En
el mes actual se cumplen 22 años de la muerte de Luis Berenguer
y Moreno de Guerra, que legó a la Isla y a España el tesoro de
seis novelas excepcionales: «El mundo de Juan Lobón», «Marea
Escorada», «Leña verde», «Sotavento», «La noche de Catalina
Virgen» y «Tamatea». Fue el 14 de septiembre de 1979 cuando nos
dejó con sólo 55 años de edad. Con motivo de la Feria del Libro
de 1995, quien esto escribe le dedicó, en «Diario de Cádiz», el
artículo que a continuación transcribo.
La Feria del Libro de 1995, en la Isla, está dedicada al
inolvidable Luis Berenguer, marino y novelista fallecido el 14
de septiembre de 1979. Berenguer, casado con Elvira Monzón, era
hombre de reacciones rápidas, ingeniosas, desconcertantes.
Ahora, y de forma justa, San Fernando reconoce la labor de este
importante novelista que durante toda su vida reiteró su cariño
por esta ciudad, pese a que nació en El Ferrol.
Las entrevistas que tuve con Berenguer lo fueron en mis
funciones periodísticas: dos en Torregorda y la tercera en su
domicilio de la Isla. Era mi deseo anticipar en la prensa el
argumento de tres de sus estupendas obras: «El mundo de Juan
Lobón», «Marea escorada» y «Leña verde».
Su humildad desbordante, su afabilidad y sus expresiones llanas,
picarescas y contundentes, hacían fácil e interesante la
comunicación.
Por las informaciones que poseía de la Academia de San Romualdo
de Ciencias, Letras y Artes, sabía que Luis Berenguer se negaba
a integrarse en la corporación cultural isleña, porque -según
sus palabras- no quería sujetarse a más reglamentos que los
propios de su profesión y, por supuesto, a los encantadores
preceptos familiares. La libertad de actuación la tenía como
principio y fueron respetados sus deseos.
La residencia de Luis Berenguer en Torregorda estaba rodeada de
aparatos bélicos de todos los tipos, de esos que pueden sembrar
la muerte con sólo apretar un botón. En su despacho de escritor,
escoltado por sus perros de caza, aparecían, en un simpático
revoltijo, escopetas, cuadros, ánforas, trofeos y una gran
fotografía del auténtico «Juan Lobón», héroe de la famosa
novela.
Yo no comprendía -y así me permití exponerlo a Berenguer- cómo
un hombre pacífico por naturaleza, con un corazón abierto a los
más amplios horizontes, podía vivir en aquel ambiente de guerra
del entorno militar de los polígonos «Costilla y «González
Hontoria».
-Mi querido amigo -replicaba el ingeniero de Armas Navales, con
su característica claridad, precisión y gracia-. Tú sabes, o
debes saber, porque succionas de las mismas ubres castrenses que
yo, que los militares somos los más pacíficos del mundo, porque
conocemos el poder destructivo de las armas que manejamos. Los
belicosos, los causantes de las mayores catástrofes -añadía- han
sido, casi siempre, civiles, y como ejemplo puedo citar a
Hitler, Mussolini y Stalin, quienes, al igual que Fidel Castro,
sin haber hecho la carrera de las armas, sintieron gran
debilidad por los uniformes. Y cuando Eisenhower, el general
victorioso de la II Guerra Mundial -precisaba mi interlocutor-
fue elevado a la máxima magistratura de su país, se convirtió en
el presidente más equilibrado y prudente que ha tenido los
Estados Unidos de América, porque poseía la experiencia de los
campos de batalla en aquella terrible contienda iniciada y
sostenida por el poder político de los países beligerantes.
Truman, por el contrario, civil, hijo de un tendero de Missouri,
ordenó fuese arrojada la bomba atómica sobre el Japón, con el
trágico resultado de centenares de miles de muertos.
Así pensaba Luis Berenguer (a semejanza de los también ilustres
novelistas Ramón del Valle Inclán y Pío Baroja) y por eso tenía
un gran amor y respeto a la milicia y a su profesión.
La última entrevista con fines periodísticos que me concedió el
inolvidable isleño fue a comienzos de 1972, coincidente con la
próxima aparición de «Leña verde». El novelista se había
replegado desde Torregorda, en el término municipal de Cádiz, a
su domicilio en la calle Real de la Isla: una especie de navío
de dos puentes, anclado en la antigua Avenida del General
Varela. Entre las cosas de que hablamos saltó lo del origen
gallego de Berenguer. En El Ferrol le querían y estaban
orgullosos de sus éxitos de escritor, pero él se consideraba
«cañaílla» por los cuatro costados, no sólo por descender de
esos benefactores que fueron los Moreno de Guerra, sino porque
toda su vida transcurrió en el ambiente incomparable de San
Fernando. Y añadía, con una seguridad tajante, sin posible
contradicción:
-¿Quién puede asegurar que los almirantes don Juan Cervera
Valderrama, primer marqués de Casa-Cervera, y don Francisco
Moreno Fernández, primer marqués de la Isla de Alborán, sean
«cañaíllas fetén» por el hecho de haber nacido en San Fernando?
-¿Quién puede negar que, aunque nacido en Cádiz, sea
considerado, con absoluta unanimidad, de raigambre netamente
isleña, el que fue cronista oficial de San Fernando y director
de la Biblioteca Lobo, el ilustre poeta don Servando Camúñez
Echevarría?
Se atribuye al segundo de dichos almirantes (como es sabido de
condición galaica) la frase de que él había nacido en la Isla
«por accidente».
Pues sí. En muchos casos los nacimientos tienen un carácter
accidental, como el del isleñísimo Luis Berenguer y Moreno de
Guerra, que vino al mundo en El Ferrol porque allí habían
destinado a su padre con «carácter forzoso».
Luis Berenguer centró su admirable obra literaria principalmente
en la bahía gaditana y en su entorno maravilloso, con cuyos
personajes populares, campos y rincones supo compenetrarse hasta
dejar sobre ellos jirones de su propia vida.
La configuración de la Bahía representa, a nivel nacional, la
cruz de la marginación de la provincia de Cádiz, convertida en
permanente acusación y a la que Luis Berenguer dedicó páginas de
un contenido humano y social de extraordinaria dimensión y
trascendencia.
Y esta bahía, admirada, universal y legendaria, es también
símbolo permanente del Sagrado madero, la Cruz de Cristo, a la
que el gran novelista rendía culto y con la que ha ganado la
bienaventuranza de los elegidos.
En honor de Berenguer, el Ayuntamiento colocó una lápida en la
casa de la calle Real, donde vivió y trabajó, instituyendo en su
memoria un premio de novela, otorgado por primera vez en 1983 al
escritor sevillano José María Requena. Posteriormente fue
inaugurada la biblioteca, que lleva su nombre, construida en la
plaza del Carmen y se proyecta también destacar su figura con un
monumento.
Desde su mirador celestial, Luis Berenguer contempla todo lo
organizado en su honor, que a los que fuimos sus amigos nos
llena de satisfacción y orgullo, porque son símbolos de justicia
hacia uno de los hombres más excepcionales de San Fernando. Y
reconocido como uno de los mejores escritores de habla
castellana, en quien se ha dado la especial circunstancia de
que, dedicado a su actividad profesional en la Marina de Guerra,
no se dio a conocer como novelista hasta 1968 con «El mundo de
Juan Lobón», la primera de sus seis magistrales obras.