Cuando de ordinario se convive con numerosas personas, puede
apreciarse la heterogeneidad de gustos, aficiones y
sentimientos, porque el barro de que están formados es distinto,
y distinto, en consecuencia, sus reflejos y reacciones. En esta
mezcolanza se ve al hombre trabajador, al estudioso al vago, al
serio, al bromista, al apático, y, en general, a las diversas
formas de ser de la humanidad doliente.
La Isla, como es natural, no es una excepción en esta pintoresca
complejidad, y cada uno representamos nuestro papel dentro del
grupo en que estamos de hecho clasificados, con arreglo a la
"madera" con que hemos sido tallados por el Sumo Hacedor. El
sablista, por ejemplo, está siempre al acecho de la oportunidad;
el vago o incompetente, dispuesto a endosar sus deberes a
cualquier persona cándida que pueda "asarle las castañas"; el
vivo, a engañar al tonto mediante triquiñuelas de todo orden; y
el trabajador y serio, a batallar con constancia y tesón, en
gigantesca y paciente lucha, contra toda esa rémora, para que la
máquina continúe su lento y positivo caminar. Y como caso
excepcional, esos nuevos engendros de la vida moderna que son
los "ultras", que se han propuesto vivir una vida contemplativa,
y muchas veces agresiva, mientras haya idiotas por esos mundos
de Dios que los socorran y elogien; en definitiva, trabajar para
ellos, fomentando así su granujería, su ordinariez y su
pringue...
Tras este pequeño exordio, vamos a referirnos, concretamente, a
un hombre todo entusiasmo y espíritu militar, trabajador y
humorista a la vez, que no están reñidas estas cualidades, sino
que se complementan para darle a la vida una tonalidad muy
humana. Nos referimos a un excelente "cañaílla", que
presentaremos bajo el pseudónimo de Moratín", buen catador de
mosto, mujeriego en el buen sentido, buen fumador, activo,
enérgico y, sobre todo, excelentemente cuidadoso con
su vestuario. Los trajes y uniformes de "Moratín" llaman la
atención por su impecabilidad, sin una pelusa, raya como filo de
navaja y broches relucientes como el oro. También destacan sus
zapatos de charol, cuello y puños almidonados y gorra a lo "Mac
Arthur", el famoso héroe del Pacifico. En fin, no le falta
detalle.
"Moratín" tiene declarada uña guerra sin cuartel a todo lo que
signifique desaseo, pero no sólo en el vestir, sino también en
esas cochinas representaciones teatrales y cinematográficas de
televisión, y en la forma de escribir de ciertos autores, que se
creen poco menos que Miguel de Cervantes y Saavedra, teniendo la
osadía de expresarse en términos pornográficos ante todos los
públicos, incluidos jóvenes y niños que necesitan una formación
cultural y humana, para la compleja vida que tienen que
emprender. "Moratín" asegura que los productores de "cosas
ligeras" viven para llenar su vientre, contribuyendo a pasos
agigantados al desastre espiritual de Occidente, sin pensar en
los permanentes peligros de las invasiones, "amarilla" por un
lado e "integrista" por el otro, anunciadas con profusión de
datos en libros de escritores de valía e investigadores.
Probablemente no le falta razón a este buen isleño, que es
alegre cómo unas castañuelas en todas las manifestaciones
normales de la vida; pero que sabe fruncir el ceño, dispuesto a
blandir su espada, cuando se trata de la defensa de las cosas
fundamentales.