Tenía la tierra entera una misma
lengua y las mismas palabras.
(Génesis. 11-18)
Alcanzó cierta altura la torre elaborada
con betún y argamasa inocente y con llanto.
Subían como yedra, tercos, como termites,
trepaban sin engarce, con prisas ascendían,
subían sin aliento, a codazos, con prisas
subían, ascendían, cada vez más lejanos.
La tierra contemplaba absorta la partida.
Y por aquel barullo, por aquel amasijo
de rótulas y sexos atravesó la espada
del silencio tajante, del silencio absoluto.
Nadie supo del otro. Labios desesperados
sin emitir sonidos, buscaron otras bocas,
ciervos desesperados buscaron otras fuentes,
madres desesperadas buscaron otros hijos.
Las aves por la noche gritaron asustadas.
La torre cayó al suelo, volvió al seno la arcilla
y en silencio la tierra lloró por la palabra...