¿Y qué
si el sueño me confirma
que apenas quedan vientos reciclables?
¿Y qué
si el aire del futuro
sigue oliendo a sangres y a miserias?
¿Y qué
si las manos ya no sirven
más que para tapar huecos de barro?
Escúchame antes de la hoguera, antes, incluso, del vómito que
asolará el tiempo de los hombres sin rostro y con barriga
dorada, antes de ese diluvio de aburrimiento estable que vemos
reflejado cada día en el confortable sillón de nuestro refugio
salvador...
Yo te digo: apenas somos más que intenciones descabaladas por la
inercia de lo evidente, pero somos potencialmente completos para
amar y entregar jirones de cielo. Porque debes saber que la
omisión no te disculpa de las sangres, aunque, probablemente, te
manche menos las manos.
El fuego ritual
es sólo el principio de la carne
que va buscando auroras.
Y las estrellas
desandan las madrugadas
para sorber equinoccios insolentes.
Tu fuego y tus estrellas pueden servir para la huida hacia
tierras donde la piel confirma la tersura del amor comprometido,
donde aún quedan ojos que miran sin recodos, y labios que
sonríen sin contratos.
Yo he sabido de esas tierras, antes del disfraz de conseguidor
de sueños, cuando el tiempo no jugaba a ir desgastando promesas
con los años: lo sabrás si miras sin miedo a las palabras que no
dices, porque sabes que no cotizan dividendos; si decides que
tus manos no son tan sólo tuyas, sino que forman un árbol de
raíces compartidas; si sientes que nada en ti vale la pena si no
fuese porque tu voz te acerca a otras voces sin sonidos ni
futuros...
Sabrás, entonces,
que sí existen preguntas con respuestas,
que los caballos de la ira
podrán ser enjaezados por tus besos.