No hay nada mejor en la vida que mantener la ilusión y la
esperanza, dos palancas inapreciables del complejo entarimado en
que la comunidad desenvuelve su existencia, las más de las veces
con problemas que constituyen su eje fundamental. Por eso, las
dos manifestaciones a que aludimos son esenciales,
indispensables y capaces de endulzar y vencer, incluso, las
mayores adversidades. Los juguetes y los regalos no pueden ser
reemplazados y sirven para levantar los corazones, siendo el
engranaje de afectos entre personas de las más variadas
procedencias.
Recuerdo los años de mi niñez (tendría tres a lo sumo) cuando mi
hermana Adela, dos mayor que yo, me trajo de regalo unas
alpargatitas coloradas, compradas en la taberna de Esmerado, por
cuatro reales, en la aldea Cántabra de Cabanzón. Qué alegría tan
grande la mía!
Diecinueve años después (en 1935), con ocasión de mi embarque en
el «Juan Sebastián de Elcano», pude corresponder a mi hermana
con un juego de té japonés de 45 piezas, que me costó poco más
de veinte duros en moneda oriental, y que alguien ha valorado
recientemente en medio millón de pesetas. La evolución que en
estos años de mi vida (de la vida de todos) han tenido los
juguetes y regalos ha sido enorme. Mis hijos, en las décadas de
los años cuarenta y cincuenta, se conformaban con escobitas,
recogedores, cubitos, tambores y otras chucherías por el estilo.
Ahora, mis nietos, exigen bicicletas, muñecas que hablen y hagan
«pipí», motocicletas y hasta ordenadores.
¡Qué avance, Dios mío, el de la técnica! Con razón un paisano
mío, que vive en las proximidades de los Picos de Europa, me
decía asombrado ante esta evidencia de finales del siglo XX:
«¡Lo que avanza la cencia amigo Dobarganes..!»
Y es verdad. La ciencia no se detiene, porque la experiencia de
los humanos avanza imparable de generación en generación, y los
conocimientos de unos se van transmitiendo a sus sucesores, para
éstos, a su vez, enriquecerlos para la posteridad. Este es el
sentido de nuestra vida, que no, se rinde ante la evidencia de
la muerte. Yo no llego a comprender el afán de esos grupos
llamados pacifistas, que, con ocasión de la festividad de los
Reyes Magos, se reúnen para proceder públicamente a la quema de
juguetes a los que consideran de matiz bélico. Esto carece de
sentido, mientras en los cines y por la televisión se permitan
películas e informaciones de guerra, de gánster y de toda clase
de violencias que van transformando las mentes infantiles,
fomentando la delincuencia en sus diversas manifestaciones.
Atracos, violaciones y drogadicción están basados, muchas veces,
en esas representaciones y no en los juguetitos por los que
tanto se preocupan los llamados «pacifistas».
¡De «lo otro» es de lo que hay que preocuparse, amigos, Si
queremos una juventud más sana y más temerosa de Dios! ¡Bendita
ilusión la de los juguetes y la de los regalos, aunque nos
cuesten un ojo de la cara! Los padres, los niños, los novios y
los amigos de verdad esperan esas atenciones, que serán
correspondidas con ternura, cariño y amor. ¡Los niños! Qué edad
más maravillosa para no pensar en nada que no sea el de dar
grandes tirones de la cartera de papá, que se tambalea en Reyes
y fiestas de relieve hasta quedar vencida y sin posible e
inmediata recuperación. ¡Angelitos! Dejadlos que se diviertan,
que tiempo tendrán de enfrentarse con la fea realidad. La paga
extraordinaria será un sedante. Vamos a «pulverizarla» en esas
cosas que representan un complemento material y espiritual
excelente para la humanidad, sin pensar en futuro, sino en
presente, que es la única verdad tangible.
¡«O renovarse o morir»! reza un popular aforismo, definiendo,
exactamente, la evolución del mundo. Está más que probado que no
se puede marchar en contra de una corriente impetuosa, ni
tampoco permanecer quietos ante ella, porque seríamos
irremisiblemente arrastrados por su fuerza arrolladora.