«Para Dani, mi yerno,
que no es albañil,
para Araceli.»
Aquel día Dani estaba especialmente cansado. Llevaba desde las 8
de la mañana en las labores de restauración de aquel palacete
dieciochesco convertido, por el albur del dispendio y de la
fermosura, en Escuela de múltiples disciplinas contemporáneas, y
le apetecía, más que nada, dejar un rato la llana y la paleta y
fumarse un cigarrillo tranquilo y a escondidas. Últimamente la
vida no había sido especialmente benévolo con él. A pesar de sus
estudios y de sus cursos monográficos solo había conseguido ese
trabajo de albañil en aquella restauración cualificada. ¡Menos
mal que siempre existía un roto para un descosido! Porque
llevaba semanas comiéndose los mocos y paseando sus flamantes
títulos de Monitor de Submarinismo Deportivo, de Auxiliar de
Vuelo y de Experto en Temas Medioambientales de la UNESCO por
los distintos despachos de aquella ciudad confortable pero con
alma elitista y reservada.
Subió la escalera renacentista con el fin de poder ocultarse de
las miradas inquisitorias del capataz, y abrió la puerta del
último piso, recién reformado, de la Escuela. Estaba a punto de
encender el ansiado cigarrillo cuando, aún en la oscuridad,
percibió una mole de aspecto extraño que ocupaba las tres
cuartas partes de la habitación. No se atrevió a dar la luz pero
la llama de su mechero iluminó lo que parecía, a todas luces, la
cabina de un avión varada en el piso del recinto y con una
puerta trasera abierta de par en par.
Dani se acercó dubitativo a la cabina y tomó un mando a
distancia que reposaba a la entrada del compartimento posterior
de la cabina, cerca de la entrada. Instintivamente apoyó su dedo
índice en el POWER y, como por ensalmo, la cabina se iluminó
apareciendo una réplica exacta de la cabina de un bimotor con
todo su instrumental encendido, sus mandos de pilotaje y una
pantalla gigante al frente del morro del aparato que simulaba la
pista de despegue de algún aeropuerto. Antes de que pudiera
salir de su asombro las puertas posteriores de la cabina se
cerraron automáticamente, y una voz, con leve acento metálico,
se dejó oír con claridad en el recinto:
-Bienvenido. Ocupe por favor el puesto del comandante, relájese
y esté atento a las instrucciones...
Dani no sabía si salir corriendo o ponerse a llorar, pero, ¡que
caramba!, llevaba días machacado con yesos y cementos y ya era
hora de echarse una canita al aire... Se sentó en los mandos del
avión y notó cómo los motores (o al menos el ruido de los
motores del Simulador de Vuelo) comenzaban a rugir. La voz,
entonces, comentó:
-Vaya quitando el freno del aparato y ponga rumbo 941 al
despegar sin perder de vista a la mosca...
Joder, -pensó Dani para sus adentros-, este tío se cree que soy
el Barón Rojo disfrazado de paleta en vacaciones... Pero fue
quitando suavemente la palanca del freno y empujando hacia
adentro los mandos sin perder de vista a la mosca que marcaba el
rumbo y el trazado de la pista de despegue en la pantalla
frontal del Simulador. El avión, milagrosamente, comenzaba a
deslizarse por la pista mientras el ruido de los motores se
exacerbaba.
-Cuidado, -comentó la voz-, mantenga la velocidad de despegue...
Dani sudaba por todos sus poros. Sabía, de sus cursos de
Auxiliar de Vuelo, que en un momento dado debería tirar del
volante hacia sus piernas para despegar el aparato. La pista
comenzaba a acortarse poco a poco. No sabía si la voz le
ordenaría hacer la maniobra de despegue, pero cuando comprobó
que la ralla continua iba a esfumarse tiró suavemente de los
mandos hacia sí. El avión despegó sorpresivamente y la voz
comentó al instante:
-Bien, bien... Algo violento, pero despegue correcto. Ponga el
rumbo fijado 941 y manténgalo a 2.000 pies en el altímetro. Y no
pierda de vista a la mosca...
Estaba encantado. Ahora sí que parecía el verdadero Barón Rojo.
Comprobó el rumbo en el reloj y ajustó en el altímetro la
altura. . Dani estaba disfrutando como un loco con esa sensación
de poder y libertad que hacía tiempo no sentía. Las nubes
aparecían en la pantalla, y al fondo, a lo bajo, pequeñas
casitas de blanco salpicaban el paisaje verde-gris de la tierra.
¡Demasiado tiempo hacía que no se sentía tan feliz! La tensión
continuaba pero ahora la alerta era distinta, apasionada...
De pronto la voz interrumpió su soliloquio:
-Lo siento: parece que las condiciones meteorológicas comienzan
a ser adversas. Entramos en una zona de borrasca con abundante
aparato eléctrico. Mantenga fijo el rumbo y los mandos. Y no
pierda de vista a la mosca...
Ipso facto Dani comprobó que la imagen que tenía delante de sus
ojos cambiaba radicalmente. Rayos, truenos y centellas ocupaban
ahora toda la pantalla y los mandos empezaban a temblar entre
sus manos. Se dio cuenta de que la imagen de la mosca que le
marcaba el rumbo y el equilibrio comenzaba a desajustarse
peligrosamente de la aguja. Notó como se inclinaba el aparato en
relación a la vertical del suelo.
-¡La mosca, atención a la mosca! -bramó la voz.
El ruido de los truenos y relámpagos era cada vez más próximo y
potente. Dani sudaba intentando mantener el rumbo y la altitud,
pero la mosca seguía cada vez más alejada de la aguja y su
cabeza empezaba a sentirse en un plano oblicuo con la tierra que
de pronto comenzó a girar vertiginosamente.
-¡La mosca, la mosca..!
La voz no pudo terminar sus instrucciones urgentes. Se escuchó
un ruido terrible y todo se tornó quieto y apagado.
A la mañana siguiente Araceli, la encargada de los cursos de
pilotaje, subió como de costumbre las escaleras de la Escuela
para hacer la revisión habitual de todo el equipamiento ya que
restaban pocos días para comenzar el curso. Cuando abrió la
puerta de la habitación del Simulador de Vuelo, recientemente
adquirido, tuvo que apoyarse el marco para no desmayarse: había
desaparecido.
Tampoco se volvió a saber, nunca más, de aquel obrero poco
cualificado llamado Daniel que llevaba unas semanas trabajando
en las restauración del palacete de la Escuela.
La tesis más lógicas que manejó la Policía Científica fue que,
aprovechando la noche, unos compinches del albañil desaparecido
de alguna manera habían conseguido robar el Simulador de Vuelo y
trasladarlo a algún local oculto para luego revenderlo.
Lo que no se explicó el comisario jefe fue por qué encontró una
gran mosca muerta flotando en una charca de aceite en el lugar
donde debería haber estado el aparato...