(Especialmente dedicado a Toñi y a Luis A.,
por motivos diversos, claro)
La primera vez no le concedí la más mínima importancia. Ni me
sorprendió en exceso el fenómeno, ya que lo atribuí a algún
proceso específico del sol en las primeras horas de la mañana,
o, incluso, a cualquier jugueteo físico de las arenas húmedas
que había dejado la pleamar al retirarse.
Estaba más pendiente en comprobar cómo mis pies descalzos iban
marcando huellas transitorias en la orilla mojada de la playa,
mientras el ronroneo de las mínimas olas del mar, por fin
convertido en piscina de salitres, acariciaba mis oídos, cada
vez más calientes por el sol amanecido con fuerza renovada.
Mi paseo vespertino por la playa, larga y silenciosa, en la
amanecida del océano, poco después del primer noticiero
televisivo, habitualmente repleto de desgracias y tragedias en
todo el mundo, era básico para mi equilibrio personal, y
constituía todo un reto veraniego que nada ni nadie osaba
alterar desde hacía años. Por eso no concedí especial
importancia a que mi sombra comenzara a disociarse. Tan poca,
que no volví a interesarme por ella, pues sólo el plateado
luminoso de las aguas acariciadas por el sol, y aquellos
pececillos que se acercaban a la orilla acompañando a intervalos
mis pasos, llenaban todos mis pensamientos.
Al día siguiente esperé, al borde de las olas, la amanecida. Las
noticias del primer telediario habían estado, esta vez,
especialmente salpicadas de muertes: inundaciones en Centro
Europa, en Filipinas, en la India, en Nepal; miles de muertos y
damnificados, miles de personas desalojadas, ignoradas o
perdidas; miles de ojos tristes, cientos de miles de sonrisas
acalladas... Pero allí estaba el poderoso sol abriéndose paso
por el horizonte azul sin nubes. Y el canto susurrante de las
olas benignas. Y la húmeda arena del suelo prometido para mis
paseos...
Pero era cierto, ahora era tan evidente que no pude retrotraerme
al fenómeno: mi sombra había perdido la ligazón con mi cuerpo.
Mi sombra no me acompañaba desde los pies, como hubiera sido
lógico, sino que comenzaba a media pierna, más o menos a la
altura de las rodillas, continuando hasta la cabeza. Existía un
hueco despejado y enigmático entre mis rodillas y mis pies.
Pensé: "probablemente será un efecto óptico propiciado por la
dispersión de los rayos solares y el ozono del aire", y comencé
a caminar dejándome llevar por el acariciante murmullo de las
olas y centrando mis emociones en las huellas que mis pies
descalzos iban dejando en las arenas húmedas. Poco a poco los
primeros pescadores de la madrugada comenzaban a clavar sus
cañas en la orilla, y el sol hacía retroceder las aguas que se
disponían a dormir sus mareas altas.
Nada comenté en casa de mi sombra disociada, entre otras cosas
porque, probablemente, fuera sólo un fenómeno transitorio y bien
conocido por todos...
Pero lo cierto es que hoy me he despertado pensando en mi
sombra, y apenas he atendido, mientras sorbía mi humeante café
con leche, a las noticias mañaneras que me ofrecían más de lo
mismo, si bien, en esta ocasión, con un interesante surtido de
amenazas de "guerras justas" so pretexto de paces mundiales y de
justicias divinas, justicias tan divinas que siguen tiñendo de
rojo y de miserias las tierras de gran parte del planeta. Menos
mal que la sección de deportes ponían un contrapunto final,
amable y distendido, a los noticieros...
Porque tenía yo interés hoy en saber qué pasaba con mi sombra,
ya que, entre sueños, me había estado incordiando toda la noche.
Y -sorpresa, sorpresa-, hoy mi sombra se había disociado, si
cabe, aún un poco más: sólo acompañaba a mi cuerpo desde la
cintura.
No, por muchas vueltas que he dado a mi figura, por muchas
posiciones y cambios que he intentado adosar a mi esqueleto, mi
sombra se ha negado a pegarse a mis pies dejando un extraño
hueco de silencio gráfico, hasta la altura del pecho ahora.
Y hoy he sentido la evidencia de que este fenómeno, continuado y
progresivo, no podría ser sólo aleatorio, que me estaba
sucediendo algo inexplicable y confuso, y que, de alguna forma,
debería investigarlo. Pero, ¿a quién recurrir?, ¿cómo hacerlo
evidenciable y comprobable?
En mi paseo, -hoy ya nada relajado por la playa-, me he cruzado
con una señora que caminaba en dirección opuesta a la mía a
marcha rápida.
- Señora, por favor, -le he dicho, intentando, con una sonrisa
apaciguadora, romper el miedo a la soledad del momento-, ¿me
permite un minuto?
- Dígame, señor -me ha contestado la mujer, parándose a una
distancia prudencial de mí y con los ojos recelosos.
- Perdone -he balbuceado-, pero, ¿le importaría mirar mi sombra
y decirme lo que ve?
La señora me ha mirado con temor, y con una vocecilla casi
inaudible, mientras continuaba su marcha rápida, me ha dicho:
- Es un poco pronto para estar bebido, ¿no cree?
Y yo me he quedado clavado, como una estatua, en la arena,
constatando cómo mi sombra se alejaba cada vez más de mi cuerpo
y notando cómo ahora llegaba ya sólo hasta mis hombros.
¿Qué hacer?, ¿a quién comentarle mis dudas?
Cuando he llegado a casa mi sombra sólo reflejaba a mi cabeza,
que, por cierto, ha comenzado a dolerme intensamente. Mis hijas
me han preguntado:
- ¿Qué te pasa, papá, que tienes tan mala cara?
- Es que mi sombra me está abandonando, hijas...
Algo raro han debido ver en mí porque han hablado con su madre
-que también es mi mujer, desde luego-, y ahora me tienen
ingresado en el Departamento de Neurocirugía del Hospital
Príncipe de Asturias, donde el Dr. Alcocer ya ha cursado las
peticiones pertinentes para una Resonancia Magnética y un TAC
cerebral. Creo haber oído al doctor hablar (mientras veo las
noticias de la tarde desde mi cama) de un posible "hemartoma
occipital" (*), pero yo sé que dentro de un rato no tendré nada
de sombra...
(*) Tumor cerebral, habitualmente benigno, pero muy
expansivo.