Con los ojos, tan solo entreabiertos, se resistía a
despertar, se negaba a reaccionar ante el temor de lo
desconocido, y su mente no había desperezado su función
encontrándose aún somnolienta. La tenue luz del
fluorescente, geométricamente instalado en el blanco techo
de la habitación, y un leve tintineo metálico, le distraían
manteniéndole ajeno a las voces susurrantes que oía lejanas.
Sus entrañas, dormidas e insensibles, pedirían a gritos, si
pudieran, que les permitiesen permanecer en ese éxtasis
extraño, en ese flotar sin tactos, sin sentidos y sin dolor.
Los párpados, fortalecidos por el progresivo e indeseado
despertar, hacían más fuerte su unión, su abrazo vertical
que todo lo oscurecía.
Esas nuevas sensaciones le traían el recuerdo de otras, de
aquellas que había percibido en el instante mismo del
pinchazo; la aguja entró en su vena sin oposición,
fácilmente y, a través de ella, discurrió un sueño licuado
que no le dejó tiempo para pensar que estaban durmiéndole,
quizá para siempre.
Le pareció un momento. Se le calmaron los males sin sentir
las heridas, se le agolparon los amores y se le apretó la
vida, todo junto, todo en un solo segundo, y apenas
recordaba la mano que le rozó la frente en una silenciosa
despedida, como el más tierno de los adioses.
Las voces lejanas se le acercaron, se dirigían a él dulces y
amorosas, pero a ninguna de ellas reconoció. En un instante
de curiosidad dejó que sus ojos abortasen el abrazo de los
párpados, la luz le pareció más intensa, extremadamente
blanca; contrastaba con el verde de las figuras que rodeaban
el túmulo en el que creía reposar. Movió levemente la cabeza
para decir que sí, que se encontraba bien, era un mudo
movimiento que repetía a cada pregunta del personal de
quirófano.
No quería despertar, y menos ahora que se sabía vivo, que
había vuelto, que imaginaba, esperándole, todo aquello que
perdió cuando le durmieron. Sintió como alguna enfermera le
tomaba la mano y la apretaba en un gesto de cariño y
triunfo, y se olvidó del sueño y del tiempo.
Transcurrido el período prescrito por las normas del centro,
fue trasladado a la habitación y allí, en el despertar
definitivo, no recibió la luz del fluorescente centrado en
el techo con perfecta geometría, tampoco percibió el verde
intenso de las batas sanitarias, ni oyó el tintineo metálico
del instrumental. Las voces susurrantes sí le fueron
familiares y se vio, a su regreso, observado por facciones y
muecas que reconoció. Sin embargo, esas voces y sus caras le
parecieron nuevas.