Recuerda tu bronca sangre
apuntalando errores
de miserable interés;
orgullo
mezquino
del que nunca fue nada.
Ocaso
Aceras raídas,
escombros amontonados,
tazas de wáter;
espacio desgastado,
reducto de desechos,
ruinas,
ecos de voces perdidas,
huecos pasos de mañanas húmedas,
tardes circundadas de abrojos y cardos.
El vacío de rejas oxidadas
es la pantalla
de la existencia que se consume.
Nada entiendo
y me muevo torpemente
por el vacío camino del silencio
que va hacia la muerte
sin más sentido que el duro latido,
la monótona respiración;
sin más sentido que el del interrogante vacio
del látigo dolor pétreo.
Monótona agonía.
Arenas
Brillo de arenamar,
de miel;
suave tacto de trigo
alimenta
alegrías y juegos,
voces... gritos.
Calor,
consuelo,
frente al erizo existencia.
Afecto
ante tanto vano hueco.
Palabras vanas
Palabras vanas,
vacías
de sentido, obra e idea.
Palabra hosca,
hueca,
sin seso,
sin sensum;
como algodones de feria
rosáceos
sólo dejan dulce de bocas
sin más que nada,
sin materia.
Fiera labor de aire sin hojas,
clave frustrada
de vano hacer,
sonoro sinsentido.
Hueco útero mortal
Será deliciosa tarea el hueco útero mortal
y cálido lugar de fermentos
donde en limos el cadáver pudre lamidas humedades
y suaves gusanos el perfecto lineal hueso acarician,
sombra antitética del ser.
Como el propio dolor
con gozo,
el acre olor de llagas
con asco,
o la pustulencia hedionda
se ama,
ansía la luz negra
saborear inflamada
en el lecho de ciénaga carnal,
cuyos calcáreos huesos
luchan...
triunfan...
en la materia,
la putridez
y el lodo
que ayer fue idea,
fue mirada,
risa...
Exilio
La vid,
regada de sudor estéril
yace muerta...
La tierra no ata,
las lágrimas de la frente no florecen esas cenizas
de tus muertos seculares.
La madre amenaza de muerte,
desespera el verdor,
el vino agraza,
y el pan es seco abrojo en la garganta.
Huyes
del
cotidiano
infierno;
allí el tiempo se detuvo periclitado en su mismo sueño.
Buscas el futuro, el paraíso esplendente
de engranajes y luces
donde se destruyen candiles agónicos
y se consume la presencia.
La siembra domesticada es el paisaje que mira el hijo,
dormido tras el trayecto de esperanza
en Pegasos que no vuelan.
Las velas de los difuntos arden como lenguas insepultas;
avisan
exilios,
desarraigos.