Cuando se va un cañaílla,
hombre cabal, noble y bueno
se le abren de par en par
las puertas del Cielo.
El firmamento pone a sus pies
su manto de terciopelo
adornado con la sal de las salinas
que brillan como luceros.
Cuando el “Juaqui” al Cielo subió
a recibirlo fue Camarón
y en un abrazo los dos se fundieron,
y tomándolo por el hombro,
como se cogen los buenos amigos,
“Ven pa'cá, Juaqui -le dijo-,
verás que sorpresa te tengo".
Y le enseñó un hermoso tablao
que entre gitanos y payos
le habían decorao
con caracolas de nácar
y sapinas de los esteros,
hierbabuena, claveles y romero.
Sonando estaban los bordones
de la guitarra que el Pescaílla
con arte unas alegrías tocaba.
Mientras que Lola, la faraona,
con su blanca bata de cola
descalza bailaba.
Los ángeles no salían de su asombro
mientras se decían unos a otros
¡qué pena no haber nacido
en esa tierra con tanto arte y salero!
Y desde que el “Juaqui” llegó
de fiesta se a vestido el Cielo.