszentrale, al cuidado del mantenimiento de la
democracia en la construcción política de los estados federales.
Como siempre, advierto que el peligro se cuela de manos de una
juventud ajena al dolor y sufrimiento que un día el pueblo
alemán vivió.
Estas son las impresiones más humanas que me ha causado el
pueblo alemán y que justifican la existencia, pese a todos los
caracteres distintivos, de una única especie humana. Han sido mi
verdadero descubrimiento personal; hermosos y verdes paisajes,
preciosos pueblos del más típico sabor alemán y grandes ciudades
casi carentes de personalidad propia, sabía yo que me iba a
encontrar, me gusta verlos en libros, documentales y, por
supuesto, al natural, pero han sido estos pequeños hallazgos los
que han dado a mi viaje un color y un sabor muy especiales.