Claro que sí. Adelante con la algarabía. Cada uno diga lo
que quiera. Opinen, afirmen, propongan y sigan discutiendo.
Ha sido abierto un nuevo plazo, que pronto terminará, para
la declaración de la renta, y ustedes, si como yo, no saben
hacerla, acudirán a un experto, o a cualquier amigo avispado
y se arriesgarán a recibir una paralela con sanción
incluida, porque, lo de rellenar impresos, buscar y poner
códigos, aplicar fórmulas matemáticas y deducciones a la
base, no está al alcance de cualquiera.
Casi se me olvida; todo eso, si estamos dispuestos a pagar.
¿Recuerdan cómo se construyeron las pirámides de Egipto? A
fuerza de brazos y de esclavos muertos. Y así, explotados y
ahogados en nuestra miseria, seguiremos dándole a la
Administración el dieciocho, el veinticinco o el treinta y
cinco por ciento de nuestros ingresos.
Nunca los números se me dieron bien y, quizá, tampoco los
razonamientos, pero pienso y me sumo a los que afirman
trabajar un número determinado de meses cada año para
engrosar las arcas de la Hacienda Pública, que no es otra
cosa que una gran máquina de alto consumo y elevado coste de
mantenimiento a la cual, día a día, se le van añadiendo
piezas y mecanismos que llevan, como es lógico, a un mayor
consumo y a más gastos de mantenimiento. La Administración
crece y los administrados pagan. Somos, los ciudadanos, los
secuestrados del sistema, pues no podemos escapar a sus
ansias recaudadoras.
Si ustedes hacen cuentas, como antes hicieron otros, y a los
días de un año le aplican el porcentaje neto a ingresar que
suponen sus aportaciones en impuestos verán que, en la
mayoría de los casos, cerca de dos meses de su trabajo anual
son para que los administre la Administración. Si es uno de
esos que disfrutan de un status algo más acomodado, su
aportación al Estado rondará los tres meses y medio de
trabajo. Súmenles las cotizaciones a mutualidades y a la
Seguridad Social pues, aún siendo un ahorro, no se sabe qué
nos deparará el futuro, y aplíquenles un pequeño índice
corrector, al alza, claro, por los gastos que le ocasiona
ser un productor: Guardería, canguros, desplazamientos,
comidas en un barucho cercano a la oficina... ¿Cuánto le
cuesta trabajar? Y eso siendo un castigo divino, que si
fuera una afición...
Por cierto, permítanme un consejo. No se dejen nada en el
tintero ya que, si algún año se olvidan de ingresar alguna
cantidad, verán embargados todos sus bienes y, entre ellos,
aquellos por los que en su día ya pagaron.
¡Guerra no! ¿Guerra no? De acuerdo, pero revolución sí.
Revolución contra el Estado insaciable, contra los políticos
cazurros, contra los presidentes de lo que sea que usan,
abusan y se apropian; contra las delegaciones incontroladas,
contra las autonomías despilfarradoras y los alcaldes que
endeudan a sus municipios. Revolución contra una autoridad
autoritaria que no se preocupa de nuestros planes de
pensiones, cuyo valor consolidado, como ya comenté en estas
páginas, baja y baja ante la total indiferencia y
desfachatez de las entidades bancarias, las sociedades de
inversión y el Ministerio correspondiente, si a alguno le
corresponde la vela de nuestros ahorros.
¿Hay algo más políticamente incorrecto, que los políticos
incorrectos?
Y, después de meditarlo, repita conmigo en voz alta: ¡Así no
juego! ¡No vale! Cuanto más trabajo, que no deja de ser un
martirio, más dinero me cuesta.
Para usted, como para mí, una pequeña casita, a ser posible
en el campo, con un escaso huerto y un diminuto corral, es
suficiente, y dentro, libros, muchos libros, mucha música de
la buena y una mujer, pero que, como la mía, sea la mejor
del mundo. Les digo la verdad, yo me cansé y, siguiendo mi
propio consejo, he dejado de trabajar.