Es difícil encontrar un pretexto razonable a lo que muchos han
llamado el arte de la guerra. Tantos siglos mostrando el dolor,
la angustia y la sinrazón de los pueblos, merecía habernos hecho
cambiar nuestra manera de actuar.
La guerra ha estado siempre unida a la civilización humana. La
Literatura ha sido espejo de batallas, derrotas y victorias
desde los albores de todos los pueblos. Tenemos constancia de
episodios bélicos en el Antiguo Egipto, en el Antiguo Testamento
o en las obras de los grandes escritores de la civilización
Grecolatina. Podemos recordar, por ejemplo, los relatos de las
campañas de La guerra de las Galias o La guerra civil, que nos
dejó César. Luego, se han sucedido veinte siglos sin salvarse ni
uno solo de ellos de sembrar la desolación que acompaña la
batalla.
La guerra ha sido el pan nuestro en la consolidación de todas
las civilizaciones, y el valor guerrero considerado una virtud
de los hombres. Era la huella dejada por la literatura épica que
cantaba las hazañas de los más famosos héroes locales. La
Literatura española tuvo su ejemplo magistral en el poema del
Mío Cid. Siglos más tarde, en el XV, Jorge Manrique cantaría las
proezas bélicas de su progenitor en sus geniales coplas: “Y pues
vos, claro varón,/ tanta sangre derramasteis/ de paganos,/
esperad el galardón/ que en este mundo ganasteis/ por las
manos...”.
No cabían en aquellos tiempos nuestros apasionados gritos de NO
A LA GUERRA, y no sería hasta finales del siglo XIX cuando, de
manos de una mujer, Berta von Suttner, nos llegó la primera
novela de tintes pacifistas, ¡Abajo las armas!, por la que
conseguiría el premio Nobel de la Paz. La mujer, hasta entonces
considerada simple observadora y padecedora de los
acontecimientos bélicos, hacía la primera denuncia literaria del
dolor, de la maldad y de la crueldad de la guerra, del
padecimiento de los soldados y de los heridos, de la pesadilla
del campo de batalla y del miedo que enloquece. (No podemos
olvidarnos de que Goya ya había dejado huella pictórica en sus
Desastres de la guerra.)
Ya en el siglo XX, han sido muchos los poetas, ensayistas y
novelistas que han lanzado su no a la guerra. Pero todavía el
hombre se deja seducir y manipular por arengas sobre la patria,
el honor o un Dios a la medida de sus zapatos. Esta reflexión es
un sencillo consuelo porque veo que han sido muchos siglos
ensalzando el espíritu bélico y el hombre es animal lento en
aprender. Quizás llegue un día en que hagamos bandera con las
palabras del poeta Miguel Hernández, que tanto sufrió la guerra:
“Tristes guerras / si no es amor la empresa. / Tristes, tristes.
/ Tristes armas / si no son las palabras. / Tristes, tristes. /
Tristes hombres / si no mueren de amores. / Tristes, tristes.