Érase una vez, no hace mucho tiempo, un pequeño país perdido en
el continente africano, llamado Midoslandia, en el que un rey
joven y apuesto, conocido y adorado por su millón escaso de
súbditos como el Tigre Midas, ejercía su poder absoluto entre el
cariño y la pleitesía de su pueblo.
Y, érase que se era, que el Tigre Midas, de nombre Montusbu IV,
continuando las tradiciones seculares de su reino, por él mismo
divulgadas y queridas, decidió un día elegir una nueva esposa
entre las doncellas de la tribu Kilele, fijándose en una joven
de 18 años, bella y de pechos desnudos y tersos, llamada
Mingueluna.
Y siguiendo los deseos de su real persona mandó a su consejero
de palacio a que la raptara para convertirla en su décima
esposa, en la fiesta anual del Baile de la Palma.
El consejero real, solícito, raptó por la fuerza a la bella
Mingueluna, y la llevó a palacio meses antes de los posibles
desposorios de la Fiesta de la Palma, y unas semanas después de
que el magnánimo Tigre Midas firmase un decreto real que
prohibía, bajo pena de cárcel para la pareja, a toda mujer menor
de 19 años que yaciera con hombre alguno, como medida preventiva
y desesperada para intentar frenar la terrible infección de SIDA
que asolaba ya a un tercio de la población de Midoslandia.
Y, érase que se era, que la madre de la bella Mingueluna, la
señora Menguela, feminista y ejecutiva de la Real Televisión de
Midoslandia, puso una denuncia contra la real corona basándose
en que el querido y admirado monarca había violado la tradición
del reino al no haberle comunicado el rapto de su hija, tanto
así como de haber yacido con su vástaga, menor de 19 años,
saltándose de un plumazo su real orden, y antes de los
desposorios del Baile de la Palma.
El magnánimo y justo Tigre Midas, apoyado a corazón abierto por
sus otras nueve esposas, -que veían peligrar sus Mercedes y BMWs
ante el ataque de ira del contrariado rey y esposo
complaciente-, tomó entonces prestado gran parte del Presupuesto
Nacional de Sanidad de su reino, y luego de comprarse un avión
privado, viajó a Hollywood, -eso sí, acompañado de las nueve, y
casi décima, esposas-, y contrató a los cantantes Michael
Jackson y Eric Clapton para dar realce al tradicional Baile de
la Palma, no sin antes haber ordenado a su Ministro de Interior,
y primo hermano, Odolis Dumango, que revocara transitoriamente
otra real orden que prohibía, bajo pena de dos años de cárcel,
la música rock en el reino de Midoslandia, por disoluta y
perniciosa para los jóvenes, al menos hasta después de los
desposorios de la Fiesta.
Y fue así como la bellísima Mingueluna, y su adorada madre
Menguela, luego de ser obsequiadas ambas con un buey de la Real
Camada, pasaron a formar parte de la nueva familia del Tigre
Midas, que seguía así, inmutable, los pasos de su padre, el
queridísimo rey Subanga II, que acumuló cien esposas hasta su
muerte, ahora hacía diez años.
Y, colorín-colorado, este cuento, hermoso y dulce, se ha
acabado, con la destitución, por sevicias y desacato, de los
cinco miembros del Tribunas Supremo de Justicia de Midoslandia,
que osaron aceptar a trámite la denuncia de la señora Menguela,
poniendo así en entredicho el poder omnívodo y justo del famoso,
y venerado por todos sus fieles, Rey de Midoslandia, el querido
Montusbu IV, llamado el Tigre Midas...
(Ni que decir tiene que este bello y edificante cuento, de
ninfas impúberes y reyes, no es del todo imaginario: Midoslandia
existe con el nombre de Suazilandia, y es un minúsculo país de
un millón de ciudadanos atrapados en una monarquía absoluta
entre Suráfrica y Mozambique; y existe el Tigre Midas con el
nombre de Rey Mswati III, apodado el León; y existió la demanda
de Lindiwe Diamini, madre de la bella adolescente raptada de 18
años Zena Manhlangu; y existen las nueve esposas, y las cien del
Rey Sobhuza II, y el viaje, y el contrato de los cantantes, y el
Baile de los Juncos...
El País - The Washinton Post 11-11-02)