PETRA.- Nunca acabaré de entender a las mujeres. Somos
difíciles, ¿vale? ¡Pues no debería valer! ¿O es que usted es
también de las que cree que las mujeres somos retorcidas? ¡Ni
que nos hubieran fabricado las brujas! ¡Que no! Pero algo...
algo extrañas sí somos, tal vez. No. No cuentan la verdad los
escritores que escriben sobre nosotras, que nos presentan como
un espejo de misterios. ¡Si nadie es tan transparente como
nosotras! ¡Si somos tan dulces y angelicales, las mujeres! ¿Eh,
me siguen? ¡Pues no! ¡Los escritores que nos muestran como
perversas y crueles están en su derecho! ¡Qué bien que nos
conocen, los infelices! Nadie como ellos ha metido sus narices
para interpretarnos! ¡Crueles somos, sí señores! Y por esto y
porque confío en que están en lo cierto, digo que todavía no
comprendo a las mujeres, ni nunca terminaré de entenderlas. Y no
es porque yo sea una mujer difícil. Nada de esto. Al menos no me
considero una mujer con problemas, ni quiero que los demás vean
en mí a una mujer difícil. Pero difícil y crueles sí somos,
amigos. (A una mujer del público) Crueles, repito, señora. ¿O es
que usted no tiene la misma opinión de su suegra? ¡Las suegras,
Dios, qué invento tan horrible! (Pausa) No hubiese querido
tratar sobre este tema, pero me obliga ser generosa con quienes
las padecemos. Las hay buenas, claro, pero yo jamás di con
ninguna. Tuve tres, a lo largo de mi paseo por el matrimonio, y
las tres fueron fieras y arrogantes. Y no es que fueran malas,
sino que cumplían con su deber. Tenían algo de repulsivas, eso
sí, pues mentiría si en ponerme en su ayuda no fuese clara y
contundente. Pero las suegras han de ser repulsivas ¿vale? Y las
torna así por aquello del amor que han tenido, y por la grandeza
que les confiere ser las madres de los gorditos. Es la revancha
que se toman por haber sido maltratadas en su día y esto las
disculpa. Pero las disculpa muy poco. Sólo un poquito. O casi
nada. (A la misma señora del público) ¿Es usted suegra o sufre
de suegra? No es lo mismo ejercer de suegra que sufrir de
suegra, repito. Al principio de los principios las futuras
suegras son dulces como la miel, tienen dulces besos, palabras
dulces y promesas dulces. «Tú y yo seremos buenas amigas» dicen.
Y ríen, satisfechas. Hi, Hi, Hi, Hi. Y nosotras nos sentimos
satisfechas y decimos, «sí, mamá». Y ellas replican sin
compasión: «De mamá, nada, porque mamá lo soy del gordito de tu
marido, el que te teclea buscando sinfonías». Y yo, perdida. Y
tú, perdida. Y todas vosotras, perdidas, porque entre tú y la
mamá de tu gordito se ha creado un muro de piedra de difícil
demolición. «Seremos buenas amigas, repite la muy». Y eso te
asusta, porque cuando una busca apoyo en las amigas sólo
encuentra incomprensión, y te destruyen a la menor de las
confianzas. Las amigas pueden echarte en cara todas tus
flaquezas, pues para esto son tus amigas, y como la mamá de tu
gordito ha dejado bien claro que de mamá, nada, el mundo se
hunde a tus pies y te sientes perdida. Y por más que intentes y
procures apoyar tus desdichas en su corazón, la suegra se
mantiene en sus trece, rígida, pétrea. Porque ella no será ni
quiere ser tu mamá, sino tu suegra, nombre maldecido por los
siglos de los siglos. (Pausa) Y bien, pongámonos en lo mejor. Tú
esperas que sea comprensiva e incluso bondadosa contigo. ¡Pero
en nada vale tu buena disposición! ¡Como si contaran para algo
tus buenas acciones! ¡Como si ser angelical y complaciente con
la mamá de tu marido sirviera para algo! Aunque le ofrezcas la
preferencia en la mesa y le pongas las más gustosas vituallas en
el plato, ella lo tomará como una forma de hacerte perdonar tus
pecados. Si la envuelves en papel de celofán para tenerla
contenta, pensará que algo vas a pedirle o hacerte perdonar
alguna pendejada. Se coloca a la defensiva. ¡Después de haber
tenido a tres maridos, y algún desliz sin importancia, una
conoce bien a las suegras. Y no valen tus deseos de tener en
ella a una buena amiga. Seguro que desconfiará de mí y se
preguntará qué cosa quiere esta desdichada. Si le ofreces los
mejores manjares dirá que está desganada y que tiene náuseas, y
que mejor no hubiera aceptado tu invitación a cenar. Siempre
tiene problemas digestivos cuando viene a cenar en casa, y si,
generosamente, le ofreces una manzanilla bien cargada para abrir
paso entre su empobrecido estómago, te sale con que la
manzanilla bien cargada sólo sirve para las plantas. Y dale. Y
dale. Nunca acertarás y nunca te agradecerá que la mimes y te
preocupes por ella, pues esa es nuestra obligación como queridas
de sus gorditos. Y si le ofreces un ramo de flores o le compras
un vestido, jamás acertarás ni con su talle ni con el color que
prefiere. Y piensa que si lo haces no es por buena disposición,
sino porque algo has de pedirle o hacerte perdonar. ¿Me siguen?
¿Soy cruel? ¿No entiendo a las suegras? Pues sí. Las entiendo.
¡Después de tener tres, ya puedo opinar sobre el tema! ¡Sólo
faltaría! Las entiendo y me pongo en su piel para justificar sus
celos, pues todas sus malquerencias son sólo celos por haberle
arrebatado al hijo de sus entrañas a quien quiere ahora más que
cuando no me tenía a mí. Somos las princesas del amor de su niño
y no se nos perdona, pues ellas quieren seguir siendo quienes
manden y dispongan. Pero, ¿por qué han de tenernos celos? ¿No
somos amigas? ¿No complacemos -cada una a su modo- al niño de
nuestro amor? (A la señora del público) No me negará usted que
entre su suegra y una nuera no existe un muro de piedra, algo
imposible de destruir. No basta con nuestro deseo de ser
amables, de buscar su confianza. ¡Son tantos los siglos
transcurridos en la incomprensible vida para cambiar estos
sentimientos tan diferenciados! (Pausa) Yo también voy a ser
suegra un día de esos. A mi niño le ha engatusado con malas
artes una gordita de esas que tanto abundan, que son todas. A mi
niño le han ofrecido la posibilidad de descubrir una sinfonía en
el cuerpo de la gordita, y mi pobre niño ha corrido ante el
placer de teclear un cuerpo distinto al suyo, y un día de estos
va a decirme que se casa o se junta o lo que sea, que tanto da.
Y yo me vengaré de todas las crueldades que me han ofrecido a lo
largo del tiempo mis tres suegras, y seré más refinada y cruel.
Le diré que voy a ser su amiga, hi, hi, hi, hi. ¡Su mamá, no!
¿Cómo voy a ser su mamá? ¡Ni loca! ¡A cada cual, lo suyo! ¡A
cada cual, lo que le señale la vida!