De nuevo ETA. Y de nuevo las muertes de inocentes -entre ellas
una criatura de seis años- nos conmueve, nos indigna, nos quema
la sangre y nos hace sentir asco hasta la náusea por la
existencia de esos tipos sin alma que dicen luchar por el país
vasco.
¿Qué decir de estos elementos que no esté ya dicho por las bocas
y plumas de todo español, incluidos lógicamente sus propios
paisanos? ¿De qué calificarlos que no conste en la mayor y más
surtida de las listas descalificatorias? Y, absurdo donde los
haya, estos sangrientos personajes se llaman a sí mismo
"soldados en lucha por la causa vasca". ¿Soldados...? ¿Causa
vasca...?
Bien, vamos a ver, "soldado", como lo tuyo, por mucho que nos
esforcemos en entenderlo, no aguanta la prueba del nueve,
permíteme unas sencillísimas y elementales reflexiones. En
primer lugar, ¿cuál es esa "causa"? ¿Pretendes hacernos creer
que luchas por salvar a tu pueblo del yugo y la opresión a que
son sometidos por un gobierno de república bananera? ¿Acaso tu
pueblo -las provincias vascas- no goza de unos Fueros y unos
Estatutos de Autonomía que, ya desde los tiempos de Franco -de
qué, si no, todas las grandes industrias del hierro y el acero-,
le conceden mayores libertades y ventajas que al resto de los
españoles? Sólo tienes que mirar la renta media vasco-navarra y
compararla con la de otras comunidades que luchan y trabajan
calladas y solidarias con el bien común.
Permíteme decirte que "tu pueblo", el pueblo que tú dices
representar, sólo sois tú y unos pocos más de tu misma calaña.
De ninguna forma -y tú bien lo sabes- puedes decir que los
vascos, esa inmensa mayoría de personas de bien que componen el
pueblo vasco, están contigo y aprueban tus infames actos. Tu
"causa" sólo eres tú... y -acéptalo- la disculpa o argumento
para tener un chollo con el que vivir del cuento.
Y vamos a por la segunda, a por lo de llamarte "soldado". Mira,
un soldado, además de todas las sinrazones que comportan una
guerra, tiene su campo de batalla -un lugar perfectamente
conocido por ambos bandos- donde se enfrenta a un enemigo en una
-más o menos- igualdad de condiciones, donde dispara a matar y
se expone a que la bala del otro le llegue por los mismos
horizontes, donde arriesgará su vida de igual a igual y
encontrará gloria o muerte, victoria o tumba, medallas en el
pecho en premio a su valor o crespones de luto y su nombre en el
libro de los héroes. ¿Tú? No. Tú aprovechas que nadie -excepto
tú- sabe donde está ese campo de batalla, te aprovechas para
sorprender cobardemente, no a soldados, no a gente armada como
tú, no a los que serían tus posibles enemigos, sino a personas
inocentes sin ninguna posibilidad de defenderse. Tú atacas los
flancos más débiles, a los más débiles, con nocturnidad y
alevosía, con un tiro por la espalda o poniéndole una trampa que
le rompa los tuétanos cuando tú ya estés lejos y bien a salvo.
¿Lo ves? ¿Ves como no eres un soldado? Piénsalo, mírate los
adentros y verás como te faltan huevos para meterte una
recortada con postas loberas en la cintura y colarte por las
puertas del Congreso de los Diputados -por poner un ejemplo-, o
plantarte cara a cara ante una pareja de maderos, de ertzainas o
del benemérito cuerpo de los hombres de verde -a los que tantos
compañeros habéis asesinado por la espalda- y decirles que eres
un macho piara luchando por tus gente y vienes a batirte el
cobre con ellos. No. Tú dispararás desde la sombra, desde la
traición, desde la cobardía... Y te llevarás por delante a
criaturitas como la niña de seis años de hace unos días, como
las vidas de tantos inocentes que nada tenían que ver con tus
-dicho en cristiano- malditos y bastardos intereses
particulares.
Y, no, no hay rimas ni poema. El poema lo llevamos nosotros
dentro, en nuestros corazones, en nuestros pechos dolidos por
tus infamias. Allí lo sentimos, allí vamos rimando dolor y
llanto, pena y sufrimiento, las angustias terribles de la
inocente sangre derramada con los consonantes versos de la
esperanza...
En el título sólo está tu nombre, al revés las sílabas. ¿Lo ves?
Sí. Como en un juego infantil. Es un homenaje -llanto en los
ojos- a esa niñita de seis años de Santa Pola.