Fue ilusión lo que transmitió la cara de Laura al atravesar el
dintel de la puerta del salón y ver a la gran muñeca patinadora
deslizándose de una esquina a otra de la habitación. Luego se
acercó corriendo al juguete, lo tomó en sus brazos y comprobó
que la maquinaria que ponía en acción los patines de la muñeca
se detenía tan sólo apretando un pequeño interruptor. Laura la
volvió a poner en el suelo para ver el efecto que producía la
parada sobre el terreno. Eso le pareció gracioso, y la muñeca
intentaba seguir su recorrido cada vez que la niña movía la
palanquita de la posición de encender a la de apagar
continuamente. Sin apenas pasar un segundo, su madre corrió a
detenerla y explicarle suavemente -era el día de reyes- que si
seguía haciendo eso estropearía el sensible funcionamiento de la
linda muñequita, que no volvería a patinar. La mama dirigió la
atención de la niña a los otros regalos y golosinas, y la animó
a desayunar y a arreglarse para salir a la calle a pasearse con
su patinadora.
Ya en la calle, Laura comprobó que debía tener cuidado por la
acera con los niños que desafiaban a los transeúntes corriendo
velozmente con sus bicicletas y patinetes. La niña adivinó que
ella y su muñeca patinadora, que marchaba en línea recta casi
perfecta seguida por sus inquietantes pasos, corrían un serio
peligro. Los únicos momentos de satisfacción los experimentó la
chiquilla cuando otros niños y papás miraban y señalaban el
patinaje de su juguete. Ella, cuando sentía que alguien dirigía
su mirada a la muñequita, corría velozmente y, en un abrir y
cerrar de ojos, la paraba y la volvía a poner en marcha para que
todos comprobaran que ella tenía algo que ver en aquel
funcionamiento.
Y como bien predijo la madre, la muñeca no llegó al final del
día patinando. Una de las veces que quería mostrar a sus
familiares cómo era ella la que la ponía en marcha y la detenía,
dejó de funcionar. Los mayores, aun sin saber del tema,
intentaron comprobar si se trataba de un movimiento de pilas o
de un cable trastocado de la débil maquinaria, pero la muñequita
ya no volvió a andar. Hubo unos breves reproches a la pequeña,
que lloraba apesadumbrada de ver que no se volvía a poner en
marcha, pero, ya en su habitación, la niña descubrió que ahora
era ella, realmente, la verdadera artífice del funcionamiento de
su juguete. Con sus livianos deditos, Laura empujaba a la muñeca
que iba exactamente a donde ella quería. Llegó el momento de
participar en la aventura. Su patinadora había llegado a formar
parte del universo de juguetes que hacían lo que a la pequeña se
le antojaba.