Tomando el símil amoroso como arranque de la afición en la
literatura, todos tenemos que contar nuestra historia, arranque
de esa historia que es ineludible y determinante de nuestros
gustos posteriores. A veces, un primer amor se hace inolvidable
y nos persigue, más o menos metamorfoseado, en otros amores
sucesivos. No creo que haya un estricto divorcio entre el primer
y el último amor de nuestra vida, o dicho en nuestras
intenciones literarias, no creo que haya discrepancia entre las
primeras motivaciones u las que luego se asientan como
definitivas en nuestro quehacer con las Musas.
Por otra parte, el hecho de que un joven autor tenga por
disponibilidad natural una tendencia a las formas clásicas -o al
revés, a las vanguardistas-, es también un factor que
determinará su formación decantada ya en una edad madura. La
frase de Diderot de que el hombre es el estilo es, a grandes
luces, ciertas. Un carácter puede reflejar unas capacidades que
no son nada más que un orden mental reflejado en su expresión
escrita. Sin embargo, se me objetará a esta afirmación que ha
habido autores que tan pronto han sido cultivadores de formas
tradicionales y conservadoras como tan pronto han mostrado
entusiasmo por una radical innovación. Ejemplo, Gerardo Diego,
Rafael Alberti, Federico García Lorca...por poner nombres de
escritores tan representativos como son éstos. Podríamos
atribuir este fenómeno a una novedad de época; más aún, a un
imperativo de evolución literaria, una curiosidad que para nada
resta carácter verdadero y fijado a sus cultivadores como los
mencionados. Gerardo Diego es el fondo un conservado, como
Alberti. A ambos se les transparente su idiosincrasia de poetas
clásicos. Lorca, tan abierto y, sin duda, más genial, está más
próximo a la síntesis entre lo clásico y lo vanguardista.
Los que nos iniciamos en los años cincuenta y sesenta, teníamos
unos modelos que empezaban en la preceptiva literaria y
continuaban en los poetas que estaban de moda, como siempre en
este caso. Ahora bien, estos poetas que entonces representaban
la poesía "vigente" tenían un magisterio fascinante -los de la
generación del cincuenta y los poetas de Cántico-, cara y cruz
de una poesía completa en clasicismo y libertad, reflexión y
colorido. En ambos grupos confluían la tradición formal y luego
en cada uno una visión poética peculiar desde la inquietud
social hasta la "ensoñación" descriptiva, que sirvió de "eslabón
perdido" con el modernismo a los Novísimos, me atrevería a
afirmar.
En aquellos años había "seriedad" entre los poetas que
comenzaban. Todos hacían un intento (en el supuesto de que no
les brotase espontáneamente) por arrancar de lo clásico, lo
establecido por la tradición literario, ¿o es que los que nos
habían precedido y dejado su legado de talento y esfuerzo no
eran dignos de ser conocidos? Se acudía a la preceptiva como por
instinto "deontológico". Había que aceptar y asumir los moldes
clásicos, aunque luego cada uno los modificase a su manera,
incluso los rompiera en aras a un intento de creatividad
personal. Hoy parece que muchos jóvenes poetas ignoran ese
trámite y confían en sus recursos como si una íntima voz de
genio innovador les inspirase algo nuevo bajo el sol. ¿No
aceptan el desafío que supone la aceptación de lo clásico como
aprendizaje, o bien, y a pesar de sus estudios oficiales de
enseñanza media, no se han enterado de que existe una historia
literaria anterior a ellos, y que, además está presente aún en
muchos otros jóvenes que la asumen? No los voy a tildar de
osadía, sino de ligereza, en unos tiempos en los que se ha
levantado la veda a muchas iniciativas que antes requerían una
cierta dosis de prudencia y reverencia a maestros que servían de
modelos como punto de partida.
Tenemos otro capítulo que comentar y es el de los jóvenes
metidos a críticos que necesitan "impactar", llamar la atención
sea como sea, y por lo mismo incurren en disparates
iconoclásticos, de los que se arrepienten luego (aunque no lo
confiesen) cuando la evidencia los desborda.
Unos y otros son productos de una época que como la célebre
noche en la que "todos los gatos son pardos "y de un país -véase
cómo funciona la televisión de este país- que literariamente fue
casi siempre deudora de Francia, Italia, Alemania e Inglaterra,
donde todo vale con tal de que tenga eco en el gran público.
Seguiremos en otro artículo hablando de este flechazo, aunque
con un tono más armonioso y feliz, como conviene a la poesía.