Nos referimos hoy en nuestra Revista al famoso Adalberto Britos,
excelente persona, que poseía, como única propiedad efectiva,
una valiosa colección de cartas de Reyes, Jefes de Estado,
Príncipes de sangre, de la Milicia y de la Iglesia, así como de
personalidades de gran relieve en las Letras, las Ciencias y las
Artes, ministros, embajadores y hasta del secretario general de
las Naciones Unidas. El amigo Britos se caracterizaba por lo
desaliñado de su persona: uniforme, que en sus tiempos fue azul
y que fue tirando a pardo; cuello y corbata en el último tercio
de su vida; zapatos rojinegros con los tacones «comidos»...
Quien esto escribe coincidió con esta figura isleña, cien por
cien representativa de la bohemia, en uno de nuestros buques; y
un día, con su clásico despiste, pretendía salir a tierra con
traje azul, zapatos blancos sin calcetines, una imitación de
cuello duro hecho con papel de barba, y, naturalmente, sin
camisa. ¡Un verdadero facha!
Para darnos una idea exacta de este tipo original, voy a referir
lo que él llamaba un «pequeño detalle», fruto de lo elevado de
sus pensamientos, que, según propia confesión, estaba muy por
encima de las cosas vulgares.
Un día que se hallaba comiendo un bocadillo de chorizo, le llamó
su jefe con urgencia para que le hiciese una cura, y el ATS, con
las prisas y el despiste, metió el bocadillo en la bombona de la
gasa y salió como una bala dando tumbos por cubierta. Lo que
pasó fue singular, pues al sacar ante el comandante-jefe, que
era de los llamados «de papillo y berruga», varias tiras de
gasa, salió también el chorizo y allí se armó la marimorena.
Pero la verdadera forma de ser de Britos la acusaba la colección
de cartas de las más altas personalidades nacionales y
extranjeras, a quienes se dirigió con cualquier motivo, y que
mostraba orgulloso como el más preciado de sus tesoros; porque,
¡eso sí!, a ese hombre desaliñado, en cuanto a finura y
cortesía, no había quien le igualase.
El más importante triunfo epistolar de este isleño, fallecido ya
hace unos años, fue el que él presentaba a sus amigos radiante
de felicidad: carta del secretario general de las Naciones
Unidas, acusándole recibo de una moción sobre modificaciones que
pudieran introducirse en la Cruz Roja Internacional y cuyo
trabajo fue fruto de varios años de estudio y desvelos de este
genial cañaílla.
¡Cualquiera diría que Adalberto Britos, con su facha
extravagante era capaz de llamar la atención de tantos
personajes!
Y sin embargo, a bordo del buque donde desempeñaba su actividad
profesional, era un tipo singular, que se prestaba al pitorreo
por el abandono de su persona. Pero, eso sí, era un verdadero
profesional, aunque despistado.