La cal de las quijadas
y las rótulas rotas
del animal de fondo
que sostiene el peligro.
El grávido esqueleto
de la ingrávida gracia,
la cáscara cuarteada
de la almendra gloriosa.
Lo inefable encerrado
en la fábula ósea,
la tormenta apañada
en el cráter del cráneo,
lo abisal en un vaso
de un milímetro cúbico,
la eternidad en centímetros
de mi dedo pulgar.
Nunca se ha desligado
de nuestra contextura.
Jamás dejó de sernos
y olernos y aventarnos.
Trenzado en nuestras trenzas
bañado en nuestros mares,
fetal y precavido,
absoluto, enredado
en el misterio único
de humanidad divina.
No es sólo el amor súbito
ni afinidad posible,
es certeza absoluta
membrana de la ósmosis,
savia circuladora,
placenta del gemido,
umbilical conducto
del hombre a su proyecto.
Inmana, trascendente,
nuestras opacas fosas
nasales si aspiramos
el olor a universo.
Los órganos sensibles
conocerán su éxtasis,
las médulas erguidas
apoyan su columna.
Trasciende alto y rebusca
entre lo más profundo.
Y tú llegaste al chorro
de la loca certeza,
por pechos y perneras
te empapaste de El.
Tú, Dios mismo anhelante
deseante y deseado.
Tú, Dios mismo, y nosotros
que sin saberlo somos,
que somos y seremos
en la Estación Total.