Hasta cierto punto todos somos unos aburridos o unas aburridas
en tanto que no encontramos nada interesante en ciertos objetos
ni en determinados temas, mientras que otra gente sí lo hace, lo
cual nos da que pensar. A mí, por ejemplo, nada me aburre más en
el mundo que las noticias de la "prensa rosa", mientras que a
mucha gente nada le aburre tanto como un documental sobre el
Masai Mara. De esto concluyo varios pensamientos: a) no hay
temas interesantes o aburridos, sino sólo gente que se aburre
con determinadas cosas y que se entretiene con otras, y que toda
cuestión y toda actividad puede caracterizarse como "interesante
en principio"; b) diversos factores tales como el temperamento,
las circunstancias, la edad, las necesidades, la educación,
etcétera, deben explicar la disparidad en la atención e interés,
o bien la desidia y hasta la indiferencia, que mostramos hacia
los objetos de la realidad y que determinan, en definitiva, la
dirección de nuestras acciones y nuestra actitud en la vida; c)
parece poco sensato decir que toda cuestión y toda actividad
deba interesarnos, por más que haya quien arengue eso de que
"humanos somos y nada humano nos es ajeno".
En efecto, para impedir la dispersión, en un extremo, y la
pasividad, en el otro, los seres vivos en general atendemos a
unas cuestiones e ignoramos otras. Así parece lógico que un
insecto en un campo de fútbol se muestre muy interesado por la
micro-fauna del césped y que ignore totalmente la armoniosa
distribución de los asientos del estadio. Lo sensato, creo yo,
es huir de los extremos y no llegar a interesarse por todo pero
tampoco situarnos en la antípoda del no encontrar nada
interesante.
Sin embargo, estos extremos se han "idealizado" en las posturas
respectivas del niño-filósofo (que no puede dejar de admirarse
por todo) y del sabio anciano (que se muestra imperturbable
frente al bullicio de la vida). Eminentes filósofos como
Sócrates o Séneca, relevantes moralistas como Jesús o el Dalai
Lama, geniales pintores, músicos, decoradores, jardineros y
hasta cocineros huyen del término medio y sitúan la virtud en
los modelos del niño o del anciano. A los comunes mortales nos
dedican su desprecio mientras nos enseñan el camino de la
supuesta excelencia. En definitiva, nos dibujan un Paraíso del
que supuestamente hemos sido expulsados, o bien la Tierra
Prometida a la que el profeta de turno nos quiere conducir. El
mundo tal y como lo conocemos y vivimos, tal y como lo
trabajamos y los disfrutamos y lo transformamos según nuestros
intereses, queda reducido a tierra impía y a desierto.
[Traduzco: el "Paraíso" es la existencia que se vive como si
fuéramos niños, o sea, en un perpetuo interés por todos los
temas; la "Tierra Prometida" es la imperturbabilidad que obtiene
el sabio una vez comprende que la vida es dolor y agitación y
aprende a alejarse de ella y a mostrarse indiferente frente a
sus urgencias.]
Pero estas posturas son puras negaciones del sentido común, pues
en realidad la gente no funciona así: ni todo nos interesa, ni
nada nos sorprende. Somos gente que se entretiene con algunas
cosas, que se aburre con otras, que a veces parecemos niños y a
veces ancianos, gentes que, en definitiva, se mueven en el
término medio de los intereses. Esto que parece una perogrullada
contraviene eminentes doctrinas y por eso había que decirlo.
Una vez asentido esto, hay que reconocer la capacidad que tienen
estos lumbreras para empujarnos a mirar un poco más allá de
nuestros intereses inmediatos y enseñarnos que el mundo es algo
más de lo que pensamos que es. Por ejemplo, no deja de
asombrarme que Van Gogh encontrase maravilloso lo que para
cualquiera no sería más que un pobre florero con vulgares
girasoles sobre un mueble rústico y que, además, fuese capaz de
comunicar al resto de la humanidad la belleza que él veía;
belleza que ahora, gracias a su arte, también nosotros somos
capaces de apreciar a través de sus ojos, o sea, y esto es lo
importante, no por nosotros mismos, que tendemos a anquilosarnos
en nuestra eficaz pero cerrada valoración de la realidad.
También todo alumno experimenta generalmente agrado por aquellas
asignaturas en los que el profesor es capaz de comunicar su
íntima vivencia de los asuntos que esté enseñando, creándose así
un cierto espejismo que no engaña sino amplía nuestra visión:
uno llega a creer que la vocación de su maestro es la propia, no
porque así sea "originalmente", sino porque uno ha visto la
materia en cuestión a través de los ojos de alguien que no se
aburre con ella.
Del mismo modo puede hablarse de los que se sitúan en el extremo
contrario, a saber, los que nos enseñan a mirar el bosque a
pesar de que sólo vemos árboles. Mientras que Van Gogh o los
profesores son capaces de hacerte caer en la cuenta de lo que
para nosotros era despreciable, hay otros que liberan de lo
concreto y te llevan al campo abierto de la totalidad. Los
filósofos estoicos y el budismo, por ejemplo, nos enseñan a
ahuyentar los fantasmas de lo inmediato, de modo que podemos
alcanzar esa cierta serenidad de espíritu que es necesaria para
desdramatizar las putadas de la vida y las urgencias del día a
día.
Ampliada así la visión de la realidad, apreciando lo pequeño,
situándonos también en una perspectiva global y, por fin, como
gentes vulgares que somos, ocupándonos de nuestros asuntos
cotidianos, que son los que son a los que dedicamos la mayor
parte de nuestra energía y nuestros pensamientos, la gente como
nosotros podemos llegar a descubrir que no hay temas aburridos,
sino gente que se aburre con estos temas. La causa de este
aburrimiento estará en un desajuste visual que nos permite ver
sólo con pequeño, o sólo lo grande, o sólo lo que hay en medio.
Pero la vista del hombre debe poder alcanzar esas tres
dimensiones si quiere ser fiel a la realidad. Los extremos o la
medianía cotidiana no valen. Vale el todo, la completa visión de
la vida, una vida hecha de cosas pequeñas y admirables, de
globalidades existenciales, de afanes cotidianos. La pasión y
las sensaciones que despiertan los temas no depende de ninguna
cualidad objetiva de éstos, sino del punto de vista en el que
nos pongamos. Eso, creo yo, debe ser la verdadera sabiduría.
Por cierto, ¿has notado que últimamente las películas no te
gustan tanto como antes? ¿quizás no disfrutas ya tanto con la
lectura? ¿te aburren la tele, el diario, Internet, el fútbol, el
Carnaval, la Semana Santa, la playa y demás actividades y
espectáculos que antes te apasionaban? Si empiezas a sentirte
así, puede que estés aprendiendo a relativizar los intereses y
hacerte sabio. O puede que simplemente seas un aburrido o una
aburrida. En este artículo he intentado explicar la diferencia.
¿Que no te has enterado? Bueno, en la vida todo debería hacerse,
al menos, dos veces.