Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 2002 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces
Hasta cierto punto todos somos unos aburridos o unas aburridas en tanto que no encontramos nada interesante en ciertos objetos ni en determinados temas, mientras que otra gente sí lo hace, lo cual nos da que pensar. A mí, por ejemplo, nada me aburre más en el mundo que las noticias de la "prensa rosa", mientras que a mucha gente nada le aburre tanto como un documental sobre el Masai Mara. De esto concluyo varios pensamientos: a) no hay temas interesantes o aburridos, sino sólo gente que se aburre con determinadas cosas y que se entretiene con otras, y que toda cuestión y toda actividad puede caracterizarse como "interesante en principio"; b) diversos factores tales como el temperamento, las circunstancias, la edad, las necesidades, la educación, etcétera, deben explicar la disparidad en la atención e interés, o bien la desidia y hasta la indiferencia, que mostramos hacia los objetos de la realidad y que determinan, en definitiva, la dirección de nuestras acciones y nuestra actitud en la vida; c) parece poco sensato decir que toda cuestión y toda actividad deba interesarnos, por más que haya quien arengue eso de que "humanos somos y nada humano nos es ajeno".

En efecto, para impedir la dispersión, en un extremo, y la pasividad, en el otro, los seres vivos en general atendemos a unas cuestiones e ignoramos otras. Así parece lógico que un insecto en un campo de fútbol se muestre muy interesado por la micro-fauna del césped y que ignore totalmente la armoniosa distribución de los asientos del estadio. Lo sensato, creo yo, es huir de los extremos y no llegar a interesarse por todo pero tampoco situarnos en la antípoda del no encontrar nada interesante.

Sin embargo, estos extremos se han "idealizado" en las posturas respectivas del niño-filósofo (que no puede dejar de admirarse por todo) y del sabio anciano (que se muestra imperturbable frente al bullicio de la vida). Eminentes filósofos como Sócrates o Séneca, relevantes moralistas como Jesús o el Dalai Lama, geniales pintores, músicos, decoradores, jardineros y hasta cocineros huyen del término medio y sitúan la virtud en los modelos del niño o del anciano. A los comunes mortales nos dedican su desprecio mientras nos enseñan el camino de la supuesta excelencia. En definitiva, nos dibujan un Paraíso del que supuestamente hemos sido expulsados, o bien la Tierra Prometida a la que el profeta de turno nos quiere conducir. El mundo tal y como lo conocemos y vivimos, tal y como lo trabajamos y los disfrutamos y lo transformamos según nuestros intereses, queda reducido a tierra impía y a desierto. [Traduzco: el "Paraíso" es la existencia que se vive como si fuéramos niños, o sea, en un perpetuo interés por todos los temas; la "Tierra Prometida" es la imperturbabilidad que obtiene el sabio una vez comprende que la vida es dolor y agitación y aprende a alejarse de ella y a mostrarse indiferente frente a sus urgencias.] 

Pero estas posturas son puras negaciones del sentido común, pues en realidad la gente no funciona así: ni todo nos interesa, ni nada nos sorprende. Somos gente que se entretiene con algunas cosas, que se aburre con otras, que a veces parecemos niños y a veces ancianos, gentes que, en definitiva, se mueven en el término medio de los intereses. Esto que parece una perogrullada contraviene eminentes doctrinas y por eso había que decirlo. 

Una vez asentido esto, hay que reconocer la capacidad que tienen estos lumbreras para empujarnos a mirar un poco más allá de nuestros intereses inmediatos y enseñarnos que el mundo es algo más de lo que pensamos que es. Por ejemplo, no deja de asombrarme que Van Gogh encontrase maravilloso lo que para cualquiera no sería más que un pobre florero con vulgares girasoles sobre un mueble rústico y que, además, fuese capaz de comunicar al resto de la humanidad la belleza que él veía; belleza que ahora, gracias a su arte, también nosotros somos capaces de apreciar a través de sus ojos, o sea, y esto es lo importante, no por nosotros mismos, que tendemos a anquilosarnos en nuestra eficaz pero cerrada valoración de la realidad. También todo alumno experimenta generalmente agrado por aquellas asignaturas en los que el profesor es capaz de comunicar su íntima vivencia de los asuntos que esté enseñando, creándose así un cierto espejismo que no engaña sino amplía nuestra visión: uno llega a creer que la vocación de su maestro es la propia, no porque así sea "originalmente", sino porque uno ha visto la materia en cuestión a través de los ojos de alguien que no se aburre con ella.

Del mismo modo puede hablarse de los que se sitúan en el extremo contrario, a saber, los que nos enseñan a mirar el bosque a pesar de que sólo vemos árboles. Mientras que Van Gogh o los profesores son capaces de hacerte caer en la cuenta de lo que para nosotros era despreciable, hay otros que liberan de lo concreto y te llevan al campo abierto de la totalidad. Los filósofos estoicos y el budismo, por ejemplo, nos enseñan a ahuyentar los fantasmas de lo inmediato, de modo que podemos alcanzar esa cierta serenidad de espíritu que es necesaria para desdramatizar las putadas de la vida y las urgencias del día a día.

Ampliada así la visión de la realidad, apreciando lo pequeño, situándonos también en una perspectiva global y, por fin, como gentes vulgares que somos, ocupándonos de nuestros asuntos cotidianos, que son los que son a los que dedicamos la mayor parte de nuestra energía y nuestros pensamientos, la gente como nosotros podemos llegar a descubrir que no hay temas aburridos, sino gente que se aburre con estos temas. La causa de este aburrimiento estará en un desajuste visual que nos permite ver sólo con pequeño, o sólo lo grande, o sólo lo que hay en medio. Pero la vista del hombre debe poder alcanzar esas tres dimensiones si quiere ser fiel a la realidad. Los extremos o la medianía cotidiana no valen. Vale el todo, la completa visión de la vida, una vida hecha de cosas pequeñas y admirables, de globalidades existenciales, de afanes cotidianos. La pasión y las sensaciones que despiertan los temas no depende de ninguna cualidad objetiva de éstos, sino del punto de vista en el que nos pongamos. Eso, creo yo, debe ser la verdadera sabiduría. 

Por cierto, ¿has notado que últimamente las películas no te gustan tanto como antes? ¿quizás no disfrutas ya tanto con la lectura? ¿te aburren la tele, el diario, Internet, el fútbol, el Carnaval, la Semana Santa, la playa y demás actividades y espectáculos que antes te apasionaban? Si empiezas a sentirte así, puede que estés aprendiendo a relativizar los intereses y hacerte sabio. O puede que simplemente seas un aburrido o una aburrida. En este artículo he intentado explicar la diferencia. ¿Que no te has enterado? Bueno, en la vida todo debería hacerse, al menos, dos veces.

Quizás deberías leer otra vez este artículo.
 






 

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