Era la cuarta vez que giraba la llave y el auto no le encendía,
cada vez que esto pasaba, y llevaba pasando desde hacía varios
días, iba perdiendo, primero la paciencia y luego la compostura;
una vez perdidas ambas, sólo quedaba manotear sobre la cabrilla
del auto, mover las piernas como pedaleando en el aire y
recostar la cabeza sobre el asiento, para después tomar una gran
bocanada de aire, contenerlo por unos instantes y soltarlo
lentamente mientras hacía un ruido como de suspiro largamente
contenido. El método fue muy eficaz, pues solo después de este
ritual pudo encender sin mas insistencias el auto gris plata
modelo 72 que le había entregado la abogada encargada de la
sucesión de los bienes de su abuelo. El auto no era gran cosa,
un destartalado Ford de cuatro puertas, gran baúl y cojinería
azul pacífico que su abuelo tenía desde siempre, bueno no desde
siempre, desde finales de 1971, seis años antes de su
nacimiento.
Cuando el abuelo compró el auto, fue la gran novedad entre los
vecinos; y por esas casualidades que teje el destino, ahora que
su nieto lo tenía, era también la gran novedad. Las diferencia,
estaba en que en 1971, tener un auto que solo saldría al mercado
del país al año siguiente y que por lo tanto debía ser importado
directamente era no un lujo, sino una extravagancia que sólo
podía esperarse de Don Julio Suárez, el silencioso médico del
pueblo que además era el padre de dos pares de trillizos. En
cambio ahora, tener un auto tan viejo y tan grande que hiciera
tanto ruido al desplazarse, solo se le podía ocurrir al
bullicioso proyecto de veterinario del edificio que tenía mal
gusto hasta en el vestir.
De todas las posesiones materiales que pudo atesorar el abuelo,
la mayoría habían sido vendidas de una en una como granos de
maíz arrancados de la mazorca. A decir de su padre, los malos
negocios emprendidos por los dos hermanos mayores habían llevado
a la familia a la quiebra. Su padre, era el menor de "los
mayores"; es decir, ocupaba el tercer lugar en el primero de los
dos partos de su conflictiva abuela. Esta posición dentro de la
descendencia le acarreaba mas problemas que ventajas, pues daba
la impresión de que sus demás hermanos se confabulaban para
mantenerlo lejos de los así formados grupos.
Los tíos mayores, luego de graduarse en la Universidad y luego
de la muerte de la abuela se habían embarcado en grandes
aventuras que fueron dando al traste con la gran fortuna amasada
por el abuelo y administrada hasta entonces por la abuela. El
golpe recibido por Don Julio fue de tal magnitud, que su
carácter dicharachero, sus constantes e ingeniosos apuntes de
humor, y su gran sonrisa se borraron de un tajo. La abuela
siempre fue una mujer hosca y pendenciera; con una capacidad
infinita de encontrar el error en cualquier solución que le
ofrecieran; el día en que el abuelo decidió hacerla su compañera
permanente, tenía muy en claro la profundidad de las aguas en
que se metía y del mal genio que a ella le corría pierna arriba.
Llegada su muerte la tristeza fue enorme, porque ella no
acostumbraba hacer estas cosas; dijo mi abuelo delante de las
señoras chismosas del vecindario que de inmediato le aseguraron
la fama de loco extravagante, que hasta hace un año poseía.
Luego de que su alma se quebró en pedazos, eran pocas las
noticias positivas que fueron llegando a la casa de Don Julio,
su voz se iba perdiendo de los lugares de la casa e incluso del
consultorio, en donde se limitaba a decir las palabras precisas
para aliviar las dolencias exactas. Su voto, hacía rato se había
perdido en las decisiones económicas; pues sus hijos mayores se
encargaban de todo lo referente al dinero. Acaso, su único
pasatiempo desde ese amargo momento fue el de darle tema de
conversación a las brujas de las vecinas, como las llamaba la
abuela.
El auto lo obtuvo como intercambio al ofrecimiento que hizo de
no meterse en mas problemas con las vecinas, luego de que quedó
en descrédito su olor a santidad al dejar caer en plena misa uno
de los más sonoros pedos que oído de bruja hubiera escuchado
jamás. El mismo escogió el color e hizo los trámites para
traerlo al país. El día en que se subió a él, llevaba puesta la
misma ropa que le eligió la abuela para el último aniversario de
bodas. Una chaqueta negra con solapas pronunciadas y cuello
forrado, una camisa blanca de tres botones en cada manga y un
pantalón grueso, al que le faltaba un bolsillo atrás y que
dejaba ver un parche de color negro más intenso en ese sitio. Si
la abuela aún estuviera viva y lo hubiera visto así, le hubiera
dado un infarto; no tanto por lo que el abuelo quería evocar con
aquel vestido, como por el parche que se observaba en su
pantalón.
Ser un estudiante universitario de veterinaria, que debía
trabajar para pagarse sus estudios; y al que no le alcanzaba el
dinero para ir de fiesta en fiesta, no le mortificaba tanto a
Augusto Suárez como el no haber conocido a la abuela.
La reunión de junta de propietarios, citada por la
administración del edificio; tenía entre los temas a tratar,
además del cobro a los deudores morosos; otro que implicaba
directamente a los Suárez, el hecho de que el recién llegado
auto hiciera tanto ruido en las madrugadas cuando todos aún
dormían. Las sillas de los participantes de la reunión estaban
dispuestas dando el frente hacia el parqueadero, donde el hijo
de Ernesto Suárez se aprestaba a salir para la universidad, hoy
había puesto un excesivo cuidado en su presentación personal,
pues quería impresionar a una joven profesora con la que tenía
matriculada una de sus clases.
Pasó delante de los reunidos con el auto gris plata modelo 72
que le había costado tanto encender; el destartalado Ford de
cuatro puertas, gran baúl y cojinería azul pacífico que era de
su abuelo empezó a vibrar, intentó apagarse y soltó un gran
ruido y una nube color hormiga salió del exhosto mientras el
auto recuperaba todas las fuerzas y tomaba nuevos bríos; luego
del desahogo.
Cuando llegó a la universidad y se bajó del auto llevaba puesta
la misma ropa que encontró en el baúl del Ford: Una chaqueta
negra con solapas pronunciadas y cuello forrado, una camisa
blanca de tres botones en cada manga y un pantalón grueso, al
que le faltaba un bolsillo atrás y que dejaba ver un parche de
color negro más intenso en ese sitio.