El progreso tecnológico ha hecho del mundo una "aldea global".
Esto significa que donde quiera que vayamos, encontramos siempre
las mismas cosas: refrescos, televisión, coches, ordenadores,
dinero, relojes, gafas, anuncios, hospitales, etcétera.
Tres son los factores que nos han llevado a la globalización. En
primer lugar, está el progreso de las comunicaciones: no sólo
Internet, que quieren vendernos como el gran artífice de la
aldea global, sino, sobre todo, el cine, la televisión, la
prensa, los fax, los teléfonos, las comunicaciones vía satélite,
la popularización del transporte aéreo, los trenes de alta
velocidad, las autovías, etcétera. Y lo que se transmite o se
mueve por estos medios no es solo información, personas o
mercaderías sino también valores, creencias, gustos, modas,
palabras, maneras y demás contenidos que, por cierto, suelen
pasar desapercibidos, pero que luego se convierten en la norma
de lo cotidiano a lo largo y ancho del mundo. En segundo lugar,
está la economía de mercado, que ha resultado catapultada
gracias al progreso de las comunicaciones y que hoy en día está
sujeta a nuevas circunstancias que antes no había como, por
ejemplo, la tendencia a la concentración del capital (formación
de monopolios) o la internacionalización de las empresas
(multinacionales). En tercer lugar, está el movimiento de
personas y capital, que también ha sido enormemente ampliado
gracias al progreso de las comunicaciones. Ilustran este
fenómeno, por ejemplo, el desarrollo del turismo, los viajes de
formación a otras comunidades o incluso al extranjero o las
giras mundiales de los cantantes, por lo que respecta al
movimiento de personas; y el fenómeno de la Bolsa o la
posibilidad de tener nuestro dinero en un banco británico,
alemán, francés, etcétera, por lo que respecta al movimiento de
capital.
Algunas de las consecuencias de esta nueva realidad son las que
siguen: la humanidad, antaño dividida y aislada, está cada vez
está más uniformada e interconectada; la Tierra, antaño
inabarcable, es ahora un pañuelo en el que todo está en todas
partes y por eso ahora nos referimos a ella en términos de
"aldea"; la economía, antaño cerrada, está hoy sujeta a las
leyes de la competencia y el libre mercado, si bien tiende a
concentrarse en las manos de unas pocas las multinacionales; la
política y la ética han adoptado como ideal universal la
democracia y el respeto por los derechos humanos; el ocio, las
artes, las maneras y las etnias tienden al mestizaje, mientras
que las técnicas, las ciencias, la economía y el idioma inglés
tienden a la universalización.
Pero la globalización, siendo ya una realidad, no ha hecho más
que empezar a andar. Si algún día tocase techo, como plantea la
serie de ciencia-ficción "Star Trek", es de suponer que
viviremos en un mundo unido política, económica y
tecnológicamente, y que no habrá guerras (como no sea con otros
planetas), ni estados nacionales, ni tercer mundo. Evidentemente
seguirá sin ser lo mismo haber nacido en Nueva York que en
Nairobi, ya que el capital, la cultura y la política tienden a
concentrarse en espacios reducidos, como el Museo del Prado, por
ejemplo. Pero la humanidad vivirá, por fin, en paz y armonía.
Sin embargo puede que no ocurra nada de esto. Puede que ocurran
otros augurios de la ciencia ficción menos propicios. Puede ser
que unas pocas multinacionales controlen la actividad de todo el
planeta y lo gobiernen de forma despótica (véase Alien). O puede
que entremos en una era de escasez de recursos que dé al traste
con el bienestar que actualmente disfrutamos en el primer mundo
(véase Mad Max). O puede que el tercer mundo, cargado de
fundamentalismos, miserias y bombas, deje de resignarse con su
triste suerte y lo mande todo a la mierda. O puede que la
democracia se torne cada vez más ineficaz conforme avanzamos en
la globalización y asistamos a una nueva era de malas gestiones
en todos los sentidos (véase Star Wars I). En fin, que no se
puede decir que la globalización vaya a traernos necesariamente
un mundo mejor.
Que las cosas se puedan torcer, sin embargo, no significa que no
haya que luchar por una globalización humanista con todas
nuestras energías. Esta es, me parece, la vocación de nuestro
tiempo. Una vocación que necesita, además de voluntad, mucha
ilusión. No tiene porqué convertirse en un trabajo lleno de
sacrificios, como quieren hacer creer a la opinión pública
(piensen en la desmantelación de nuestra flota pesquera, por
ejemplo). No debe renunciarse a nada. Por el contrario, se trata
de aspirar a de tenerlo todo, a lograr el sueño de una humanidad
unida y próspera. Este sueño anida en el corazón de todos los
hombres y es nuestro destino. Debe serlo.
Por paradójico que parezca, es precisamente este sueño el que
alimenta a los grupos "anti-sistema" o "anti-globalización".
El anarquismo que defienden tiene un valor infinito por cuanto
que apunta con indignación a los problemas más importantes que
debe solventar el planeta. No puede haber globalización a costa
del tercer mundo, ni a costa del medio ambiente, ni a costa de
nada. La clase dirigente, a menudo amordazada por el poder
económico o la conveniencia electoral, pierde con demasiada
frecuencia el norte de su vocación. Es tarea de la gente
despierta protestar por ello y exigir a nuestros representantes
que se centren en lo importante.
Evidentemente, el anarquismo así entendido, que es el que
parecen defender estos movimientos sociales, es útil sólo
negativamente, o sea, en tanto que señala las deficiencias del
sistema político y económico actual. En cambio carece de valor
positivo, pues no ofrece ningún método alternativo y eficaz de
organización social. Por más que se empeñen en convencernos de
lo contrario, los movimientos "antiglobalización" poco pueden
mover. Su tarea es más bien corregir el movimiento de otros, los
que dirigen.