Dejad amar a la mujer caída,
dejad al polvo su vital calor,
porque todo recobra nueva vida
con la luz y el amor.
Víctor Hugo
Víctor Hugo es uno de los poetas más geniales del romanticismo y
el mayor genio poético que ha tenido Francia. Esto último lo
formulaba André Gide diciendo: "¿Que cuál es el mayor poeta de
Francia? ¡Víctor Hugo, helás!" Y nuestro Menéndez Pelayo, a
principios del siglo XX, al iniciar su magnífico estudio sobre
el enorme poeta francés, escribía: "Todo indica que la gloria de
Víctor Hugo ha de pasar todavía por muchas depuraciones y
pruebas antes que resueltamente se le tenga por clásico".
Víctor Hugo nació el 26 de febrero de 1802, en Besançon. Hijo de
un general de Napoleón, fue educado tanto con tutores privados
como en escuelas públicas de París; desde niño viaja por el
centro de Europa, Italia y España (1811-1813). A muy corta edad
decidió convertirse en escritor. En 1817 la Academia francesa le
premió un poema y, cinco años más tarde, publicó su primer libro
de poemas, Odas y baladas, de corte clasicista. A los veintiún
años escribió su primera novela, Han de Islandia (1823), a la
que siguieron los dramas Cromwel (1827), primer drama histórico,
cuyo prefacio constituye un manifiesto de la nueva estética
romántica, que impugna la regla aristotélica de las tres
unidades, respetando solo la de acción, admite lo bufo y lo
sublime en una misma obra e insiste en la presencia del color
local, Marion Delorme (1829) y la obra que marcó un hito en la
historia literaria por su ruptura con las rígidas normas de la
tragedia francesa: Hernani (1830), de ambiente español y cuyo
estreno resultó un escándalo por la polémica originada entre sus
detractores, últimos partidarios del clasicismo, y los jóvenes
románticos. Para el teatro escribió además Lucrecia Borgia
(1833) y Ruy Blas (1838). Tal vez, el aspecto más popular de
Hugo es el de novelista, género al que aportó su gran
imaginación poética: Nuestra señora de París (1830),
reconstrucción histórica del París del siglo XV, Los miserables
(1862), epopeya humana, Los trabajadores del mar (1866), El
hombre que ríe (1869) y El noventa y tres (1874). La excelencia
y perfección formal de sus composiciones poéticas se demuestra
en libros como Odas y baladas (1822), Nuevas odas y baladas
(1826), Las hojas de otoño (1831) y Los cantos del crepúsculo
(1835); a estas siguieron: Las contemplaciones (1856); La
leyenda de los siglos (1859-1883), extensa reflexión sobre la
lucha entre el bien y el mal, y El año terrible (1872),
evocación del sitio de París y de la época de la Comuna. Durante
el exilio en Bruselas publicó dos libros satíricos contra
Napoleón III: Los castigos (1853) y Napoleón el pequeño. Otros
dos poemas fueron publicados a título póstumo: Fin de Satán
(1886) y Dios (1891).
La familia de Víctor Hugo siempre había sido bonapartista, y él
mismo, en su juventud, había sido monárquico, pero cuando se
produjo la revolución de 1848, Hugo era ya republicano. En 1851,
después del fracaso de la revuelta contra el presidente Luis
Napoleón, más tarde emperador con el nombre de Napoleón III,
Hugo hubo de emigrar a Bélgica. En 1855 dio comienzo su largo
exilio de quince años en la isla de Guernsey. Hugo regresó a
Francia después de la caída del Segundo Imperio en 1870, y
reanudó su carrera política. Fue elegido primero para la
Asamblea Nacional y más tarde para el Senado.
Las obras de Víctor Hugo marcaron un decisivo hito en el gusto
poético y retórico de las jóvenes generaciones de escritores
franceses. Después de su muerte, acaecida el 22 de mayo de 1885,
en París, su cuerpo permaneció expuesto bajo el Arco del Triunfo
y fue traslado, según su deseo, en un mísero coche fúnebre,
hasta el Panteón, donde fue enterrado junto a algunos de los más
célebres ciudadanos franceses.
A pesar del paso de tiempo, el gran fantasma del poeta francés
merodea alrededor de su tumba, cantando, con voz vibrante y
profunda, cantando y contando su Leyenda de los Siglos Humanos:
su poética y profética visión humana de la Historia: visión
iluminada, y ensombrecida, de todos los pueblos de Dios. La
visión histórica de Hugo, ¿era, fue, sigue siendo una visión
humana y fantasmal, una visión profética? ¿Con su libertad y su
justicia, su progreso y su paz? Nuestro Menéndez Pelayo nos
afirma, muy retóricamente a su vez, que "el martillo de Víctor
Hugo es el más formidable que ha caído nunca sobre el yunque de
la retórica" ¿De la retórica?
¿Es visión retórica la de Víctor Hugo o sencillamente poética
como la de Dante o Shakespeare, Cervantes o Goethe? ¿Es visión
retórica la de la Historia humana victohuguesca, que levantó en
los pueblos esperanzas de paz, de justicia, de progreso, de
libertad? Los miserables, Los trabajadores del mar, Los
castigos, Las contemplaciones, La leyenda de los siglos con su
Fin de Satán, ¿todo eso es visión retórica de la vida y del
mundo, retórica del sentimiento, emoción retórica del
pensamiento? ¿O de una retórica de verdad? "Respóndate,
retórico, el silencio" contestaba la Rosaura de Calderón a su
Segismundo. El silencio retórico de la verdad se llama sangre
vertida: la voz divina de los pueblos que Hugo escuchó y cantó:
"¿Hasta dónde -pregunta, se pregunta a sí mismo Víctor Hugo-
pertenece el canto a la voz y la voz al poeta?" ¿Por qué,
entonces, llamarle retórica y sólo retórico al estilo, al
admirable, portentoso estilo poético de Víctor Hugo?
Hay una buena y una mala retórica de la poesía: como de la vida;
como de la muerte. La retórica, a veces infernal, de Víctor
Hugo, y precisamente por serlo, nos parece la expresión efectiva
-y no expresamente efectista- de la mejor poesía posible.
Víctor Hugo, enorme poeta y profeta de nuestro tiempo. "El
hombre más dotado -escribe Baudelaire, acaso su mejor discípulo
retórico-, más visiblemente elegido, para expresar, por la
poesía, el misterio de la vida". "Ningún artista más universal
que él -añade Baudelaire-, más ágil para tomar contacto con las
formas universales de la vida".
Y terminaremos evocando, por siempre actuales cuando se habla de
verdadera poesía, como la del mayor genio poético de Francia,
estas palabras poéticas que parecen retóricas porque son
proféticas: "El hombre que no piensa vive ciego; el que piensa,
en la oscuridad. No podemos elegir más que entre negruras".