Página anterior. Volver Portada gral. Staff Números anteriores Índice total 2002 ¿Qué es Arena y Cal? Suscripción Enlaces
Tomando el símil amoroso como arranque de la afición en la literatura, todos tenemos que contar nuestra historia, arranque de esa historia que es ineludible y determinante de nuestros gustos posteriores. A veces, un primer amor se hace inolvidable y nos persigue, más o menos metamorfoseado, en otros amores sucesivos. No creo que haya un estricto divorcio entre el primer y el último amor de nuestra vida, o dicho en nuestras intenciones literarias, no creo que haya discrepancia entre las primeras motivaciones u las que luego se asientan como definitivas en nuestro quehacer con las Musas.

Por otra parte, el hecho de que un joven autor tenga por disponibilidad natural una tendencia a las formas clásicas -o al revés, a las vanguardistas-, es también un factor que determinará su formación decantada ya en una edad madura. La frase de Diderot de que el hombre es el estilo es, a grandes luces, ciertas. Un carácter puede reflejar unas capacidades que no son nada más que un orden mental reflejado en su expresión escrita. Sin embargo, se me objetará a esta afirmación que ha habido autores que tan pronto han sido cultivadores de formas tradicionales y conservadoras como tan pronto han mostrado entusiasmo por una radical innovación. Ejemplo, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Federico García Lorca...por poner nombres de escritores tan representativos como son éstos. Podríamos atribuir este fenómeno a una novedad de época; más aún, a un imperativo de evolución literaria, una curiosidad que para nada resta carácter verdadero y fijado a sus cultivadores como los mencionados. Gerardo Diego es el fondo un conservado, como Alberti. A ambos se les transparente su idiosincrasia de poetas clásicos. Lorca, tan abierto y, sin duda, más genial, está más próximo a la síntesis entre lo clásico y lo vanguardista.

Los que nos iniciamos en los años cincuenta y sesenta, teníamos unos modelos que empezaban en la preceptiva literaria y continuaban en los poetas que estaban de moda, como siempre en este caso. Ahora bien, estos poetas que entonces representaban la poesía "vigente" tenían un magisterio fascinante -los de la generación del cincuenta y los poetas de Cántico-, cara y cruz de una poesía completa en clasicismo y libertad, reflexión y colorido. En ambos grupos confluían la tradición formal y luego en cada uno una visión poética peculiar desde la inquietud social hasta la "ensoñación" descriptiva, que sirvió de "eslabón perdido" con el modernismo a los Novísimos, me atrevería a afirmar.

En aquellos años había "seriedad" entre los poetas que comenzaban. Todos hacían un intento (en el supuesto de que no les brotase espontáneamente) por arrancar de lo clásico, lo establecido por la tradición literario, ¿o es que los que nos habían precedido y dejado su legado de talento y esfuerzo no eran dignos de ser conocidos? Se acudía a la preceptiva como por instinto "deontológico". Había que aceptar y asumir los moldes clásicos, aunque luego cada uno los modificase a su manera, incluso los rompiera en aras a un intento de creatividad personal. Hoy parece que muchos jóvenes poetas ignoran ese trámite y confían en sus recursos como si una íntima voz de genio innovador les inspirase algo nuevo bajo el sol. ¿No aceptan el desafío que supone la aceptación de lo clásico como aprendizaje, o bien, y a pesar de sus estudios oficiales de enseñanza media, no se han enterado de que existe una historia literaria anterior a ellos, y que, además está presente aún en muchos otros jóvenes que la asumen? No los voy a tildar de osadía, sino de ligereza, en unos tiempos en los que se ha levantado la veda a muchas iniciativas que antes requerían una cierta dosis de prudencia y reverencia a maestros que servían de modelos como punto de partida. 

Tenemos otro capítulo que comentar y es el de los jóvenes metidos a críticos que necesitan "impactar", llamar la atención sea como sea, y por lo mismo incurren en disparates iconoclásticos, de los que se arrepienten luego (aunque no lo confiesen) cuando la evidencia los desborda. 

Unos y otros son productos de una época que como la célebre noche en la que "todos los gatos son pardos "y de un país -véase cómo funciona la televisión de este país- que literariamente fue casi siempre deudora de Francia, Italia, Alemania e Inglaterra, donde todo vale con tal de que tenga eco en el gran público.

Seguiremos en otro artículo hablando de este flechazo, aunque con un tono más armonioso y feliz, como conviene a la poesía.






 

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