Acabo de salir de un sueño pesado, más bien una pesadilla con
vivencias amargas, que acaba en una somnolencia que se disipa
lentamente. La realidad salta en mi mente y con extrema lucidez
vislumbro lo que me está ocurriendo... Cuando abro los ojos me
siento viva. ¿Se le puede llamar vivir al desasosiego que yo
siento? Mi derrota empezó en el momento que ellos habían
decidido quererse apartándome de su existencia. Sobre todas las
cosas querían ser felices. Podrán conseguir una felicidad
duradera, sabiendo que me traicionaron apartándome de sus vidas
sin pensar por un momento que destrozaban la mía? A ratos y con
una congoja que me ahogaba me decía que seres de esta calaña no
merecían una sola lágrima mía, y a pesar de estas reflexiones
que a ratos me tranquilizaban, sentía miedo, miedo a no poder
controlar mis sentimientos y soportar un dolor que no pueda
resistir.
Las noches todas interminable. Van pasando las horas y sigo sin
sueño. Al amanecer comienza mi letargo, adormecida y decaída
empiezan a desfilar por mi cabeza abotargada y embrutecida de
cansancio mis pensamientos acerbos, es entonces cuando la
realidad impuesta aflora y ocupa toda mi mente que sumergida en
una desesperación incontrolada me deja como un guiñapo todas las
horas del día.
El despecho impide él dialogo que nunca existió y no hay duda
que acabará siendo más fácil aceptar la batalla perdida que
luchar por ella. Mi vida de ahora en adelante se convertirá en
un mal sueño del que preferiría no despertar.
Cuando conocí a Rubén ya llevaba más de cinco años sola. Andrés,
mi marido, murió en un accidente de coche cuando volvía de un
viaje en Alemania de sólo dos días. Al parecer fue la velocidad
y un cúmulo de factores negativos que provocó su muerte. Una
tormenta se desencadenó cuando sólo llevaba media hora de viaje,
el coche derrapó en la calzada por algún camión que dejó escapar
un liquido grasiento, esto fue suficiente para que perdiera el
control del coche y se estrellase contra un árbol que le dejó
muerto en el acto.
Al amanecer me dieron la noticia. Y sin duda todo lo que ha
pasado después no es nada comparable a lo que sentí cuando me
dijeron que Andrés no habría sobrevivido al accidente. Lo demás
sólo fueron vicisitudes y duros contratiempo. En fin... la vida.
No hay nada que semeje a la muerte...
Entonces mi hija Lara tenía 15 años. Para ella la desaparición
repentina de su padre fue un golpe tan fuerte que la sumió en
una tristeza y dolor tan profundo que nada ni nadie podían
consolarla.. Estuve a su lado ofreciéndole cuanto podía darle, y
sólo recibí un rechazo y una indiferencia tan directa que
acabamos en un mutismo insoportable. Que sufría y echaba de
menos a su padre no había duda, pero no quiso ver que yo sufría
tanto como ella, y con su actitud parecía darme a entender que
yo era culpable de lo que había ocurrido. El dolor y la
incomprensión acabó apartándonos hasta el punto que vivíamos sin
tener el menor contacto y nada presagiaba que pudiera existir un
cambio.
Los momentos que atravesábamos eran insostenible y fue Rubén un
amigo fiel de la familia quien logró con sus visitas asiduas
sacarme del cansancio moral y un aburrimiento que a duras penas
podía soportar. No sé cuanto tiempo había transcurrido, quizás
semanas o meses, el tiempo nada importa si se consigue que el
malestar próximo al hastío se aplaque. Ni yo misma podía
explicarme que me hacia sentir la presencia de Rubén,
satisfacción, alegría o un bienestar que estaba sin querer
inundando todo mi cuerpo. O todo a la vez. Desgraciadamente
disminuía por la actitud de rechazo que mi hija demostraba
cuando venia a vernos. No sabía cuál era la razón por la cual
Lara sentía una repulsa total por este hombre al que siempre
había considerado como un amigo, y que sólo venia para pasar un
rato con nosotras y consolarnos.
Yo sin embargo era otra nada más verlo. Su presencia consiguió
que mi soledad fuera más llevadera. El vacío que Andrés me dejó
y apenas podía soportar se había aliviado con esos ratos de
conversación amena y desenvuelta que distraían esas horas
tediosas del día. El tiempo tenia que reconocer que había
serenado mi espíritu y vislumbré nuevas perspectivas,
sintiéndome más conciliadora y con mayor voluntad para afrontar
los problemas que tiempo atrás me parecían irreversibles.
Con los días la presencia de Rubén fue cambiando mi existencia.
Poco a poco sentía mis horas menos largas y aburridas, atisbaba
algo más que sufrimiento y soledad que no podía disfrutar
plenamente. Mi hija estaba empeñada en hacerme la vida
insoportable Cuando Rubén entraba en casa no solamente no
cruzaba una palabra con él, sino que se negaba a saludarle, era
una intolerancia inaudita que no podía comprender.. Y por
supuesto mis recriminaciones no le preocupaban en absoluto y
hasta creo que acentuaba más su antipatía sólo para
mortificarme. Llegué a pensar que esa actitud inadecuada era
motivada por celos, no había duda que yo había experimentado un
cambio, estaba más alegre y con unos deseos de vivir que no
pasaban desapercibidos para nadie y menos para ella que me
estaba observando de hurtadillas siempre que podía..
Un año había pasado entre malos momentos y pequeñas alegrías y a
nadie podía sorprenderle que yo quisiera rehacer mi vida. Tras
pensarlo muy detenidamente había decidido casarme de nuevo..
