Un hombre un día me preguntó
qué lugar tenía él en mi corazón
y no le supe responder, porque yo
solo sentía lastima y pena por él.
¡Ay, malhaya, sea malhaya!
¡Ay, de todo aquel
que desprecia a sus hijos
y no quiere a su mujer!
Tanto como ella lo quiso,
tanto como yo lo amé.
Pero él nunca nos supo corresponder.
Fueron pasando los días, los años
pasaron también y nuestro cariño
muriendo se fue por él.
Pues en esta vida algo tienes que
sembrar si luego quieres recoger.
Mucha pena yo sentía, muchas
lágrimas derramé.
Y ella que tanto lo quería, al consolarme,
a mí me decía que no se merecía que
sufriera tanto por él.
Pero mi llanto no era de odio ni tampoco,
de rencor, es sólo que yo sentía
mucha pena dentro de mi corazón
ya que él no nos quiso a ninguna de las dos.
Nos hizo mucho daño, mucho daño nos hizo él
pero no por eso yo nunca lo desprecié.
Que nadie a mí me lo ofenda,
que nadie me hable de él, pues aunque
él no nos quisiera, fue el hombre
que me dio a mí el ser.
Los años fueron pasando y con ellos
llego su vejez, y aquel cariño él añoraba
pero ya... ya no pudo ser.
A Dios rezo todas las noches y siempre
pido por él, para que Él lo perdone
como yo lo perdoné.