Es una negra zarpa que surge inesperadamente de entre las
sombras. No la ves, no puedes verla. Ni tampoco puedes ver que
empuña una pistola. Sólo oyes el ruido terrible del disparo y
ves relampaguear el fogonazo con que la muerte te anuncia su
llegada. No sientes nada. Un impacto seco, brutal, que restalla
en tu cabeza como si hubiera estallado el mundo. Tu interior ve
y siente durante unos instantes el rojo color de la sangre que
cruza fugaz por un hilo de conciencia. Unos instantes, sólo unos
instantes. Luego, nada...
Y te quedas allí sobre la acera muerto para siempre. Caído de
bruces, a contrapelo de cualquier lógica y con tu mejilla
aplastada sobre el grisáceo perfil del suelo. Tu sangre comienza
a fluir a borbotones de tu cabeza destrozada. Y tu sangre,
escapada de sus cauces, sin saber qué hacer ni a dónde ir, va
formando extrañas afluentes que se extienden y remansan hasta
formar un charco a escasa distancia de tu pie izquierdo. Alguien
trae un lienzo de raros colores, una manta de viaje que sacó de
su coche, y te la echa por encima para que los ojos de vecinos y
transeúntes no vean las formas de tu horror, de tu muerte, de tu
adiós para siempre. Una sirena policial suena a lo lejos. Pero
tú ya no la oyes. Ni oyes los gritos de dolor de tu mujer, de
tus hijos, de tus amigos, de tus vecinos, de tus conciudadanos,
de tus hermanos que somos todos los que habitamos en cada rincón
de este país. Tú ya no eres de este mundo. Te han quitado la
vida. Estás muerto para siempre.
No sé si podrás verlo desde ese otro mundo al que ahora
perteneces, ese lugar del que ya nadie vuelve, pero tu asesino,
el hombre que te segó la vida, se volvió a casa tranquilamente a
celebrar el éxito de su misión. Desde allí llamó a sus jefes y
camaradas para decirle que el objetivo estaba cumplido. Todos se
alegraron... Dicen que luchan por la libertad de su pueblo.
Si puedes verlo desde ahí, verás que es mentira, que esa bandera
es una absurda patraña montada por unos pocos individuos sin
conciencia para vivir del cuento. Extorsionan a sus paisanos, a
los mismos por los que dicen luchar, y los matan sin piedad
cuando no sueltan la pasta. Su pueblo no los quieren, su pueblo
es libre y buenas gentes en su inmensa mayoría. Son sólo unos
pocos. Pero están ahí y matan. Como te mataron a ti. Y lo peor
de todo es que seguirán matando. Ellos tienen pistolas, bombas,
explosivos... Y nosotros tan sólo un libro llamado Constitución.