Muchas horas estuve cavilando la forma en cómo le daría la
noticia a Lara. De antemano sabia que no aprobaría que me casara
y entonces tenía que tomar una difícil solución. Casarme de
todas las maneras, o por no perderla renunciar a la persona que
me había hecho sentir de nuevo vivir. Unas ilusiones que hacía
muy poco me parecía imposible sentir nuevamente.
Como había previsto la noticia la sentó muy mal y me amenazó con
marcharse si esta unión se llevaba a cabo, de ninguna manera iba
a tolerar que este hombre viviera bajo el mismo techo en el que
había vivido su padre.
Me sentía confusa y muy alterada. Quizás fue la razón por la que
a Rubén se le ocurrió la idea de hacer un viaje los tres juntos
antes de la boda. Quizás la convivencia después sería más fácil.
Él creía que así se iría acostumbrando a su presencia que al
parecer le era muy difícil de aceptar.. Y cual sería mi enorme
sorpresa cuando mi hija aprobaba esta invitación satisfecha y
esta me parecía ver que estaba encantaba.
Fueron días de preparativos y tensiones. A mí desde luego esta
idea que tuvo Rubén no me entusiasmó demasiado, por la simple
razón que este viaje a una playa del Caribe lo teníamos
proyectado para ir nosotros en viaje de boda. Rubén me hizo ver
que lo más importante era arreglar el mal entendimiento que
existía entre los dos, para nuestro viaje podríamos buscar
cualquier otro lugar. La verdad es que me inquietaba ese afán de
Rubén de hacer este viaje los tres poco antes de mi boda que
lógicamente debería tener la prioridad. Esta insistencia en las
continuas atenciones que a cada momento tenía con mi hija me
hacia pensar que algo estaba pasando. Sin ningún reparo
evidenciaba que dejaba a un lado mis deseos y preferencias.
Accedí porque no tenía otra alternativa y también era verdad que
las cosas entre los dos podrían mejorar, lo que seria al final
mucho más positivo para una tranquila convivencia
El tiempo había transformado a mi hija en una mujer muy
atractiva e inteligente, e intuía que Rubén se complacía
enormemente cuando la miraba. Esa idea ya no podía alejarla de
mi pensamiento a lo largo de todo el viaje que tengo que
confesar fue una pesadilla. Me sentí mortificada desde el
momento que subimos en el avión. Rubén estuvo todo el tiempo
pendiente de sus menores deseos y los veía tan felices y
despreocupados cuando estaban juntos que no podía dudar el
cambio repentino de mi hija que por supuesto no trataba de
disimular...
A veces salimos los tres juntos a cenar y dar paseos en barca
por aguas tranquilas y lugares bellísimos que para mí eran de
pesadilla constante. Rubén se desvivía en atenciones con ella y
disfrutaban juntos sin quererse percatar que yo estaba con
ellos.
Nunca sabré si cuando proyectó este viaje ya estaba enamorada de
mi hija y lo que pretendía con este acercamiento que ella se
enamorase de él, sin preocuparse lo más mínimo del daño que esta
traición me estaba causando.
Cuando por fin me encontré en casa me sentí mejor a pesar que la
obsesión que era irreprimible y me martilleaba todas las horas
del día. Tuve tiempo suficiente de observar como Rubén intentaba
conquistar a Lara, y desde muy temprano la llevaba a visitar
paisajes según ellos paradisíacos en las que ella, había
recobrado la alegría. Tenia que rendirme a la evidencia y
aceptar que los dos eran muy felices.
Lo que sucede con los sentimientos no se puede ni detener ni
juzgar- En el amor y pasión no hay resistencia. Así sucedió lo
inimaginable y ni la pesadilla más espantosa podría haberme
hecho sentir una amargura que me desgarraba el alma y los
sentidos. Tuve momentos de enorme dolor, dolor de saber que mi
propia hija me estaba engañando con el hombre que pretendía
odiar y que al poco tiempo llegó a ser el amor de su vida...
Pasó la semana que teníamos programada para este viaje que yo
por mi parte estaba deseando que acabara y comenzar con los
preparativos de la boda de la que Rubén no decía una sola
palabra.
Una vez en casa observaba el cambio de Lara que estaba con mejor
humor que nunca. Por la tarde cuando llegaba Rubén ella se había
emperifollado hasta la exageración y sin ningún recato
coqueteaba con él descaradamente y faltaba muy poco para que se
echara en sus brazos y decirle que le amaba abiertamente. Y todo
esto estaba ocurriendo a menos de dos semanas de nuestro
matrimonio.
Una tarde que Lara había salido con unos amigos le dije a Rubén
que tenía que hablar con él seriamente, intento esquivar mi
mirada y acabó diciéndome que debería estar contenta de ver como
la situación había cambiado en la casa. Habrás observado me
dijo; lo diferente que es ahora el ambiente que hay en la casa.
Se acabó esa hostilidad que afortunadamente se había distendido
y ahora sabía que cuando llegaba era siempre bien recibido.. No
supe que decirle. Comprendí sin palabras que Rubén había dejado
de quererme y deseaba dejarme. Lo que pasó después no tardé
mucho tiempo en saberlo. Todo se precipito dé tal forma que no
tuve tiempo de poner mis ideas en orden y tenía que aceptar lo
que para mí era una puñalada trapera. Dejaba el campo libre para
que ellos organizaran su vida como mejor les conviniera.
El fin de mi historia es como se podía imaginar. Rubén acabó
confesándome que inexplicablemente se había enamorado
perdidamente de mi hija, ella también, y habían decidido vivir
juntos, lejos, muy lejos, para que al menos su felicidad no me
hiciera mucho sufrir.